Mariana Komiseroff: “Me crié en una villa y cuando era chica pensaba que si leía iba a salir de eso”

La escritora argentina acaba de publicar “La enfermedad de la noche”, en la que el edificio del Congreso y una trabajadora estatal son protagonistas, y la violencia atraviesa la trama.

Komiseroff nació en Don Torcuato en 1984. El género y los conflictos de clase atraviesan su obra literaria.

Son las ocho de una noche de otoño. En la librería-casa Alamut, un espacio único en el barrio porteño de Villa Crespo, se presenta La enfermedad de la noche, la nueva novela de Mariana Komiseroff (Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, 1984, autora de Fósforos mojados, De este lado del charco, Una nena muy blanca y Györ. Cronograma de una ausencia). Una novela con un comienzo inquietante, que aumenta en tensión a medida que avanza, que puede ser leída como thriller. Pero que es mucho más:

“Yo no maté a Diego. Fui cómplice. No me siento culpable. No me arrepiento”.

El lugar está lleno y no hay dónde sentarse. Hay gente en bancos junto a la barra y desparramada en los escalones que llevan a un entrepiso donde también hay personas. En un living con sillones y una mesa ratona se acomodan las presentadoras, Gabriela Borrelli y Gloria Peirano. Cerca, la editora, Ana Laura Pérez. Ella aparece vestida de negro, con un rodete y peinada de costado, y dos rosas amarillas envueltas en papel celofán. “Me las regaló mi hijo”, dice.

Si eran tres las flores, el regalo hubiera remitido a un libro de Raymond Carver, Tres rosas amarillas. Pero no. No es una referencia literaria sino un reencuentro de Mariana (que fue madre adolescente, y lo va a contar después en esta entrevista, y lo contó otras veces también) con su hijo. Ella vive en La Pampa. Él, en Buenos Aires. Es en el kilómetro 0 de la Argentina, en esta ciudad, donde transcurre la novela de Mariana: el Palacio del Congreso de la Nación.

Hay que verlo de noche, todo iluminado, majestuoso, con esa cúpula que se clava en el cielo negro, para compararlo con esos interiores oscuros, desatados, que conforman el espacio y el contexto principal de la novela narrada en primera persona por la protagonista, que consigue un trabajo nocturno como seguridad del Parlamento, mientras tiene que ocuparse de su hermano enfermo de diabetes. Enseguida la efectivizan y por eso va a decir: “Soy planta permanente”. Así empieza la charla por Zoom con la autora, otra tarde de otoño.

- “Soy planta permanente” es una frase que al menos se despliega en dos sentidos: la garantía de continuidad laboral pero también esa idea de potus, un vegetar en ese lugar un poco siniestro en la novela. ¿Lo pensaste así?

-Sí, igual, algo que dijo Gabi Borrelli en la presentación es que nota en mi obra que yo estoy obsesionada con el trabajo y en realidad yo pensaba que estaba obsesionada con la familia. Ahora estoy repensando si estoy obsesionada con las dos cosas, o cómo conviven la familia y el trabajo, sobre todo para las mujeres que nos ocupamos del trabajo de cuidado, tan invisibilizado. Con respecto a la planta permanente, yo noto una tendencia en el trabajo estatal que, a diferencia de las nuevas corrientes modernas, sobre todo con respecto a los trabajos free-lance que se renuevan todo el tiempo, y que la gente joven ahora cambia de trabajo constantemente, el Estado sigue conservando eso de “el trabajo para toda la vida”.

- ¿Y eso qué implica?

- Y eso acarrea en las personas un montón de cosas, de devenir potus, volverse planta, y algo que le pasa a la narradora de mi novela, que le dicen “acá te jubilás”, y que debería ser festejado para un personaje que anhelaba un trabajo fijo, con ciertas seguridades, como lo es un trabajo en el Estado, resulta una promesa inamovible. Y además, a qué costo. Yo estoy a favor de la ampliación del Estado, de los derechos de las políticas de estado y no estoy de acuerdo para nada en la reducción del trabajo estatal; sí siento que hay que hacer una revisión con respecto a que hay muchísimos puestos en los que no hay nada que hacer. Y eso va en detrimento de la salud mental de los trabajadores y trabajadoras.

