“Aquí todo el mundo sabe que en el norte separan a las familias, lo muestran por televisión. Ayer, sin ir más lejos, vimos a un cipotillo de tres años aferrado a las piernas de su padre, llorando a gritos, pobrecito, y vimos cómo lo agarraron de los bracitos y lo apartaron a tirones. Y también vemos a los niños que los coyotes abandonan solos en el desierto. ¡Algunos son tan chiquitos!”, escribe Isabel Allende en su nueva novela, El viento conoce mi nombre y estremece.
El libro, que a pocos días de su lanzamiento mundial, ya escaló al primer puesto de los rankings de ventas en América latina, Estados Unidos y España, promete ser otro de los tantos récords en la trayectoria de la escritora chilena. Porque Allende, se sabe, es un gran fenómeno editorial. Con 77 millones de ejemplares vendidos de toda su obra y la traducción a 40 idiomas, Allende es la escritora viva más leída en lengua española y también es la más traducida, según el Mapa Mundial de la Traducción del Instituto Cervantes.
Con El viento conoce mi nombre expone uno de los dramas que más le preocupan: la inmigración, los refugiados y la separación de niños de sus familias, a fuerza de terror, miedos, enfermedades, mundos imaginarios y silencio, mucho silencio. En esta novela —su libro más actual— la historia de una niña ciega, Anita, que huye de El Salvador expone la política inmigratoria de los Estados Unidos, que comenzó con Donald Trump y que continúa hoy, se entrelaza con el nazismo y la historia de Samuel, uno de los diez mil niños judíos menores de diecisiete años que fueron rescatados por el Kindertransport, en 1938 y llevados a Gran Bretaña. Pero a estos niños no solo los conecta el horror, sino la bondad, la valentía y el amor.
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En rueda de prensa global, la autora de La casa de los espíritus, Violeta y Eva Luna, primero cuenta vía Zoom desde Sausalito, California, que está durmiendo en su oficina porque su marido tiene COVID. Pero pronto, Allende vuelve al tema que la convoca: la tragedia del desarraigo, la reunificación de familias que fueron separadas y dice: “La Historia se repite si no sabemos evitarla”.
Niños en jaulas y padres desesperados
Allende confirma que, un poco por superstición y otro por disciplina, comienza la escritura de sus libros todos los 8 de enero. Esta vez, la escritora chilena explica que el disparador, “la mecha fue que en el 2018, en los Estados Unidos, hubo una política de Trump de separar a las familias que pedían refugio o asilo en los Estados Unidos. Y miles de niños fueron separados de sus padres en la frontera. Algunos eran bebés que estaban amamantando todavía, que se los arrancaron de los brazos a las madres”.
Y sigue con la descripción trágica: “Apareció en la prensa de entonces el reportaje de los niños en jaulas llorando en pésimas condiciones y los padres desesperados y nadie pensó en la reunificación”, advierte preocupada y continúa: “Cuando el clamor público acabó con esa política, porque ya no se podía sostener, se siguió haciendo de noche, ya escondida, pero ya no era una política oficial” ¿Qué sucede ahora? “No pudieron reunir a todas las familias porque habían deportado a los padres, no habían seguido la pista de los niños, y el resultado es que todavía tenemos mil niños que no han podido ser reunificados con su familia”, dice Allende y estruja el corazón.
La escritora chilena hace referencia a los cientos de casos de este estilo que reciben a diario en la Fundación Isabel Allende, como el caso real de una nena llamada Juliana, de siete años y ciega, a la que habían separado de su mamá. En ella basó el personaje Anita de El viento conoce mi nombre. “No es la primera vez en la historia de que los niños son separados de los padres a la fuerza. Y ahí me remití a cuando los niños judíos fueron separados de sus padres para salvarlos de los nazis en 1938″, cuenta. “Para mí era importante comparar lo que pasó entonces con lo que pasa hoy”, explica.
