Como Harry Potter pero “deliciosamente queer”: así empieza el bestseller “El último juramento”

La australiana Freya Marske se suma a la lista de escritores que, ante las críticas a J. K. Rowling por sus dichos sobre la comunidad trans, imaginan mundos mágicos en los que prima la diversidad.

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J. K. Rowling ha ido perdiendo fanáticos a causa de sus declaraciones sobre las personas trans, pero cada vez más escritores inspirados en Harry Potter insuflan de diversidad sus nuevos mundos mágicos.
J. K. Rowling ha ido perdiendo fanáticos a causa de sus declaraciones sobre las personas trans, pero cada vez más escritores inspirados en Harry Potter insuflan de diversidad sus nuevos mundos mágicos.

En los últimos años, muchos fanáticos de J. K. Rowling y su icónico personaje Harry Potter se han decepcionado tras los controversiales dichos de la autora sobre las personas trans, en particular aquellos pertenecientes a la comunidad LGBT+. Algunos decidieron cancelar a la célebre escritora, mientras que otros prefirieron separar la obra de la artista, como sucedió con los propios actores que encarnaron a los jóvenes magos y que criticaron a Rowling con firmeza.

Pero, a la par, la última década vio el surgimiento de una nueva generación de escritores que, inspirados en Harry Potter y su tan conocido universo mágico, tomaron lo mejor de los libros y lo volcaron en historias con un alto contenido queer, algo que en las novelas de Rowling brilla por su ausencia.

Este es el caso de la australiana Freya Marske, autora bestseller de literatura juvenil que mezcla el género fantástico con historias de romance queer. Siguiendo los pasos de escritores como T. J. Klune, Marske alcanzó el éxito internacional con su primera novela, El último juramento, editada en español por VR.

Primera parte de una trilogía, El último juramento cuenta la historia de un “baronet caído en desgracia” que descubre que es el vínculo entre el mundo mágico y el no mágico. Así, entre persecuciones por parte de misteriosos “hombres sin rostro” y un romance con un inteligente pero poco talentoso mago, el personaje principal deberá insertarse en un mundo totalmente desconocido y lleno de peligros. ¿Logrará encontrar el último juramento y alcanzar la iluminación?

Así empieza “El último juramento”

"El último juramento", de Freya Marske, editado por VR.
"El último juramento", de Freya Marske, editado por VR.

Reginald Gatling encontró su perdición debajo de un roble, durante el último domingo de un verano que se esfumaba deprisa. Desplomado contra el roble, cada respiración agitada era un aguijonazo. Sus piernas estaban inmóviles e insensibles, como si fueran masas de cera que, de alguna manera, habían sido adosadas al resto de su cuerpo. Apoyar las manos sobre esos bultos inertes le provocaba náuseas, por lo que, en su lugar, aferraba el césped con debilidad.

La dura corteza del árbol alcanzó su piel a través de una de las rasgaduras sanguinolentas de la camisa. Los desgarros eran culpa suya por no haber empezado a correr a tiempo, de modo que la mejor ruta de escape había resultado ser a través de los arbustos espinosos que rodeaban el lago del parque Saint James. Las espinas le habían desgarrado la ropa; la sangre era resultado de lo que había sucedido después.

–Ve cómo jadea con la lengua afuera como un perro –comentó uno de los hombres con evidente desprecio en la voz. Lo mejor que podía decirse de él en ese momento era que se encontraba entre Reggie y el brillo del sol, que caía despacio a través del cielo de la tarde y que, acunado en un espacio azul entre las ramas de los árboles, parecía una roca en llamas sostenida por una honda. Al acecho. Expectante. En cualquier momento podía ser lanzado, volar hacia ellos y arrasarlos en una explosión de luz.

Reggie tosió e intentó espantar las ideas descabelladas que rondaban por su mente, y los espasmos renovaron el dolor en las costillas. –Vamos, al menos seamos civilizados –dijo el otro hombre. Su voz no sonó desdeñosa, sino calma e indiferente como el propio cielo, y el último rastro de valor de Reggie quedó aplastado al escucharla. –George –pronunció como apelación.

