A menudo llamado el “poeta nacional”, Ramón López Velarde desarrolló su escritura durante la Revolución Mexicana. Tras su muerte a los 33 años, el 19 de junio de 1921, el poema “La suave patria” se reconoció como una de las principales expresiones de lo que constituía la nueva literatura nacida de la revolución. Los investigadores también han encontrado escritos en prosa, crónicas y ensayos políticos.
Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuán
que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
(Fragmento de La suave patria)
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Ramón López Velarde nació el 15 de junio de 1888 en Jerez de García Salinas, México, como parte de una familia religiosa de clase media; de allí que la educación moral católica fuera parte de su formación básica y estuviera profundamente ligada a su visión en la adultez.
El primogénito de nueve hermanos fue bautizado por su tío, quien murió años más tarde a manos de las tropas villistas en medio de la Revolución. Inició sus estudios en Aguascalientes, donde se trasladó con su familia por las actividades laborales de su padre y donde empezaría a desarrollar un interés por las humanidades.
La visión obsesiva sobre el pecado
La llegada a la adolescencia será un punto clave para López Velarde. Durante esta época surgieron en su interior varios conflictos debido a la confrontación entre lo que iba descubriendo sobre sí mismo y su estricta formación católica: el pecado ligado al sexo, los ideales de pureza y la demonización de la carne, aspectos que se verán a menudo en varios de sus poemas.
Tras el comienzo de sus estudios preparatorios para la carrera de Leyes, abandonando el seminario y negándose a ser sacerdote, la vida académica lo pondría a prueba. Descubrió en la poesía una forma de explorar las crisis que se forjaban en su interior. Escribió su primer poema conocido, titulado “A un imposible”, donde reflejó la melancolía de un amor inalcanzable e imposibilitado hacia Josefa, a la que llamó poéticamente “Fuensanta”, a quien conoció en una escuela de mujeres a donde fue enviado como castigo tras un robo a sus padres.
López Velarde consumió mucha literatura religiosa y durante su formación tuvo acceso a los escritores españoles clásicos, pero uno de los autores de quien recibiría la mayor influencia fue el poeta mexicano Manuel José Othón, uno de los precursores del modernismo.
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La obra de López Velard
“La sangre devota” fue su primer libro de poesías y en el que los investigadores más han profundizado, pues se señala que allí quedó registrada la preocupación por la patria y su propio destino, así como el dolor y el amor que sentía por su nación.
Más tarde aparecerán obras como “Zozobra” que incluían otros temas como el erotismo, la muerte y la religión, escrito tras la muerte de “Fuensanta”. Incluso, tras el fallecimiento de López Velarde, se empezaron a conocer otros escritos que dieron cuenta de su obra, así como también fueron reunidos algunos textos publicados en revistas y periódicos.
“La suave patria y otros poemas”
La crítica literaria ha dividido la obra de López Velarde en dos partes: de un lado, una etapa que permitió ver cierto grado de la inocencia de la provincia tradicional con tintes católicos que marcó la primera parte de su vida, y de otro, una especie de refinamiento de los sentidos con una nueva propuesta literaria que surge en pleno auge de la Revolución.
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De esto, Juan Villoro, escritor y periodista, dirá:
“El poeta estuvo mucho más cerca de la vida mundana de lo que podría pensarse. No era un poeta exclusivamente de lo sublime, del erotismo, de la religión; sino que también se interesó en la cosa pública, se interesó en ejercer la crítica social en el periodismo. Podemos ver que se beneficia mucho de la cercanía con el lenguaje popular”.
Por su parte, Alfonso García Morales, catedrático de la Universidad de Sevilla, señaló que el culto oficial del mexicano ha sido irrepetible y que marcó el inicio de la poesía mexicana contemporánea en una época convulsa en la que se rechazó el modernismo.
Algunas de sus obras son: La sangre devota, Zozobra, El son del corazón, El minutero, El don de febrero y otras prosas, Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles.
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