Hace unos días encontré en Instagram el término “journaling”. Lo había visto antes, pero nunca me había detenido a pensar en su significado. “Hacer journaling” es un término motivacional que designa una práctica hermosa y milenaria: escribir un diario. Pero la práctica del journaling tiene un aditivo: en inglés significa “viaje” y de un modo más o menos explícito se propone llevar un registro del viaje que es nuestra vida, un ejercicio de introspección en el que plasmar objetivos, miedos y, en última instancia, nuestro nivel de productividad. Es equivalente a un diario personal y a la vez no: nadie diría que Franz Kafka, por caso, “hacía journaling”, porque sus entradas eran más incoherentes, más vertiginosas.
A la misma tendencia pertenece la idea del “main character” (personaje principal). Los blogs y cuentas de redes sociales motivacionales popularizaron el concepto de “to be the main character in your life”, que refiere a dejar de vivir por inercia, tomar tus propias decisiones y atravesar las transformaciones típicas de un personaje en su viaje al crecimiento.
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Todos vimos, estamos viendo, veremos o nos arrepentimos de no haber visto Black Mirror, la serie que nos dio más de una alegría y muchos miedos. El título, que puede traducirse como “espejo negro”, refiere a un retrato estremecedor de nuestra sociedad, sobre todo en relación a la tecnología. Eso es lo que vuelve a repetirse en los artículos de internet y lo que dicen los creadores ahora que tenemos una nueva temporada para ver en Netflix. Aunque si lo pensamos bien, la tecnología es apenas un brazo más largo del mismo cuerpo: la condición humana. Se trabaja el tema de la crueldad infinita de que somos capaces, la estupidez, el autoritarismo, la inmoralidad de las corporaciones.
Sobre todo, hay un tema que fundamenta cada temporada: la incapacidad de vivir momentos reales. Con las plataformas en cada milímetro de nuestro cuerpo y de nuestra mente no queda lugar para las experiencias de verdad. De eso se trata el episodio más famoso, “En picada, en el que una chica se desvive por obtener la aprobación de los demás en su plataforma digital símil Instagram.
Otro caso: 15 millones de mérito”, la historia distópica de un mundo en el que todos pedalean en bicicletas estáticas para sobrevivir mientras ven un programa de televisión estúpido y vacío similar a American Idol. El protagonista, después de una serie de peripecias, logra llegar al escenario del programa y frente a las cámaras de TV ensaya un discurso de inmolación: “Así es como nos comunicamos y nos expresamos: comprando mierda”, dice. “Cuando encuentran algo real, lo dosifican en porciones pobres, lo aumentan, empaquetan y distribuyen en mil filtros preestablecidos hasta que no es más que una serie de luces vacías”.
Es habitual que en cada lanzamiento de temporada se publiquen cientos de artículos en internet sobre el significado de los episodios. Hagan la prueba, busquen en Google “Black Mirror Joan is awful” (“Joan de Black Mirror es horrible”) y van a ver títulos como “Explicación del primer capítulo de Black Mirror”, “La temporada 6, explicada”, etc. ¿Por qué tenemos la necesidad de que nos expliquen las cosas? ¿No podría ser ese el tema de un nuevo capítulo de la serie, el de alguien que consigue un algoritmo que le hace interpretaciones de todos los fenómenos de la realidad?
Joan is awful
El primer episodio de la sexta temporada se llama Joan is awful (Joan es horrible) y está protagonizado por Annie Murphy. Al principio vemos a Joan, una chica de clase media que vive en un suburbio con su novio y tiene un cargo supuestamente alto en una corporación tecnológica. En menos de diez minutos sabemos que a Joan no le tiembla el pulso a la hora de despedir a una amiga. “Es lo que decidió la junta directiva, perdón”, dice Joan, sin sentirlo de verdad. Luego, en una sesión con la psicóloga reconoce que vive por inercia, que su nuevo novio es soso y que extraña a su ex. “Quiero ser el personaje principal de mi vida”, formula. Black Mirror, fiel a su estilo, parece responder con una sonrisa socarrona: “Ok, pero cuidado con lo deseás”.
Esa misma noche, Joan y su novio se amodorran en el sillón y buscan una serie para ver. Detalle curioso: así como nosotros usamos Netflix, ellos usan una plataforma que se llama Streamberry, equivalente en interfaz y hasta en sonidos a Netflix. Después de scrollear un poco, encuentran una producción llamada Joan is awful. Aprietan play y descubren, él con curiosidad y Joan con terror, que es la vida de ella ficcionalizada. Punto por punto, los dos ven en el sillón cómo ella despide a su amiga, la confesión en terapia, un encuentro furtivo con el ex. El novio se enoja y se va, al otro día la verdadera Joan es despedida de su trabajo, cosa que se refleja en el episodio del día siguiente. La pesadilla empezó, Black Mirror levantó el voltaje al que nos tiene acostumbrados.