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“Esta nena está traumatizada, echa de menos a su madre, ha sido arrancada de todo lo que conoce, de su familia, sus amigos, su escuela, su barrio, su lengua. ¿Se imagina lo que es eso?”, escribe en su novela y Allende recuerda que ella, como el personaje de Anita, “viví de chica en un mundo imaginario que sucedía casi todo en el sótano de la casa de mi abuelo, donde supuestamente yo no debía entrar, pero encontré la manera de entrar. Y ahí yo tenía mi propio universo” y agrega: “he visto entre los niños traumatizados que hay en la frontera. Muchos de ellos dejan de hablar y se sumergen en el silencio. Y dentro de ese silencio crean un mundo en el que se sienten más seguros. Es muy trágico”.
“La amenaza del fascismo, del autoritarismo y la vuelta a la derecha extrema es real”, dice.
“No se resuelve separando con una muralla”
Allende vuelve sobre la situación que la preocupa cuando pone el ejemplo de lo que sucede en Laredo, Texas: “Hay una crisis humanitaria y es muy difícil explicar hasta qué punto es de trágico”. Esta zona, cuenta, “está totalmente controlada por los narcos, por las pandillas, raptan a la gente. Tampoco tienen agua, no hay letrinas. Las muchachas están pidiendo pañales porque no pueden salir de noche a hacer ‘pipí' porque las violan o las matan o las raptan. Entonces esto está sucediendo hoy y los gobiernos lo saben”, detalla contundente.
“La situación es muy mala”, dice Allende pero aporta soluciones. “Primero que nada hay que humanizar el proceso” y “luego hay que permitir que la gente que quiera pueda venir a trabajar a los Estados Unidos. Aquí necesitamos a los inmigrantes porque ningún americano hace el trabajo que hacen los inmigrantes por ese dinero”, precisa.
La situación la convoca y sigue: “No habría refugiados si no es por la situación de extrema violencia o de extrema pobreza que se vive en el lugar de origen” y se vuelca sobre contextos de actualidad: “No teníamos refugiados de Ucrania hasta que Rusia invadió Ucrania. No había refugiados de Siria hasta la guerra civil de Siria. No había refugiados de Centroamérica hasta que la situación en Centroamérica se convirtió en una tragedia insostenible en que nadie se siente seguro”.
¿Entonces? “Si no tenemos una acción global para resolverlo, que no es separando a la gente con una muralla, no se va a resolver”, afirma Allende.
Pero si hay algo que tiene El viento conoce mi nombre es un balance entre el horror y la bondad, personas comprometidas con la ayuda y el servicio, con la humanización: “Las trabajadoras sociales son mujeres, las psicólogas son mujeres, los abogados de niños son mujeres. Este libro es como un homenaje a ellas también”.
Feminismos y retrocesos
¿El hombre dejará de ser un lobo para el hombre y en especial para las mujeres? Al respecto Allende dice firme: “Cuando se termine el patriarcado y ese es el objetivo final de la evolución por la que vamos” y enlaza con. sistema actual : “Tenemos que reemplazarlo por un sistema mucho más humano, más inclusivo del que tenemos”.
Vestida con una camisa violeta (quizá un guiño a su anterior novela, Violeta, o como un guiño feminista), la autora de Largo pétalo de mar y Paula hace referencia a la delicada situación de las mujeres y de sus derechos en el mundo: “Ahora hay retrocesos tremendos, de repente sucede algo como el talibán en Afganistán y en 24 horas mujeres que eran médicos, abogados y tienen que encerrarse en sus casas con una burka. Entonces, siempre hay que estar vigilantes para que eso no ocurra”.
También habla sobre el contexto en Estados Unidos: “Ha habido un tremendo retroceso desde que se suspendió el derecho al aborto, por ejemplo, y ahora están en “pico de zamuro”, como dicen en Venezuela, los anticonceptivos. Entonces, es un retroceso muy grande para la libertad de la mujer”. A su vez recuerda que antes no se hablaba de feminismo porque “era un insulto” pero que eso cambió positivamente.
