Ladino, djudezmo, yidió, espanyiolit, yargón, haketía son los nombres de la lengua que los judíos expulsados el 31 de julio de 1492 de Castilla, Aragón y sus dominios forjaron mientras se radicaban -durante la expansión del imperio Otomano, desde el siglo XV hasta el siglo XIX- en el centro y el oriente del Mediterráneo. Con base en el castellano medieval, estas comunidades sefaradíes fueron incorporando vocablos del hebreo y de los idiomas que se hablaban a su alrededor como el griego, el árabe, el búlgaro y luego el italiano y el francés.
La poeta Denise León (Tucumán, 1974) escribe muchos de sus poemas en esta judeo-lengua esencialmente oral: “Mi abuela solo hablaba ladino, por supuesto mezclado ya con tucumano, pero ella hablaba ladino. Yo tenía esa música en la cabeza y cuando era chica repetía esas palabras”, dice en una entrevista de los poetas Silvina López Medín y Horacio Zabaljaúregui para la revista Extra.
Y así, como algo natural, heredado de la palabra dicha y del canto de su abuela Luisa, Denise León incorpora como un aspecto original de su escritura -solo en la obra tardía de Juan Gelman encontramos algo parecido en la poesía argentina- la lengua materna de la familia emigrada de Turquía a la provincia de Tucumán a principio del siglo XX. Una lengua que suena español pero no lo es: “Shemá Israel. Yo avlo una lingua muerta. Afuera es aljad i no se lavora. Tempraniko, tempraniko las mujeres meten las manos en el azeyte de toda la noche i toman la masa. Shemá Israel. Yo no eskrivo de izkerda a derecha. Yo eskrivo de derecha a izkerda.” (El saco de Douglas, 2011)
Nostalgias del Imbat, cuidada edición de la Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán (Edunt), publicado a principios de este año, reúne su poesía junto con un lúcido y minucioso prólogo de Adriana Kanzelpolsky. De Poemas de Estambul (2008) al inédito De muerte ke no manke, son ocho los poemarios de la escritora tucumana que nos permiten reconocer desde un principio su voz personal. Una voz que trae “ecos de su madre”, como escribió la poeta Tamara Kamenszain, tan cercana en la amistad y en su resonancia a Denise León.
“Todo gira/ en torno a la fijeza/ de una voz/ sin consuelo.”, escribe en un poema dedicado a su madre, El pozo y las piedras, de su primer poemario. Madre cuyo silencio y luego su muerte guardan, lo que el linaje de la lengua de la abuela que sí habla permite; una voz familiar convertida en estilo poético como se señala con sutileza en el prólogo.
En Sala de espera (2013), están quizás algunas de las pocas palabras maternas: “Una mañana/ mi madre/ me dijo/ ha llegado el Mesías”. Es el recorrido de la hija acompañando a su progenitora por los consultorios médicos, las terapias alternativas, los tratamientos con sus aplicaciones farmacológicas donde “El cuerpo reacciona/ sin incredulidad: / la cama sin hacer, la inercia de las sábanas/ aplastadas por el sueño”.
De muerte ke no manke (Que no falte por muerto), es el inédito, en parte bilingüe ya desde su título, que cierra Nostalgias del Imbat (el Imbat un viento que sopla en verano en Esmirna, Turquía). Es el camino final que recorre esta sensibilidad poética, sonora e íntima construida con persistencia a lo largo de la obra de Denise León ya no solo en lo familiar sino en lo comunitario.
Así, los poemas de la segunda parte de este libro son una visita a sus queridas y queridos muertos entre tumbas y lápidas de un cementerio. Aquí el sujeto lírico dice como en un canto o lamento lo que piden algunos de los rezos judíos dirigidos a los difuntos: recordar.
Por ello cada poema tendrá sus versos, breves y rítmicos, junto con su nombre propio. Son Victoria Azubel, Malka Guini, Isaac Aruj, Debora Levy, Saúl León entre otras y otros. Formas íntimas de nombrar y convocar el ladino y el español como dos lenguas que, a pesar de la violenta diáspora y el paso del tiempo, viven, conviven; son afines.
Aquí se cargan historias de cotidiana vida y muerte mientras damos vueltas y vueltas por este camposanto de poemas. Son ciclos que van y vuelven, que se repiten. “Caracoleamos entre las tumbas/ como comensales ceremoniosos”, nos sugiere el poema de esta secuencia final. Maneras de invitarnos a no olvidar.
De muerte ke no manke, de Denise León
De muerte ke no manke Matilde Abufalia
Nunka se supo
kuala eshkalera
asuve
o avasha
el meollo de Matilde Abufalia
deske le abatieron
al ijo
kon un kuchtyiko esmolado.
¿Ya komites, kieres komer, ken te dio?
Mazal de perro,
ojo de siego,
piedra minudika
los días se le fizieron.
¿Ya komites, kieres komer, ken te dio?
Un viento ke ti vulanderea
Komo el guezmo
de la fasulia
i el yaprak.
¿Ya komites, kieres komer, ken te dio?
Una ves,
dos veses,
mil veses,
komo un kamino
ke asuve
a kaentarle los pieses frios
a su muerto.
Nunca se supo
qué escalera
sube
o baja
la memoria de Matilde Abulafia
desde que le mataron
al hijo
con un cuchillo afilado.
¿Ya comiste, querés comer, quién te sirvió?
Suerte de perro,
ojos de ciego,
los días se le hicieron
de piedra.
¿Ya comiste, querés comer, quién te sirvió?
El viento zumba
como el olor
de las chauchas
y los niños envueltos.
¿Ya comiste, querés comer, quién te sirvió?
Una vez,
dos veces,
mil veces,
como un camino
que sube
a calentarle los pies fríos
a su muerto.
Otra vez la fruta
Su peso
inalcanzable y ligero.
De a poco
Me trago el olor de las ciruelas
y es como cuando me hundo en el agua
y se me desaparecen los huesos.
Piel.
Saliva.
Pulpa.
Mi cuerpo es zumbido
y se desprende,
Como gajos,
la siesta.
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