Durante la década de los 70 el mundo de las letras fue testigo de la llegada de una joven poeta de la Unión Soviética que sorprendió a todos con su precoz talento. Cuando tenía tres años recitaba poemas que escuchaba, según ella, de una voz que le susurraba al oído. A los seis, ya escribía sus primeros versos y a los diez publicó su primer poemario.
Aquella niña prodigiosa se llamaba Nika Turbiná. Había nacido en diciembre de 1974 y en cuanto comenzó a dar muestras de su talento el escritor Yulián Semiónov decidió apadrinarla para acompañar su crecimiento en la literatura.
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El talento de Turbiná no iba solo enfocado a la poesía. De hecho, fue prodigiosa también en la música y las matemáticas. Su intelecto, desde muy temprana edad, la mantuvo alejada del resto de niños. Sus conversaciones y los juicios que emitía eran más parecidos a los de un adulto que había superado ya la barrera de los 30.
Para ella, la poesía se relacionaba con los números y la métrica en las melodías. La semejanza no estaba tanto en su belleza o construcción, sino en la complejidad y perfección que toda arte ofrece.
Aquel primer libro de Turbiná se convirtió rápidamente en un fenómeno de ventas en la Unión Soviética y pronto llamó la atención de toda Europa. Titulado “Primer borrador”, el poemario vendió aproximadamente 30.000 ejemplares en su primera tirada y fue traducido a 12 idiomas.
No satisfecha con esto, la poeta dio señales de merecer mucho más y recibió el León de Oro en una de las ediciones del Festival de Poesía de Venecia que se llevó a cabo en esos años. Hasta entonces, solo la poeta Anna Ajmátova lo había conseguido a sus 65 años. El galardón suponía el reconocimiento a toda una obra, pero en el caso de Turbiná, así como fue prematura su aparición, también lo fue su consagración.
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Los versos de Nika Turbiná exploraban temas como la soledad, la muerte, la no identidad y la infancia imposible. La mayoría de ellos han sido reunidos por primera vez en español, gracias a la traducción de Natalia Litvinova, en un ejemplar titulado “La infancia huyó de mí”, publicado en 2018 por la editorial Llantén.
En estas páginas, la voz de Turbiná se torna muerta en vida. Los versos son sombríos al tiempo que luminosos. Captan la belleza en el dolor.
La voz
Por las avenidas del parque,
como una canica de cristal,
tu voz vibrante
se me adelanta.
Corre por los techos,
entre las hojas,
en el susurro del otoño
encuentra su música.
Frena de golpe
junto a ese banco
donde hay
un farol roto.
La risa de tu canica de cristal
lanza chispas
y de pronto el farol roto
se ilumina.
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A lo largo de su vida, Turbiná buscó siempre que la poesía fuera el medio para romper los muros que la separaban del mundo. Sus versos eran, en últimas, su compañía más leal.
Mis poemas
Mis poemas se parecen
a un manojo de hilos
enredados por un niño.
Por la mañana intento
separarlos en hermosos ovillos.
¡Pero qué tarea absurda!
Ya al atardecer,
el piso, la pared, la calle, las casas,
todo confundido.
Mis poemas se parecen
a un largo manto de varios colores.
No, al camino
por el que haré rodar
mi ovillo, mi siglo...
Que un niño enrede los hilos,
no es posible ir por un camino recto.
Y con sólo un color no se puede
llenar el mundo entero.
Que mis palabras sean un arcoíris.
Nika Turbiná vivió temiéndole a la soledad. Nunca tuvo muchos amigos y con el tiempo comenzó a dejar de compartir sus poemas. Prefería escribirlos para ella misma. Su fama precoz la obligó a lidiar con asuntos que la superaron en muchas ocasiones, de allí que terminara refugiándose en el alcohol.
En mayo de 2002, cuando tenía 27 años, se reunió con algunos amigos en su casa. Bebieron y charlaron un rato. Después, todos salvo ella salieron a buscar algo de comer, momento en el que Nika se sentó en el alféizar de la ventana, mientras fumaba un cigarrillo. Siempre lo hacía, dejando que colgaran sus piernas mientras lo contemplaba todo con mirada atenta. En ese momento, diferente a las otras veces, Nika perdió el equilibrio y sin más, se dejó caer. Era un quinto piso.
A pesar de sus antecedentes psiquiátricos, la policía no consideró el acto como un suicidio y calificaron el suceso como un accidente. Sin embargo, en el documento oficial el motivo de la muerte está señalado con una raya garabateada. A los 6 años, Nika Turbiná escribió sus primeros versos. Tan pronto como inició, todo se terminó. No bastaron más de dos segundos.
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