Hablar de literatura latinoamericana, entre sus tantos matices, implica mencionar voces como la de José Antonio Ramos Sucre. Fue un poeta, educador, ensayista, diplomático y autodidacta visionario que quiso profundizar en la oscuridad de las letras, la exploración del simbolismo y el mundo interior, creando un estilo que muchos estudiosos han calificado como sombrío.
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La historia de Ramos Sucre inicia el 9 de junio de 1890, junto a las aguas del río Manzanares, en la ciudad de Cumaná, una de las más antiguas, no solo de Venezuela, sino también del continente americano. Allí, con una importante tradición humanística que influirá notablemente en su vida, empieza a enamorarse del mundo literario.
De pequeño, se caracterizó por ser un niño al que le gustaba sumergirse en los entornos de los mayores. Poco se le vio jugando o compartiendo con otros infantes; en su lugar, disfrutaba de otros espacios, especialmente cuando involucraban conversaciones de adultos. Allí permanecía como encantado, conociendo el mundo a través de aquellos diálogos de los que siempre buscaba aprender, una habilidad clave en su vida.
En ese entonces, su país atravesaba una dura situación a nivel político y social, que desembocó en conflictos civiles y sociales entre una población mayoritariamente rural y una élite urbana llena de privilegios. Por iniciativa de sus padres, Ramos Sucre es enviado a Carúpano, la ciudad donde vive su tío y padrino, un hombre dedicado a la historia y las letras.
Este nuevo lugar reforzó la inclinación del pequeño en las humanidades, por influencia de su tío aprende latín y se adentra aún más en la literatura. No obstante, tiempo más tarde su familia empieza a experimentar una dura situación económica que lo obliga a trabajar.
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Crecer y escribir: un estilo íntimo y oscuro
Grandes figuras literarias como Édgar Allan Poe son la fuente de la que bebe José Antonio. Sus primeros escritos empezaron a dejar a flote la exploración interna del simbolismo y la sensibilidad, por lo que su escritura usaba a menudo imágenes metafóricas con atmósferas oscuras llenas de magia que evocaban mundos desconocidos.
“Tú sucumbías a la memoria del mar nativo y sus alciones. Imaginabas superar con gemidos y plegarias la fatalidad de aquel destierro, y ocupabas algún intervalo de consolación musitando cantinelas borradas de tu memoria atribulada.
El temporal desordenaba tu cabellera, aumento de una figura macilenta, y su cortejo de relámpagos sobresaltaba tus ojos de violeta”
(Fragmento de La fuga de los alces huraños)
Muchos estudiosos coinciden en que el estilo de escritura de Ramos Sucre tuvo que ver con las adversidades que enfrentó desde niño a nivel físico y emocional. Se sabe que padeció de problemas de salud importantes que afectaron gran parte de su vida, entre ellos una enfermedad nerviosa que le provocaba insomnio, así como desórdenes mentales y una ceguera progresiva. A esto se suma el haber vivido en la pobreza, hecho por el que se dedicó a la docencia para ganarse la vida.
Los textos de José Antonio Ramos Sucre dieron cuenta de estas dolorosas situaciones y fue en la poesía donde pareció encontrar una vía de escape. En el tránsito de la ceguera progresiva, la mirada de Ramos Sucre cambió la dirección y se ocupó de observar lo que ocurría en su interior, de allí su contacto con la vida y la naturaleza y su exploración de temas existenciales y filosóficos donde la soledad, la muerte, la trascendencia y el tiempo serán sus sitios de mayor frecuencia.
“Antología” de Ramos Sucre
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El adiós al poeta
Sin esperanza de una curación y tras haber iniciado tratamientos para su enfermedad mental, sale de la estadía médica en un sanatorio al que se internó en 1930. Allí, por primera vez, intenta suicidarse con la ingesta de un somnífero y escribe el poema “Residuo”. Pero no será sino hasta su cumpleaños número 40, el 9 de junio de ese año que su segundo intento tuvo efecto. Nuevamente consume somníferos con la intención de morir el mismo día de su nacimiento, pero el suceso ocurre 4 días después.
La obra de Ramos Sucre no gozó de una gran popularidad durante su vida. Sin embargo, tuvo especial relevancia tras su muerte, convirtiéndose en una de las figuras claves de la poesía venezolana, de ahí su revalorización durante las últimas décadas.
Algunas de sus obras son: Trizas de papel, Sobre las huellas de Humboldt, Las formas del fuego, El cielo de esmalte, Antología.
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