Falta media hora para que la Argentina se convierta en una tragedia. Es sábado y tenemos al Cuco en el palier de nuestra casa. Los más ansiosos, los más desbordados, los más catastróficos dirían incluso que el Cuco ya les tocó el timbre. Es noviembre, pasadas las cinco de la tarde, y estamos a dentro de un túnel pero no vemos si hay luz al final.
Dos o tres metros más atrás de la medialuna que inaugura el área grande del Estadio Lusail Messi controla un pase de Angelito con la zurda y con esa misma zurda con la que gobierna el fútbol desde hace casi veinte años clava la pelota al lado del palo izquierdo del “Memo” Ochoa, el arquero mexicano que, antes de empezar a tirarse, ya no tiene nada que hacer para evitar ese gol potente y arrastrado.
Lo mejor de ese gol hermoso no es su ejecución: lo mejor es el festejo. Messi con los dientes apretados, Messi pegando un pique explosivo de los que suelen ocurrir antes de que la jugada termine y no después, Messi con el ceño fruncido, Messi izándose a sí mismo sobre el torso largo de Di María, Messi levantando el puño, sacudiéndolo con y para los hinchas argentinos que tuvieron la suerte de ver el golazo de cerca, diciéndoles “¡vamos, vamos!”.
El relator de la TV Pública grita el gol y grita también “Argentina revive, Argentina resucita”. Aimar, integrante del cuerpo técnico de la Selección, hiperventila en televisión abierta. Nosotros hiperventilamos delante del televisor. El Cuco llama al ascensor porque mejor va a esperar a la vereda. ¿Qué es eso que brilla al final del túnel?
Messi todavía sacude el puño. Pasaron cuatro días desde que dijo “que la gente confíe, este grupo no los va a dejar tirados” después de la derrota ante Arabia Saudita que nadie había visto venir. Con los dientes apretados y con un zurdazo que todavía no sabemos cuánto vale Messi acaba de empezar a sacar a la Argentina de la tragedia insoportable de volverse de un Mundial en Primera Ronda. No sabemos todo lo que sabremos en unos veinte días pero en el puño de Messi cabemos todos.
Si esta nota fuera una película o un cortometraje o un capitulito de la serie de nuestra vida colectiva acá habría que apretar Fast Forward. Porque ahora es junio, hace frío, se hace de noche a la hora de salir de nuestros trabajos o incluso antes y falta tanto para el próximo túnel que todavía ni los ansiosos, ni los desbordados, ni los optimistas de siempre, ni los catástroficos incurables especulan sobre si habrá luz al final del túnel.
Porque ya se sabe: Lionel Messi -aquel Messi del pase de Angelito y el que se abraza a sus compañeros de rodillas cuando el penal ya entró y Argentina es campeón- acaba de decir que no cree que vaya a jugar el próximo Mundial. Tocándose un brazo lo dijo, moviendo un poco las piernas, sin mirar a cámara. “No creo que llegue al próximo Mundial” dice Lionel Messi y acá en la Argentina un corazón se estruja multiplicado por muchos millones. ¿Quién será ahora, quién será cuando ese próximo Mundial sea “este Mundial” el que nos reviva, nos resucite, nos asegure que nadie nos va a dejar tirados?
“Ya está”, decía Lionel al final de Qatar 2022, cuando nos sacó del pecho la pata del elefante. Esa pata que ahora amenaza. ¿Será que es así como termina la fiesta del Mundial 2022? ¿Será que la alegría inmensa que nos hizo saludarnos “Hola, campeón del mundo” cierra ahora, casi seis meses después, cuando nuestro capitán en la otra punta del planeta dice que su ciclo se está terminando?
Mientras pivoteamos entre creer y no creer que esto es verdad, nos consolamos recorriendo esos grandes momentos, repasando, en el cierre de la fiesta, los días en que la fiesta empezaba.
Gracias, Lionel, fuimos felices.
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