Considerado uno de los poetas más ilustres del Romanticismo por los críticos literarios, Giacomo Leopardi posicionó un estilo reflexivo y melancólico que arrojó a la literatura una poesía que se arraigó en la sensibilidad con una mirada pesimista. Este italiano, que navegó por la poesía, el ensayo, la narrativa y la filosofía, se caracterizó por una brillante erudición que construyó desde una edad temprana.
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Giacomo Leopardi nació el 29 de junio del año 1798 en Recanati y falleció el 14 del mismo mes en Napoli, en 1837. Los primeros años de su vida estuvieron marcados por una soledad inmensa. Pasó gran parte de su infancia encerrado en la biblioteca de su padre buscando un refugio del ambiente familiar del que se sentía ajeno. Los estantes de libros se convirtieron en su fiel compañía.
El entorno conservador y ultrareligioso fue otro de los aspectos que llevó al escritor a sumergirse en la lectura. De allí nació un interés particular en los autores clásicos grecolatinos a los que se consagró y quienes despertaron en él su pasión por la poesía. Así, se fue edificando su propia formación como erudito.
La enfermedad del cuerpo y el sentir poético
Desde que nació, el cuerpo de Giacomo Leopardi fue víctima de distintos padecimientos. Sufrió la enfermedad de Pott, una especie de tuberculosis vertebral que le curvó la espalda, además de presentar raquitismo. Más tarde, también se sumaron otros afecciones, como mala visión y asma, pero serían las consecuencias del cólera las que terminarían con su vida cuando tenía 38 años de edad.
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Mientras crecía acumulaba una vasta cultura; leyó a Homero a los once años, a los quince escribió un ensayo sobre el filósofo Porfirio y dominó varias lenguas. Estudió de manera autodidacta Filosofía, Ciencias Naturales, Astronomía e Historia. Tal fue su proceso que cuando su familia planteó que se preparara para el sacerdocio los maestros señalaron que era poco lo que podían ofrecerle. Giacomo Leopardi lo había estudiado casi todo.
Sin embargo, su salud se deterioraba. La fragilidad física de su cuerpo s unió con una sensibilidad particular también para su espíritu. Leopardi fue asociado con una nostalgia infinita que fue registrada en sus primeros versos, donde también estaban presentes tintes melancólicos y reflexivos, fruto de los diálogos de su memoria con sus experiencias lectoras.
En sus primeros escritos se evidencia un dolor y un pesimismo que mantendría a lo largo de su existencia, incluso incrementados por las desilusiones en su vida amorosa. La escritura le acompañó hasta el último momento y parte de ella quedó reunida en “Los cantos”, una obra poética publicada en 1831.
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A sí mismo
Reposarás por siempre,
cansado corazón! Murió el engaño
que eterno imaginé. Murió. Y advierto
que en mí, de lisonjeras ilusiones
con la esperanza, aun el anhelo ha muerto.
Para siempre reposa;
cese el palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.
Cálmate, y desespera
la última vez: a nuestra raza el Hado
sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo,
desdeña tu existencia y la Natura
y la potencia dura
que con oculto modo
sobre la ruina universal impera,
y la infinita vanidad del todo.
(Poema extraído de “Los cantos”)
En su obra también se encuentra una gran variedad de textos en los que Leopardi trató temas históricos, astronómicos y filosóficos. Uno de ellos titulado “Diálogos morales”, en el que se reúnen ideas del autor en torno a la miseria humana y las contradicciones de su contexto histórico.
“Diálogos morales”
Se considera que los repetidos fracasos en las relaciones amorosas lo impulsaron a emprender viajes por distintas ciudades italianas, a pesar de sus achaques de salud, aunque aún se carece información detallada de su vida sentimental. Residió en Bolonia, Milán, Florencia y Pisa. Sin embargo, finalmente, se radica en Nápoles, donde fallece en el año 1837.
Algunas de sus obras son: “Canzoni” (obra poética), “Versi”, “Canti”, “Epistola al conte Carlo Pepoli” y “Operette morali”.
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