- ¿El “acá te jubilás” es un poco como el “hasta que la muerte nos separe” en los matrimonios? Porque cuando hablás de trabajo y familia, en los dos casos se trata de instituciones.

- Sí, claro, la institución de la familia me interesa mucho. Esto que dijo Tolstoi en Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su modo”. Bueno, a mí me interesan las infelices. Y todas las instituciones que parecen artefactos grabados en piedra tienen un montón de tranquilidades, y las personas “disidentes” podemos descansar porque tenés el trabajo, la familia… también tiene mucho de asfixiante y de otras contradicciones. Otra de las cosas que me obsesiona como lectora es pensar de qué trabajan los personajes.

- ¿De dónde viene esa obsesión?

- De chica consumía mucha literatura inglesa, en la que yo decía: “Bueno, pero de qué trabaja esta gente, cómo hace para vivir”. O La caída de la casa Usher, de Poe: ¿cómo tienen esa casa esos personajes? ¿quién la pagó? Una cuestión de clase. Bueno, yo debería responder en mi literatura a esa pregunta: de qué trabajan mis personajes. Cada vez que profundizamos un poco, se abren más instituciones: familia, pareja, burocracia, salud pública, y así hasta el infinito. Todo el tiempo salimos de una institución y nos metemos en otra, así no sea en un espacio físico como el Palacio del Congreso, o un espacio más abstracto como el de la familia o de un romance.

- En una mesa redonda en una edición de la Feria del Libro de Buenos Aires con Gabriela Cabezón Cámara y Leo Oyola, él comentó que no lo querían dejar entrar “por negro” y vos contaste tu experiencia de ser madre adolescente. ¿Considerás que la clase te atraviesa, como el género?

- Si bien yo tengo un gusto personal por bordear la línea de la ficción y la realidad, cuando escribo (yo trabajo también en teatro y me gusta jugar con la experiencia personal, y que el espectador o el lector si sabe un poquito de mi vida, no tenga bien en claro qué me pasó y qué no me pasó), me interesa porque creo que la ficción es una construcción discursiva, así como la verdad. La verdad y la ficción son dos caras de la misma moneda. Yo tengo interés político en dejar en claro que escribo desde una posición que viene de una clase social a la que ya no pertenezco más porque tengo otros privilegios de los que soy absolutamente consciente. Pero sí nací y me crié en una villa, y yo pensaba que lo que me iba a salvar de la pobreza, con un complejo de clase impresionante, era la literatura. Es absurdo porque no se puede vivir de la literatura, pero cuando era chica pensaba que si leía iba a salir de eso.

- ¿Y la maternidad?

- Fui madre adolescente, y la maternidad en la adolescencia es una cuestión de clase. Yo escribo desde ese lugar y es una posición política. Si bien no significa que no trabaje la literatura como artefacto y no la piense como un panfleto porque empobrece, más que enriquece. Me gusta que la gente sepa: esta es una mina que puede venir a la Feria del Libro y me dejan pasar porque no parezco ni pobre ni negra ni racializada ni madre adolescente, pero lo soy. Lo puedo decir, lo digo. No por levantar la bandera de la maternidad adolescente, que me parece un tema bastante tabú. Por suerte ahora Dolores Reyes en Miseria la retoma. La cuestión de clase atraviesa toda mi literatura y también me interesa pensar cuáles son las jerarquías dentro de la misma clase social.

- ¿En qué sentido?

- Cómo se arma en un trabajo donde ganamos todos más o menos lo mismo y el jefe, que gana dos pesos más, el compañero que tiene un puestito un poco más arriba y otras responsabilidades. En De este lado del charco lo pensé con respecto al barrio, donde una familia pobre toma un terreno en frente de la casa del narrador, la madre dice “como son negros, hay que sacarlos con la Policía”. En Una nena muy blanca, lo pensé dentro de trabajadores en un restorán de un country; todos son pobres, todos van en bondi a trabajar y sin embargo, hay unas jerarquías muy marcadas. Y eso me interesa pensar, cómo somos todos pobres y después votamos a Milei.

El Congreso de la Nación, epicentro de la trama de "La enfermedad de la noche". ( Fotos: Charly Díaz Azcue /Comunicación Senado ).

- En “La enfermedad de la noche” están las jerarquías en relación al género y a los abusos y a los puestos jerárquicos dentro de la institución.

- La cuestión de género me interesa desde antes del NiUnaMenos, incluso antes de reconocerme como feminista. El primer texto que publiqué era sobre un aborto clandestino, pero era una chica que se tiene que hacer un aborto con pastillas en la casa mientras su novio va y se coge a una tanguera, como el lugar de los chabones frente al aborto. Cuando escribí De este lado del charco dije: no quiero escribir una novela de minitas porque todavía no éramos feministas en esa época, voy a escribir desde un narrador masculino porque mujer con narradora mujer va a ser novela rosa, novela de verano, entonces elegí un narrador chabón, camionero. Igual estaban las cuestiones de género porque lo puse con sus mujeres alrededor. Desde Una nena muy blanca escribo con narradores femeninos. En La enfermedad… dije: voy a meter una mina donde el trabajo es absolutamente masculino y a ver qué se arma ahí. Hay una lesbiana que transiciona a varón (Jorge), pero la masculinidad de personaje trans le habilita otros privilegios en ese espacio.

- También en el vínculo de Jorge con la narradora se ve la violencia.

- En la comunidad LGBT estamos pensando muy poco la violencia entre lesbianas, o sea, dentro de la misma comunidad. Parece que no existe. Y si bien las violencias que existen entre la narradora y Jorge son mínimas en relación a las otras violencias, está. Yo quería hablar de eso aunque no es el tema central de la novela. También la feminización de los cuerpos enfermos. Creo que un cuerpo enfermo es feminizado independientemente de su género. La manipulación que hacemos los cuerpos sanos sobre los cuerpos enfermos. Feminización/infantilización. El enfermo o la persona con discapacidad se vuelve niño o niña.

- ¿Y cómo impactó eso en tu obra?

- Cuando empiezo a escribir esta novela, la pienso a partir del insomnio como enfermedad crónica: la enfermedad de la noche. Yo soy insomne crónica y empecé pensándola así y luego me parecía una obviedad el insomnio con el trabajo de noche, entonces me enfoqué en la enfermedad física, más allá de que la diabetes está asociada primero a la gordura y el personaje no es gordo; se asocia a lo que come la persona y también por eso la cita de Sontag (“A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la de reino de los sanos y la del reino de los enfermos”, de La enfermedad y sus metáforas), porque se castiga mucho a la persona con diabetes: no hacés suficiente ejercicio, no comiste bien, no te hacés los controles… y además, para la trama, me servía como resolución.

- Referido a la diabetes mellitus, en la novela te referís a la discordancia de género porque sería masculino y se la coordina en femenino, que también está presente en el personaje de Jorge con adjetivos en femenino. ¿Cómo se relacionan las dos cosas?

- Cuando descubro la discordancia gramatical en la etimología del término diabetes fue como un hallazgo, pero antes de que incorporara al personaje de Jorge, me había pasado algo con el personaje de Gabriel (el hermano de la narradora), y era que un tipo se lo lleva en una bici porque lo confunde con una nena. Después la narradora lo ve y tiene la boca roja, como los labios pintados de una chica. Luego Jorge, que va a transicionar, se tiene que pintar los labios. Con respecto a la diabetes, lo considero la feminización de la enfermedad. Y veo la transición de género un poco así, como ese niño que fue llevado por un chabón que pensaba que era una nena. Por eso el padre le corta el pelo. Yo no soy una persona trans, soy una persona cis, pero habito y habité masculinidades y es un poco flexible eso. Por supuesto, las personas cis tenemos privilegios con respecto a las personas trans.

- Entonces...

- Yo también quería trabajar las violencias que sufre una persona trans en un ambiente masculino y luego ciertos privilegios que asume cuando finalmente transiciona. Privilegios débiles, tomados con pinzas. De todas maneras, el personaje de Norma, la sindicalista, es muy masculino. Lo que pasa es que estamos acostumbrados a pensar en términos muy binarios, pero todas esas características masculinas de ese personaje que necesita sostener para estar en ese puesto privilegiado y de poder también son transiciones de alguna manera. Hablo desde cierto lugar de privilegio porque soy una persona cis, estuve con una persona trans.

- ¿Por qué el título?