Con mujeres muertas todos los días y números escalofriantes en la región, Allende dice que “El femicidio y el crimen contra una mujer en nuestros países son totalmente impunes” y agrega que “matan mujeres, aparecen los cadáveres y ni siquiera investigan”. Para la autora de Mujeres del alma mía y El amante japonés, las unión de las mujeres es una de las claves para ser “invencibles”. “Un país que vive con el terror de que a la mujer la puedan asesinar con impunidad tampoco puede progresar”, considera.
Con la publicación de La casa de los espíritus, Allende considera que “pavimentó el camino para sus libros y para muchas mujeres escritoras” y da cuenta de cómo las mujeres han sido ignoradas o silenciadas sistemáticamente. En primera persona: “donde más dificultad tuve para ser respetada fue en Chile, hasta que no me dieron el Premio Nacional de Literatura me trataban mal”.
También habla de las mujeres que la rodearon —y rodean—, y muestra una foto que tiene en la vitrina, en blanco y negro, de su madre junto al hermano de la escritora, Juan. Cuenta que tiene 24.000 cartas que intercambiaba con su madre. Las guarda en el garage, archivadas por orden cronológico, en cajas, entre 600 y 800 en cada una. ¿Verán la luz? Allende dice que no, que su hijo Nicolás tiene la tarea de quemarlas cuando muera. También muestra a la cámara un portarretrato de su hija, Paula. “Estoy rodeada de mis fantasmas”, dice.
El fenómeno de la cancelación
Otro de los temas que surgen en la rueda de prensa es la libertad de expresión. Consultada por la prohibición de libros para chicos en Estados Unidos, la escritora chilena dice que “uno de los riesgos más grandes al suprimir la literatura es la de suprimir la Historia”. “El arte procura mantener vivo el estandarte de la libertad, pero lo sofocan a menudo”, dice y agrega que “los libros para niños que mencionan, aunque sea ligeramente, problemas de raza, de género, problemas sociales, problemas de pobreza, todo lo que el niño debería aprender los están quitando”.
La escritora, que vive en California, también cuenta que “hay un intento sistemático de tratar de ignorar, por ejemplo, en los Estados Unidos, todo lo que pasó en tiempos de la esclavitud, el movimiento que hubo por los derechos civiles en los años 60, las derrotas que ha tenido los Estados Unidos militares, como las de Irak y Vietnam. Eso me parece gravísimo”, advierte.
Y habla de La casa de los espíritus, que también fue sacada de bibliotecas: “Si hiciera una edición nueva habría que eliminarle la mitad porque todo es políticamente incorrecto”, dice, aunque confiesa que le parece estupendo porque “así va a tener muchos más lectores”.
Y observa que “en el fondo hay un castigo a autores del pasado” y nombra al poeta chileno Pablo Neruda que confiesa en sus memorias que violó a una mujer. “Los movimientos feministas, los jóvenes sobre todo, con mucha razón, han denunciado todo esto, pero no pueden eliminar la obra del poeta. Porque en ese caso tendríamos que revisar a todos los artistas, a los políticos, a los científicos, a los inventores, a todo el mundo”, reflexiona.
Allende tiene 80 años y confiesa que es “adicta a los audiolibros y que los tiene en el auto”, aunque nunca escuchó los propios. También cuenta que escribe durante varias horas, que todos los días se encuentra con su amiga a tomar un cappuccino y da las claves para tener una buena vejez: salud, comodidad, las necesidades básicas cubiertas y un propósito. “Hago mucho ejercicio, trato de terminar temprano frente a la PC porque tengo un nuevo marido y hay que mantenerlo”, dice entre risas.
Allende es un verdadero fenómeno editorial y, con El viento conoce mi nombre da batalla a “crueldad sistemática y organizada”. Un libro para dejar de pensar en números y poner cara al dolor y a la bondad.
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