Entre líneas y emociones: “Cartas abiertas”, la más reciente novela del colombiano Juan Esteban Constaín

La nueva publicación del también autor de “Calcio” es una de las obras incluidas en la colección ‘Mapa de las lenguas’.

Unos cuestionamientos interesantes abren esta novela: ¿Es posible reinventar el pasado? ¿Hasta qué punto la ficción puede cambiar el curso de lo que ya ha sucedido? Marcelino Quijano y Quadra, un invencible tahúr, hombre que pertenece a todas las épocas y a la vez a ninguna, dedica sus días a fabricar ficciones como si fueran muñecos de arcilla. Su oficio es tan misterioso como él mismo.

Roba cartas y husmea en ellas para encontrar la historia que esconden y así reescribirla y salvarla, como si fuera un dios. Es el año de 1988, y ante él, una tarea tan absurda y delirante que, de no haber ocurrido, todo como es ahora sería diferente desde entonces: la firma de la paz entre el Reino de Bélgica y el Departamento de Boyacá para detener una guerra que llevaba gestándose desde 1867.

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El trabajo de ficción más reciente del escritor colombiano Juan Esteban Constaín, tras el éxito que supuso “El hombre que no fue jueves”, es una novela en la que la realidad y la ficción se están entremezclando constantemente, una dualidad que define y le da sentido a la vida.

A través de una colección de cartas íntimas y personales, Constaín teje una trama que captura la esencia de las relaciones humanas. Con una prosa ágil y precisa, “Cartas abiertas” explora temas universales como el amor, la pérdida, la nostalgia y la esperanza. En todos ellos, la mirada del autor es siempre fresca y logra transmitir con maestría la complejidad de las emociones humanas.

Las cartas en estas páginas, escritas con una elegancia sobria y sin artificios, permiten que el lector se adentre en lo más hondo de las conciencias de los personajes, estableciendo una conexión íntima con sus dilemas, sus temores y anhelos.

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El estilo pulido de Constaín da cuenta de un dominio magistral del lenguaje, utilizando metáforas sutiles y descripciones evocadoras que enriquecen la experiencia de lectura. Desde hace tiempo que el autor viene dando pistas de su habilidad para explorar los límites de la emoción humana.

“En Cartas Abiertas hay un juego con el azar, con el destino, con el nombre de las cartas que se envían y las que se juegan, y en esa confluencia se van armando las historias y los personajes. Hay también una mezcla entre la realidad y la ficción, con momentos en los que hay que parar y decir ¿esto será verdad?”, escribe la poeta y periodista Mónica Quintero.

Junto a nombres como Ricardo Silva Romero, Evelio Rosero, Pablo Montoya o Tomás González, el de Juan Esteban Constaín es uno de los más imprescindibles de la escena literaria contemporánea en Colombia. No por nada, hace unos años fue una de las voces elegidas para formar parte de la segunda antología de Bogotá39, que reunía a los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años más prometedores.

Lo hecho en “Cartas abiertas”, obra con la que empieza a formar parte de la colección ‘Mapa de las lenguas’ del grupo editorial Penguin Random House, lo confirma, ya no como una de las promesas, sino como una realidad de la literatura latinoamericana en los últimos años.

Sobre el autor: Juan Esteban Constaín

  • Nació en Bogotá en 1979.
  • Estudió Literatura en la Universidad de los Andes y obtuvo un doctorado en Literatura Comparada en la Universidad de Harvard.
  • Su trayectoria literaria abarca tanto la ficción como ensayo, y ha sido reconocido con diversos premios y distinciones a lo largo de su carrera.
  • Con varias publicaciones exitosas, incluyendo novelas y ensayos, Juan Esteban Constaín se ha consolidado como uno de los escritores más destacados de la literatura contemporánea en Colombia.
  • Su obra ha sido elogiada por críticos y lectores, y su nombre figura entre los referentes de la literatura latinoamericana actual.

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Así empieza “Cartas abiertas”

Lo que de verdad le importaba, me dijo, era esa campana: sus tañidos a lado y lado de la guerra. Su voz metálica que trazaba sobre la nieve —porque fue en invierno, siempre lo es— una línea divisoria entre el horror, como quien rompe el hielo de un espejo. Fue en diciembre de 1915 en el Frente Occidental, en Douchy. Allí estaban ambos, Ernst Jünger y Robert Graves, y lo escribieron en sus respectivos diarios: el primero como una premonición, el segundo como una burla. Dice Jünger: “Hablamos con dos ingleses, uno de ellos se quitó el escudo de su chaqueta y me lo dio, en él hay un tigre y dos nombres inscritos: ‘Indostán, Lancaster’. Nos preguntaron en francés si teníamos cigarrillos, se los dimos. Qué extraño: llevamos ya más de un año de estarnos matando, y en los pocos momentos de paz y amistad que surgen entre las trincheras lo que hacemos es pedirnos fuego. Muchos creen en la paz, yo no; ni siquiera sé si me guste, si sea buena. Los ingleses elogiaron nuestros cigarrillos, les dije algo que pareció molestarles: ‘Claro, son indios…’. Pero después sonrieron, nos dimos la mano y se fueron. Quizás ellos también creen en esa tregua de Navidad de la que habla todo el mundo, igual a la del año pasado. Yo no…”. Dice Graves: “Sin que nadie lo supiera, bajamos Jack y yo desde Amiens hasta Douchy, o muy cerca. A él en verdad no le molesta nada: ni las balas, ni la sangre, ni el frío, ni la muerte, nada. Solo que todo el mundo le diga ‘Jack’, eso sí. ‘Eso es lo peor de esta guerra, que con ella va a empezar la democracia…’, fueron sus palabras. Un hombre de su rango no acepta que los inferiores lo traten con esa confianza; a mí me da igual, acaso porque no soy de su rango. Tampoco lo eran esos alemanes con los que nos encontramos ayer en nuestra primera incursión por la zona, salimos a la ‘tierra de nadie’ y allí estaban ellos, cinco o seis, riendo a carcajadas. Nos vieron y nos saludaron muy adustos, aunque sin ser hostiles. Ya no reían más, nos acercamos, Jack les pidió un cigarrillo, se lo dieron, fumamos y no estaba mal. Eso les dije y uno de ellos, muy joven, de ojos vivaces, me respondió en francés: ‘Sí, es que vienen de la India…’. Estuve a punto de reírme de su irreverencia, en cambio fingí algo de consternación, casi desprecio. Jack, para agradecerles, se quitó una insignia de la chaqueta que llevaba y se la dio, la insignia que habíamos estado viendo ayer: un tigre y el lema de la 4a Compañía: ‘Indostán, Lancaster’. La chaqueta la recogió Jack por el camino y era de uno de los nuestros al que vimos muerto en una zanja, debía de llevar muy poco allí, sus compañeros lo abandonaron o ni siquiera lo vieron morir; quizás aún lo estén buscando. Oldham se llamaba, según su placa, y Jack solo dijo: ‘Este es de los míos’, luego lo despojó de su chaqueta y seguimos…”.

Entonces, una noche de ese invierno de 1915, sucedió eso que tanto había intrigado y conmovido a Marcelino Quijano, según me dijo, y es que una campana empezó a repicar. También eso lo escribieron Jünger y Graves en sus diarios, y por ellos sabemos que es la misma campana, pues es la misma fecha, 22 de diciembre de 1915: “Como un pájaro desesperado, así retumban las campanas a esta hora…”, escribió Jünger; “no para de sonar esa campana, la señal de que acaso haya llegado el momento de largarnos de aquí…”, escribió Graves. Dos de los mejores escritores del siglo XX, dos de los más grandes y originales combatiendo en la Primera Guerra Mundial. No fueron tampoco los únicos, quizás no haya habido una guerra con tanto talento a su servicio, tantos artistas dispuestos a morir o a matar en sus trincheras. Pero que las huellas de Robert Graves y Ernst Jünger se hubieran cruzado sobre la nieve de ese invierno atroz de 1915 en el Frente Occidental, que hasta allí llegaran ambos y vieran su reflejo en el rostro del otro, eso sí era hermoso. Que se hubieran dado la mano los dos y luego la espalda, que sobrevivieran, eso sí valía la pena, insistía Marcelino Quijano. Un inglés y un alemán, dos enemigos, la humanidad: no hay trinchera que no sea un espejo.

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