Un episodio conocido como “la tormenta del siglo” tuvo lugar en la costa este de los Estados Unidos en octubre de 1991. El fenómeno, producto de una combinación insólita de diversos factores, provocó olas de más de treinta metros y vientos de hasta 180 kilómetros por hora, sacudiendo el mar con una violencia pocas veces vista. Según los meteorólogos, este fue uno de los eventos climáticos más atroces de la segunda mitad del siglo XX.
A partir de ello, seis años después de lo ocurrido, el escritor y periodista Sebastian Junger publicó un libro en el que, a partir de testimonios y una extensa serie de fuentes, recrea las angustias y las luchas de las personas afectadas por este evento sin precedentes en la historia del país.
Le puede interesar: Fue poeta a los 6 años y murió al caer por una ventana: Nika Turbiná y sus versos precoces
Con minuciosidad y una gran tensión narrativa, el autor describe las condiciones que dieron lugar al fenómeno y reconstruye, a manera de crónica, tres historias de quienes presenciaron y padecieron la tragedia.
La primera de ellas se centra en lo ocurrido con los seis tripulantes del barco pesquero Andrea Gail, quienes desaparecieron en alta mar, a cientos de kilómetros de Gloucester, Massachussetts, donde vivían junto a sus familias. La segunda, la de un velero que quedó atrapado durante la tormenta, y la tercera, sobre el rescate de los tripulantes de un helicóptero de salvamento que cayó al mar.
En “La tormenta perfecta” los lectores habrán de encontrar una pieza de la más alta factura literaria y periodística. Su ritmo, su tono, la forma en que está organizada hacen de esta crónica una de las más notables que vio la industria editorial estadounidense a finales de la década de los 90.
Le puede interesar: “Yo domino tan solo la lengua de los demás, la mía hace de mí lo que quiere”: Karl Kraus, un escritor satírico que incomodó a la burguesía europea de su época
El libro, casi desde el mismo momento de su publicación, se convirtió en bestseller. Con el tiempo ha pasado a ser un clásico del género de la crónica, razón por la cual el director Wolfgang Petersen se interesó en él para adaptarlo al cine.
La cinta, que contó con las actuaciones de George Clooney, Mark Wahlberg, William Fichtner, John C. Reilly, Diane Lane, Karen Allen y Mary Elizabeth Mastrantonio, se estrenó en el año 2000 y fue nominada a dos premios Óscar, al año siguiente.
En el fin de semana de su lanzamiento recaudó 42 millones de dólares en Estados Unidos y 328,7 millones más en todo el mundo. Después, varios familiares de las víctimas de la catástrofe se quejaron ante el hecho de que los nombres de sus seres queridos aparecían tal cual en la película y de que esta ficcionalizaba demasiado lo sucedido.
Le puede interesar: “Desconfío de los premios de los colonialistas”: Bora Chung, la escritora surcoreana que desafía la estética feminista en su país
Reeditada en 2023 por el sello Libros del Asteroide, con la traducción de Eduardo Jordá, “La tormenta perfecta” es una tremenda obra de no ficción que más de un lector sabrá apreciar. Une, como pocos libros, la caracterización vívida y compasiva con una prosa tensa y cargada de suspense, según reseñó en su momento el Seattle Times. “El relato no esquiva los hechos, pero te hace pasar las páginas sin parar desde el principio al final”.
Sobre el autor: Sebastian Junger
- Nació en Belmont, Massachusetts, en 1962.
- Es escritor, periodista y documentalista. Autor, entre otros libros, de “Fuego: el mundo en llamas” (2001), “A Death in Belmont” (2006), “Guerra” (2010), “Tribu” (2016) y “Freedom” (2021).
- Como periodista, editor de Vanity Fair y enviado especial de ABC News, ha cubierto multitud de conflictos a lo largo del mundo, y ha recibido el National Magazine Award y el Peabody Award.
Así empieza “La tormenta perfecta”
Cae una fina lluvia de otoño sobre los árboles y el olor del mar es tan intenso que casi podría absorberse a lengüetazos. Los camiones pasan traqueteando por la calle Rogers y unos hombres con camisetas manchadas de sangre de pescado se llaman a gritos desde la cubierta de los barcos. A sus pies, el océano se abalanza contra los negros pilotes del muelle y vuelve a ser engullido en dirección a los percebes. Latas de cerveza y trozos de poliestireno suben y bajan, mientras las manchas de gasóleo se ondulan como enormes medusas iridiscentes. Los barcos se balancean y crujen contra los cabos, y las gaviotas chillan y se agazapan y vuelven a chillar. Al otro lado de la calle Rogers y en la parte trasera del bar Crow’s Nest, cruzando la puerta y subiendo por la escalera de cemento, al final del pasillo alfombrado y tras una de las puertas de la izquierda, tendido sobre una cama doble, en la habitación 27, con una sábana extendida sobre el cuerpo, duerme Bobby Shatford.
Tiene un ojo morado. Hay latas de cerveza y envases de comida rápida esparcidos por la habitación. En el suelo hay una bolsa de lona de la que asoman camisetas y camisas de franela y pantalones vaqueros. A su lado, dormida, está su novia, Christina Cotter. Es una mujer atractiva, de cuarenta y pocos años y pelo castaño rojizo, con un rostro afilado y enérgico. En la habitación hay una televisión y un pequeño aparador coronado por un espejo y una silla como las que se ven en las cafeterías de instituto. El tapizado de plástico tiene quemaduras de cigarrillo. La ventana da a la calle Rogers, donde los camiones maniobran con dificultad para entrar en los almacenes de pescado.
Sigue lloviendo. Al otro lado de la calle está el almacén de suministros navales Rose Marine, donde se aprovisionan los barcos de pesca, y un poco más allá, en una pequeña dársena, está el Muelle de Pescado, donde los barcos descargan la mercancía. El muelle viene a ser un inmenso aparcamiento construido sobre pilotes. En el extremo que da a otro brazo de mar hay un astillero y un parque diminuto al que las madres llevan a sus hijos a jugar. En la esquina de la calle Haskell, con vistas al parque infantil, se erige una elegante casa de ladrillo diseñada por Charles Bulfinch, el famoso arquitecto de Boston. En un principio ese edificio se hallaba en Boston, en la intersección de las calles Washington y Summer, pero en 1850 lo izaron con grúas, lo metieron en una barcaza y lo trasladaron a Gloucester. Fue allí donde la madre de Bobby, Ethel, crio a sus cuatro hijos y a sus dos hijas. Ethel lleva catorce años de camarera a tiempo parcial en el Crow’s Nest. El abuelo de Ethel era pescador y sus dos hijas han salido con pescadores y sus cuatro hijos han sido pescadores en uno u otro momento de sus vidas. Algunos de ellos todavía lo son.
Seguir leyendo: