Los mejores consejos para escribir de Ana María Shua: “No tenga miedo de...”

Por su corta extensión, es uno de los formatos más complejos de la literatura. La autora, que insiste que asemejarlo a un tuit es “como comparar una resma de papel con una novela”, comparte tips y ejercicios para animarse sin temor a fallar.

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Ana María Shua: "Lo más
Ana María Shua: "Lo más importante es saber que no se trata de un arte menor: un microrrelato es literatura. Quien quiera probarse, no debería proponerse ser microrrelatista, sino escritor".

Se los compara con un rayo, un estallido, un relámpago. Se habla de su carácter sugerente y elíptico, de todo lo que no está dicho en esas pequeñas piezas que, sin ser especialista, uno diría que parecen ser el equivalente del haiku japonés pero en relación al género del cuento: relatos cortos, de no más de trescientas palabras, que pretenden ser…inolvidables para el lector.

Los microrrelatos se definen -y eso que hay más de mil definiciones circulando-, básicamente, porque apelan a la síntesis de la narración literaria: los autores se las ingenian para hacer caber en un pequeño espacio relatos memorables.

Los ejemplos son de los más variados, e incluso curiosos: el mexicano Guillermo Samperio escribió como título “El fantasma”, y dejó su página en blanco. Otros son famosos y, se diría, perfectos, como aquel ya famoso del hondureño Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Otros tienen dos párrafos, tres, a lo sumo una página de extensión.

Pero, ojo, no se trata de juegos de ingenio, ni la extensión es lo único importante: de lo que se trata es de hacer literatura. En este sentido, Ana María Shua (Buenos Aires, 1951), escritora de vasta trayectoria y referente en lengua española de este género, explica: “Es un arte, y un arte que se puede aprender”. Cuatro décadas de trayectoria y numerosos reconocimientos la confirman, además, como una de las escritoras más reconocidas del continente.

Pensando justamente en quienes buscan sumergirse en la práctica de la escritura, es que escribió y ahora publica Cómo escribir un microrrelato (Siglo Veintiuno Editores), una obra en la que no solo reúne sus reflexiones sobre el género, y sobre muchas otras cuestiones vinculadas al oficio de escribir, sino también ejercicios prácticos y tips, lecturas sugeridas y ejemplos, alentando al lector a probarse en la escritura de microrrelatos a encontrar “la voz propia”.

Ana María Shua define al
Ana María Shua define al microrrelato como "la posibilidad de expresar el máximo significado posible en la menor cantidad de significante".

En su caso, la predilección por este formato se remonta a los orígenes de su historia como autora: ella quería publicar en formato corto, pero ¿quién publicaría microrrelatos de una autora desconocida?, se preguntó.

Así que arrancó con la poesía: en 1967 publicó el poemario El sol y yo, con apenas 16 años, y en 1984 obtuvo repercusión con la novela Los amores de Laurita, que la dejó durante un tiempo apegada al género erótico. No vino mal.

Pero el batacazo llegó en 1979 -ya en plena dictadura militar-, cuando se alzó con el primer premio de Editorial Losada de Novela, con Soy paciente. El otro concurso de narrativa importante era el de Coca Cola, que ganó Enrique Fogwill. “Así pude empezar a publicar”, cuenta. Así, empezó a darse sus gustos. Los años sirvieron para liberar ese fabuloso caudal que terminaría consagrándola como una de las mayores y más versátiles narradoras de su generación.

Escribe y publica haikus, microrrelatos, cuentos y novelas. También literatura infantil, mucha: es el género en el que suma más lectores y a nivel continental. “Aunque uno nunca tiene seguridad absoluta”, dice, incluso habiendo pruebas de una imaginación pródiga, durante más de cuatro décadas dedicadas al oficio literario.

Ahora, concentrémonos en su libro: queremos saber todo. Empecemos por el comienzo:

-¿Si uno quiere escribir microrrelatos, hay algo que deba saber antes de empezar?

-Creo que lo más importante es saber que no se trata de un arte menor: un microrrelato es literatura. Quien quiera probarse, no debería proponerse ser microrrelatista, sino escritor… La otra noción fundamental es recordar que un microrrelato no es mejor cuanto más breve: cada texto debe tener la extensión que necesite, tres palabras o mil páginas, todo vale.

-Hay más de mil definiciones de microrrelato, ¿cuál es la tuya o la que más te cierra?

-Para lucirme, podría compararlo con una mariposa, un relámpago, un perfume… Pero para trabajar el tema prefiero la definición más simple: microrrelato es un texto narrativo que no tiene más de trescientas palabras. Punto.

-En el libro mencionás que el término microrrelato fue acuñado en 1977 por un mexicano, es decir, que es un género de origen latinoamericano...

-Que el término haya aparecido en 1977 no significa que en ese momento haya surgido el género. De hecho, en 1955 Borges y Bioy publicaron Cuentos breves y extraordinarios, la primera antología de lo que hoy llamamos microrrelatos y que en ese momento se llamaba “cuento brevísimo”. Ahora los críticos españoles y latinoamericanos discuten arduamente acerca de dónde nació el microrrelato. Quizás en América Latina apareció con características propias, pero en Europa hay antecedentes importantísimos, como los surrealistas franceses, por ejemplo.

-¿Y quién es para vos el mejor escritor de microrrelato del último siglo, de tener que elegir?

-Si hablamos del Siglo XX, para mí es sin duda Franz Kafka. Ni español ni latinoamericano. En el siglo XXI todavía no se sabe…

Ana María Shua eligió a
Ana María Shua eligió a Franz Kafka como el mejor autor de microrrelatos del siglo XX.

-¿Te deben haber preguntado mil veces si el microrrelato es la versión literaria del tuit? Está mal, seguro, la comparación…

-El tuit es un formato que se puede usar para denostar rivales políticos, hacer declaraciones glamorosas, pasar chismes de la farándula, discutir sobre economía política…Es simplemente un formato de 280 caracteres que obviamente también se puede usar para escribir literatura, pero compararlo con un microrrelato es como comparar una resma de papel con una novela.

-Entonces, ¿cómo arrancamos? ¿Por el tema, el final, una anécdota?

-Ah, eso nunca se sabe… Es parte del misterio. A veces ayuda tener un tema. Otras, se parte de una situación o simplemente de una frase, de un sonido. Cuando estoy escribiendo microrrelatos, me sirve mucho leer otros textos del género, sobre todo los geniales de los grandes maestros, y a veces también me sirven leer microrrelatos malos, porque me disparan ideas y me muestran lo que no debo hacer.

-Y después, ¿se depura ese relato a su mínima expresión, intentando que preserve una estética?

-No, yo no estoy de acuerdo con los consejos para resumir, recortar, achicar. Cada texto necesita su propia respiración. Un microrrelato tiene que nacer pequeño, no es como el zapatito de Cenicienta en que para calzárselo hay que terminar por cortar el talón o los dedos de los pies. Y además, no es mejor cuanto más breve. Del caos de la realidad hay que tomar una porción mínima.

-¿Dirías que cualquier relato o historia puede adaptarse a este formato?

-No, no cualquier relato sirve. Hay historias en las que el desarrollo de la acción o la psicología de los personajes necesitan cientos y hasta miles de páginas. Otras, dan como resultado cuentos tradicionales. Aquí tenemos que volver a la idea de relámpago, y no siempre tiene que ser exactamente una historia: en el microrrelato la narratividad puede ser algo muy tenue. Puede tener la forma de un ensayo, o de un parte meteorológico…De todos modos, los grandes autores siempre nos sorprenden. Por ejemplo, Robert Hass es un poeta estadounidense que escribió Una historia sobre el cuerpo, y logró desarrollar psicología de personajes en veinte líneas. Un texto maravilloso que se puede leer en Internet.

En 1955 Borges y Bioy
En 1955 Borges y Bioy publicaron "Cuentos breves y extraordinarios", la primera antología de lo que hoy llamamos microrrelatos y que en ese momento se llamaba “cuento brevísimo”.

-¿Qué hacemos, o qué hacés vos, si sentís que el microrrelato, de tan corto, podría resultar mal interpretado por el lector? ¿Leerlo en voz alta funciona?

-Bueno, si uno lo escribió es porque piensa que se entiende, de modo que leerlo en voz alta para sí mismo no es muy útil, pero si hay dudas no está mal torturar un poco a los primeros lectores que uno tiene a su alrededor: amigos, cónyuges, colegas... De hecho, yo siempre doy a leer mis textos a otras personas antes de mandárselos a mis editores.

-Y siendo jurado en tantos concursos, ¿cuál creés que es el error más frecuente entre los autores del género?

-El mayor error es no leer. Hay que conocer los textos de Kafka, Borges, Cortázar, Calvino, Michaux, Max Aub, para entender todo lo que el género es.

-¿Cómo evitar que un microrrelato con humor se convierta en un chiste malo, por ejemplo?

-A veces no se puede evitar, pero sí se puede evitar publicarlo. Para eso uno tiene a sus lectores de confianza.

-¿Y el estilo propio, cómo se reconoce?

-Ah, ¡qué pregunta difícil! Yo recién lo pude reconocer cuando leí a otros autores que me imitaban…(risas)

-Habrás oído a quienes dicen que la corrección es la verdadera o más importante instancia creativa cuando se escribe literatura. ¿Para vos también lo es?

-No. La idea, el tono, la escritura, son esenciales, así como la corrección también. ¿Qué es más importante en la creación de un brillante, encontrar la piedra o tallarla? Si falla cualquiera de las dos cosas, no hay joya.

-¿Qué es lo que más te atrae o interesa de esta forma de literatura que utiliza la síntesis como concepto o condición de producción?

-La posibilidad de expresar el máximo significado posible en la menor cantidad de significante, e intentar que eso resulte… inolvidable.

“Cómo escribir un microrrelato” (fragmento)

"Cómo escribir un microrrelato", de
"Cómo escribir un microrrelato", de Ana María Shua, editado por Siglo XXI.

Los errores más comunes y cómo evitarlos

Comprensión y compresión

El microrrelato trabaja con la elisión y la elipsis, es decir, salteando parte de la información que no se considera imprescindible. Se trata, además, de comprimir la mayor cantidad posible de significado en la menor cantidad posible de palabras. Esta es una característica del género que, mal manejada, puede llevar a textos incomprensibles. A veces alguien que ha trabajado y retrabajado mil veces un microrrelato de cinco líneas se olvida de que quien lee solo conoce el resultado final. Como en su cabeza el tema y la resolución están presentes con toda claridad, no se da cuenta de que no ha dejado en pie suficientes claves para la comprensión del texto.

Hay algunas técnicas para obtener la máxima brevedad posible, pero en términos generales, le aconsejo desconfiar de los resúmenes. Si la primera versión de lo que usted ha escrito tiene dos o tres páginas, lo más probable es que no se entienda en cinco líneas. Quizás deba ampliarlo para convertirlo en un cuento más largo o trabajarlo en ese formato de cuento breve que también es válido: su primera obligación no es escribir hiperbreve, es escribir bien.

¿Cómo saber si un micro realmente se entiende? Si usted tiene dudas, es muy probable que haya problemas. Para asegurarse, haga que lean el texto cuatro o cinco personas cuya lectura le interese. Si no lo entienden, será necesario reconstruirlo dando más información. Atención: le aconsejé que lo haga leer y no escuchar. No es lo mismo que se lo lea usted en voz alta a alguien que esté escuchando. Con la entonación, la expresión facial y los gestos podría estar llenando los huecos de comprensión, dando información que en realidad no está en las palabras que ha escrito.

Lo que no sabe quien lee

Aceptemos las contradicciones. Estamos en el misterioso, resbaladizo terreno de la literatura, nada es tan evidente ni va en una sola dirección. Hemos hablado acerca de cómo trabajar con los conocimientos de quien lee, que sabe más de lo que cree. Se supone, además, que alguien que ha elegido leer microrrelatos es alguien que lee mucho y que tiene una buena dosis de cultura general.

Sin embargo, hay que tener muchísimo cuidado de no abusar de esos conocimientos, porque el texto se volverá incomprensible. Si usted menciona a la Bella Durmiente, ya sabemos que su historia incluye una siesta de cien años, aunque no la mencione. Si usted escribe sobre el sapo y la princesa, sabemos que habrá un beso transformador. Si usted quiere darle otro final al cuento de Cenicienta, puede contar con que el lector nada ignora sobre el príncipe, las hermanastras y el zapatito de cristal. Nadie se olvida de que el Patito Feo se transformó en cisne. Pero no todo el mundo recuerda para qué servían las Zapatillas Rojas, o por qué la llamaban así a Piel de Piojo.

A veces la familiaridad que tenemos, por motivos personales, con alguna circunstancia, objeto o hecho histórico nos hace creer que todo el mundo la comparte. Recuerdo el caso de una autora que, desde hacía veinte años, trabajaba todo el día en un banco frente a una máquina que hacía un ruido muy peculiar. Ella estaba convencida de que imitando ese ruido en forma de onomatopeya en su cuento, todos iban a entender de qué se trataba y no pude convencerla de ningún modo de que debía dar una breve descripción de la máquina, o al menos un poco más de información sobre su función. Nunca consiguió publicar ese cuento, que resultaba absolutamente incomprensible y misterioso.

Muchos personajes de Shakespeare se han convertido en lugares comunes de la cultura. Usted no tendrá necesidad de explicarle al lector cuáles son los problemas de Hamlet o de Romeo y Julieta, ni convencerlo de que Otelo es un celoso patológico. Pero no se le ocurra citar sin explicaciones a un personaje de Christopher Marlowe (un autor isabelino que tuvo gran influencia sobre Shakespeare) porque el 99% de quienes leen no sabrán a qué se está refiriendo. Y aun ateniéndose rigurosamente a Shakespeare, si usted cita a un personaje de Medida por medida o de Eduardo III, es preferible que explique quién es. Todo el mundo asocia al Quijote con los molinos de viento, pero si nos metemos, por ejemplo, con el episodio de los batanes (una de las aventuras más escatológicas y desopilantes del buen hidalgo) será preferible relatar en pocas palabras de qué se trata.

A veces basta con una explicación muy breve para que se entienda todo. No tenga miedo de gastar un par de líneas en asegurarse la comprensión de quien lee. Fíjese cuánta información nos da Robert Hass en unas pocas líneas en el genial comienzo de “Una historia sobre el cuerpo”:

El joven compositor, que trabajaba ese verano en una colonia de artistas, la había observado durante una semana. Ella era japonesa, pintora, tenía casi sesenta y él pensó que estaba enamorado de ella. Amaba su trabajo y su trabajo era como la forma en que ella movía su cuerpo, usaba sus manos, lo miraba a los ojos cuando daba respuestas divertidas y consideradas a las preguntas de él.

Podría ser el comienzo de una novela y sin embargo la historia se resuelve en solo veinte líneas.

No diría que Julio Cortázar cometió un error en el bellísimo y terrible microrrelato “Aserrín aserrán” de su libro Territorios. Lo que sucedió es que lo escribió sobre todo para un público argentino.

Les entregó voluntariamente los anteojos de ver cerca, los bifocales y los de sol. Los de luna casi no los había usado y ni siquiera los vieron. Le quitaron el alfabeto y el arroz con pollo, su hermana muerta a los diez años, la guerra de Vietnam y los discos de Earl Hines. Cuando le quitaron lo que faltaba –esas cosas llevan tiempo, pero también se lo habían quitado– empezó a reírse. Le quitaron la risa y el hombre de blanco esperó, porque él sí tenía todo el tiempo necesario. Al final pidió pan y no le dieron, pidió queso y le dieron un hueso. Lo que sigue lo sabe cualquier niño, pregúntele.

Lo que sigue lo sabe cualquier niño… argentino. Y de algunos otros países latinoamericanos. Pero cuando les leí ese texto a un grupo de españoles (se trataba de un taller de microrrelato en la Universidad Menéndez y Pelayo), sus expresiones de incomprensión me demostraron, para mi gran sorpresa, que se habían quedado en ayunas.

Es que en la Argentina (y Bolivia y Venezuela), nuestra versión de la canción popular “Aserrín aserrán” termina así:

Aserrín, aserrán,

Los maderos de San Juán, Piden pan, no les dan

Piden queso, les dan un hueso Y les cortan el pescuezo.

Y por supuesto cualquiera lo sabe. Pero quien no conozca esa versión, que no se canta en España, no puede entender cómo termina el relato de Cortázar.

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