El hombre de voz tranquila miraba hacia el parque y le mostraba la espalda de seda de su chaleco y las mangas blancas de su camisa, con los puños arremangados de forma meticulosa, aunque estaba salpicada de sangre. Mientras tanto, contemplaba la expansión de césped al pie de la leve colina coronada por el roble.

Durante ese domingo veraniego, Saint James bullía con personas que saboreaban los últimos momentos de buen clima antes de que el otoño se cerrara sobre ellos. Hordas de niños chillaban mientras corrían, caían de los árboles o les arrojaban piedras a los patos indignados. Había grupos de amigos de picnic, parejas paseando despreocupadas, damas que chocaban sus sombrillas entre sí, al pasar, y aprovechaban el momento para acomodar sus mangas de encaje caídas. Los hombres dormían tendidos con los sombreros de paja sobre sus rostros o arrancaban briznas de césped mientras pasaban las páginas de un libro, apoyados sobre uno de sus codos.

Ninguna de esas personas se detenía a mirar a George, a Reggie ni al otro hombre. Si lo hacían, sus miradas seguían de largo sin hacer foco ni preocuparse por ellos. Nadie había desviado la mirada cuando habían comenzado los gritos. Ni cuando continuaron.

Además de escritora, Freya Marske es una de las presentadoras de "Be the Serpent", un podcast de ficción especulativa, fandoms y tropos literarios, que fue nominado a los premios Hugo como mejor fancast.
Además de escritora, Freya Marske es una de las presentadoras de "Be the Serpent", un podcast de ficción especulativa, fandoms y tropos literarios, que fue nominado a los premios Hugo como mejor fancast.

Reggie alcanzaba a ver la sombra perlada de aire peculiar, señal de un hechizo de pantalla.

George giró, se acercó, se acuclilló con cuidado de no dañar sus pantalones y limpió una mancha de tierra de la punta de sus zapatos lustrados. Todo el cuerpo de Reggie, incluso sus piernas de cera, intentó apartarse de la sonrisa del hombre. Al recordar el dolor, deseó presionar el cuerpo contra la dura corteza, atravesarla, disolverse en ella de algún modo. Sin embargo, la corteza era implacable, al igual que George.

–Reggie, mi estimado –suspiró–. Intentémoslo una vez más. Sé que encontraste una parte y pensaste que podías esconderla de nosotros. –Mientras Reggie observaba al hombre, desde lejos se oyó el chillido agudo de un niño que debía haberse raspado la rodilla–. ¿Qué clase de beneficio crees que le proporcione a alguien como tú? ¿A ti en particular? –De pie una vez más (la pregunta era retórica, por supuesto), George le hizo una seña cortés a su acompañante, quien ocupó el lugar frente a Reggie.

Vamos, pensó Reggie al mirar al sol expuesto con los ojos entornados. Cae sobre nosotros. Este sería el momento ideal.

–Encontraste algo y lo tomaste. Ahora dinos qué es –exigió el segun do hombre.

–No puedo –respondió él o, al menos, lo intentó. Su lengua tembló al hacerlo.

El hombre unió las manos con una técnica poco sutil, pero, por todos los cielos, era muy veloz; sus dedos se movieron para formar las figuras crudas y el brillo blanco de un hechizo, que cobró vida antes de que Reggie pudiera siquiera inhalar. A continuación, le sujetó las manos con una fuerza ineludible. Con el espeso ceño fruncido, contempló las palmas de Reggie como si fuera a leerle la fortuna y predecir su futuro.

Será breve, pensó con desesperación, antes de que el blanco crepitara por su piel y lo hiciera gritar otra vez. Cuando terminó, uno de sus de dos, que había escapado del agarre del hombre, se desvió en un ángulo extraño.

–¿Qué es?

En esa oportunidad el amarre percibió la desesperación de Reggie por obedecer y responder a la pregunta. Su lengua suave y palpitante se sintió igual que en el momento en que le habían lanzado el hechizo: marcada y crepitante. Se lamentó y presionó su rostro ante la sensación, pero, a pesar de que el chillido pareció colarse en el aire, no afectó el idilio del parque en lo más mínimo. Las personas que los rodeaban bien podían ser parte de una pintura, dichosamente ajenas al berrinche de un pequeño en el suelo de mármol de una galería, seguras detrás del marco.

–Con un demonio. Maldito gusano. Mire esto, mi lord –dijo el segundo hombre.