La pesadilla empezó, Black Mirror levantó el voltaje al que nos tiene acostumbrados
El problema, entonces, es que hay una serie llamada exactamente igual que la serie que nosotros vemos en la que pasa exactamente lo mismo que le pasa a Joan. Una actriz hace de Joan, quien al mismo tiempo ve una serie en la que otra actriz actúa de ella. Es como si yo, Pablo, esta noche encendiera el televisor y viera un programa basado en mi vida en el que el protagonista, Pablo, se queja de que hay un programa basado en su vida. A este procedimiento de poner una narración dentro de otra y extender la réplica hasta el infinito se le llama mise en abyme. Es un típico procedimiento de metaficción: lo que está dentro de la pantalla es consciente de su propio carácter ficcional.
Nosotros como espectadores tenemos dos reacciones posibles. La primera es reírnos y pensar con alivio que la vida de Joan es horrible, menos mal que nuestra vida de oficina confortable y aburrida es ajena a la metaficción. La segunda es ponernos paranoicos y pensar: Joan se queja de que está siendo ficcionalizada, pero no sabe que de hecho nosotros la vemos como un personaje; por lo tanto, ¿quién me asegura que yo mismo no soy el personaje de una serie?
Black Mirror intenta desde siempre que veamos la serie con actitud activa, asumiendo que lo que vemos podría ser un reflejo (un espejo) de nosotros. En un cuento de Jorge Luis Borges, La espera, un hombre metido en problemas con la mafia va al cine y no es capaz de ver que lo que pasa tras la pantalla es la historia de su propia vida. “Vio trágicas historias del hampa; éstas, sin duda, incluían errores, éstas, sin duda, incluían imágenes que también lo eran de su vida anterior; Villari no las advirtió porque la idea de una coincidencia entre el arte y la realidad era ajena a él”.
Las ruinas circulares
En 2023, considerar que somos los main characters de una película es, como dije antes, un cliché motivacional que circula en redes sociales. Pero hacerlo en 1940 era otra cosa. Ese año, la revista Sur publicó otro cuento de Borges llamado Las ruinas circulares. ¿Cuántos habrán sabido, esa mañana de diciembre de 1940, que estaban frente a uno de los cuentos más importantes de la literatura latinoamericana?
Las ruinas circulares -que más tarde se publicaría en el libro Ficciones- cuenta la historia de un mago que tiene un objetivo: crear un ser humano a partir de sus sueños. Es decir, soñar con una persona y darle de a poco rasgos vitales hasta que el personaje adquiera entidad y pueda vivir en el mundo real. “Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón”, nos dice el narrador. Y después, sobre el nuevo “hijo”: “Cada noche, lo percibía con mayor evidencia [...]; la noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro”. Al poco tiempo la nueva criatura despierta y empieza a vivir sin saber que es producto de un sueño. Hace su vida y se va, no sabemos más nada de él.
Nosotros nos quedamos con el mago, que se preocupa porque el fuego es el único elemento que podría revelarle a la criatura su naturaleza artificial. ¿Qué tal si descubre que es un simulacro? Al final, el cuento da un giro. Hay un incendio insalvable en el santuario y nuestro mago sabe que no hay escapatoria, va a morir. Sin embargo, cuando lo alcanzan las llamas tiene una revelación que Borges escribe en estas líneas finales: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.
Se escribió mucho sobre Las ruinas circulares. Algunos dicen que es una metáfora de la escritura: soñar un nuevo ser equivale a la creación artística, es el proceso de revolver en el caos del inconsciente, encontrar algo y darle forma hasta traerlo al mundo. Otras lecturas refieren su parecido con el viejo mito gnóstico del Golem, una figura de arcilla que cobra vida. Como suele pasar con los cuentos de Borges, cada lectura aporta un nuevo sentido. Sin ir más lejos, cuando releí la historia para esta nota me sorprendió descubrir que podía leerse como una alegoría del acto pedagógico...
¿Hay algo más real?
Si el cliché motivacional del main character busca llevar la realidad a los moldes de la ficción, el mago del cuento de Borges busca llevar la ficción a la realidad. Black Mirror oscila entre los dos polos. Por un lado nos muestra que Joan es parte de una ficción, ella se vuelve consciente de que también es parte del contenido de una plataforma de streaming. Y por otro lado, la plataforma Streamberry, al ser tan parecida a Netflix, nos lleva a preguntarnos si no estaremos habitando un mundo ficticio.
En Black Mirror el dispositivo que pasa de un lado del espejo al otro es la plataforma de streaming; en Borges es el acto de soñar. Hay motivos para creer que Ally Pankiw, la directora del episodio, leyó Las ruinas circulares: no por nada vemos en la primera escena a Joan durmiendo.
Pero la lectura de Borges se hace más interesante en otro sentido. Si vivimos la vida como un main character estamos reduciendo las experiencias, siempre caóticas e impredecibles, y justamente por eso infinitamente ricas, en el molde del arco narrativo. Introducción, nudo, desenlace, el viaje del héroe. Acá es donde aparece Borges y nos ofrece un vaso de agua. Frente a la predecibilidad y a la estructura narrativa preestablecida, ¿hay algo mejor que “la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños”? ¿Hay algo más real?
Así empieza “Las ruinas circulares”
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño.
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