- La novela en un primer momento se llamaba Gente que no sabe dormir; de hecho hay un capítulo que se llama así, y después resolvimos con Ana (Laura Pérez, la editora) que no. Me doy cuenta que La enfermedad de la noche tiene múltiples sentidos y es más enriquecedora para la lectura de la novela. La noche en sí misma está llena de vicios y el infierno es encantador. La noche está buenísima. Te habilita a hacer cosas, como el carnaval, el día no. Hoy escuchaba a Marlene Wayar en una conferencia. Las travestis tienen destinadas ciertas horas para salir porque no pueden salir de día, pueden salir de noche independientemente de que tengan que ir al médico. La policía y la sociedad las habilita a salir de noche.

- Y la noche...

- La noche, para bien y para mal, habilita ciertas cuestiones y da rienda suelta a algunos vicios. Y además las personas que no dormimos de noche y estamos en una ciudad como Buenos Aires, entrás en una medio enajenante. En un momento la narradora no sabe si está llegando o se está yendo. Esas cosas de no dormir que te tocan un poco la cabeza. Y los trabajos nocturnos habilitan ciertas prácticas polémicas o ilegales que los trabajos de día dejan más expuestas, más en evidencia.

“La enfermedad de la noche” (fragmento)

Mano derecha

Las ganas de matar empezaron con Norma. Ella era una mina grande, estudiaba Dirección de Teatro en una universidad privada y necesitaba actores para una materia de la carrera. La conocí una de esas miles de veces en las que no tenía un mango, y aunque solo había hecho un taller de actuación en mi vida, vi el aviso del casting y fui. Quedé. En los ensayos me miraba con odio, me gritaba y humillaba, hasta que un día me dijo arrodillate y ladrá, en una escena que nada que ver, y me fui. A los dos días me pidió disculpas por teléfono. No había conseguido a nadie más que hiciera el ridículo por tan poca plata.

Yo interpretaba a una embarazada y los compañeros de Norma a los demás personajes. Ella decía que las microobras de Brecht duran quince minutos porque es imposible actuar o que el público soporte más tiempo tanta oscuridad. A mí la pobreza y la violencia de la obra no me conmovían tanto como a Norma y a mis compañeros. Me daba un poco de vergüenza no entender por qué lloraban en los ensayos. Imaginaba que el sucucho donde dormían los alemanes pobres era como mi habitación de cuando era chica, la que compartía con mi hermano, mi abuela, mi mamá y mi papá.

El lenguaje teatral también es parte de la vida y el trabajo de Komiseroff.

Socorro de invierno se llamaba la caja que los nazis les llevaban a los alemanes con hambre, llena de cosas que les robaban a los judíos. Nuestra caja PAN del radicalismo de los ochenta, me explicaba Norma, pero vos qué vas a saber. Era una mina que no se podía relajar nunca y acartonada recitaba en off el poema del principio. Presentó el trabajo y aprobó. Me pagó extra y con los ojos llenos de lágrimas me dio un abrazo de agradecimiento. No sé por qué, pero a partir de ahí me invitaba a su casa cada vez que se juntaba con sus amigos a cantar o a leer teatro clásico. Me insistía con que invitara a Hernán, mi novio de aquel entonces, con el que convivía en la casa de atrás de la de mi mamá, pero yo prefería caer sola porque los que íbamos a lo de Norma nos creíamos actores, escritores, artistas, pero solo éramos, en el mejor de los casos, unos oficinistas borrachos. Ellos solos, en realidad. Yo apenas era una borracha desempleada.

Me venía rondando la idea de hacerme puta, pero no sabía cómo mantenerlo a escondidas de Hernán. Creía que tenía experiencia porque me gustaba ser amiga de varones y la amistad con ellos la pagué siempre de la misma manera. Había cojido con tipos que no me gustaban. Siempre me sentí responsable de la calentura ajena. Era muy difícil para mí decirle que no a alguien que me acosaba.

Norma dejó la carrera de teatro, no tengo tiempo, decía, pero la verdad era que le daba complejo, aunque a nadie le importaba, estoy segura. No solo la acomplejaba ser la más grande entre sus compañeros, sino ser lesbiana. Nunca supe bien a qué se dedicaba hasta que me ofreció trabajo en el Estado.

Quién es Mariana Komiseroff

♦ Nació en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, en 1984.

♦ Es escritora, directora y crítica de teatro.

♦ Entre sus libros se cuentan Una nena muy blanca, De este lado del charco y La enfermedad de la noche.

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