–Maldición –exclamó George al ver la lengua de Reggie desde arriba. El símbolo del amarre debía estar brillando, ya que así se sentía–. No se hizo eso a sí mismo. De todas formas, existen límites para los amarres de silencio, formas para burlarlos –aseguró con el ceño fruncido–. ¿Qué es, Reggie? Haz señas si es necesario. Escríbelo, dibújalo en la tierra. Encuentra una forma.

El exitoso escritor estadounidense T. J. Klune describió a "El último juramento" como una novela "deliciosamente queer".
El exitoso escritor estadounidense T. J. Klune describió a "El último juramento" como una novela "deliciosamente queer".

La idea despertó un rayo de esperanzas en Reggie; sin embargo, cuando intentó mover las manos, ardieron con una oleada de calor en reprobación y se volvieron tan inertes como sus piernas. No sería fácil para ninguno de ellos.

–Muy bien. ¿Dónde está ahora? –insistió George con los ojos entre abiertos. Reggie respondió encogiéndose de hombros con total honestidad–. ¿Dónde lo viste por última vez?

El dolor del amarre pulsó en advertencia, por lo que no se atrevió a hablar, pero sus manos se levantaron cuando se lo ordenó, así que las agitó con frenesí.

–Bueno, es un avance –comentó el otro hombre.

–Así es. –George dirigió la mirada hacia el parque una vez más. Comenzó por el norte y luego giró lento en círculo, como un hombre perdido en busca de puntos de referencia. Cuando terminó la vuelta completa, empezó a conjurar su propio hechizo con la experticia y elegancia de un joyero que engarza eslabones diminutos. Luego extendió las manos cubiertas de magia para desplegar un mapa frente a Reggie, como si hubiera colgado un trozo de tela de un cordel. Brillaron líneas azules en el aire sobre un fondo de vacío absoluto; la más gruesa formaba la familiar serpiente que era el Támesis, con la ciudad a su alrededor.

Reggie señaló la ubicación aproximada de su oficina. No sintió nada palpable, pero el mapa cambió para mostrar una sección más pequeña de Londres. El río delimitaba los extremos este y sur, se extendía hacia Kensington al oeste y seguía el límite norte de Hyde Park. Era un hechizo encantador, Reggie se preguntó qué nivel de detalle alcanzaría si seguía señalando un lugar puntual.

–No queremos saber dónde estamos ahora, imbécil.

Con eso, Reggie logró indicar el edificio en sí: irónicamente, era un manto de piedra lisa al este de donde se encontraban, aunque su dedo estaba más cerca de Whitehall que del límite de Saint James.

–¿Es tu oficina? –George sonó sorprendido por primera vez, y Reggie alcanzó a asentir antes de que el hechizo latente quemara como castigo.

Casi no se dio cuenta cuando el mapa se disolvió en un parpadeo, pues tenía la lengua afuera, como si así pudiera hacer que el dolor pasara, y lágrimas en las mejillas. Mientras tanto, los otros dos hombres miraban en dirección al edificio a través del parque.

–¿Debemos…? –arriesgó el primero.

–No –dijo George–. Creo que eso es todo lo que conseguiremos sacarle con el amarre de silencio. Es suficiente, terminemos con esto. Nos vamos –sentenció, sin mirar a Reggie.

El hombre de sombrero se movió rápido otra vez. Lo anteúltimo que Reggie vio fue una marea blanca que le cubrió todo el cuerpo como una tela de araña. Lo último que vio, con su aliento final, fue el destello del sol sobre el bastón de George, que atravesaba la cortina de su hechizo para bajar la explanada sin prisa, un hombre que no tenía un sitio en particular al que llegar.

Quién es Freya Marske

♦ Es una escritora australiana de género fantástico con personajes LGBT+.

♦ Es una de las copresentadoras de Be the Serpent, un podcast de ficción especulativa, fandoms y tropos literarios, que fue nominado a los premios Hugo como mejor fancast.

♦ Su trabajo apareció en Analog Science Fiction and Fact, una revista estadounidense de ciencia ficción, y fue preseleccionado a las nominaciones al mejor cuento fantástico en los premios Aurealis.

♦ Escribió los libros El último juramento, Restless truth y Power unbound, de próxima aparición.

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