No hay que esperar más

Mathilde espera, aguarda que las cosas mejoren. ¿Hasta cuándo? Thibault sabe que tiene que hacer algo pero demora. En su novela “Las horas subterráneas”, la francesa Delphine De Vigan abre preguntas que son clave. Esta nota reproduce el newsletter “Leer por leer”.

Espera. Mientras la vida pasa. (REUTERS/Piroschka van de Wouw)

Hola, qué bueno “vernos” de nuevo.

Pensaba que si Mathilde hubiera leído Zama habría evitado caer tan bajo. Si hubiera leído esa grandísima novela de Antonio Di Benedetto sabría que esperar a que las cosas mejoren solas no es buena idea. Que cuando la decadencia empezó lo que hay por delante es más decadencia. Que donde había brillo habrá barro, que donde había honores habrá humillación.

Si Mathilde hubiera conocido la historia que cuenta ese libro -la del funcionario colonial español relegado a un pueblucho americano al que en cualquier momento le va a llegar un traslado salvador pero sólo le llega la degradación- seguramente habría dudado en lugar de entusiasmarse con una salida parecida. Hubiera sospechado que no iba por ahí.

Pero no pudo ser: Mathilde es francesa y es un personaje de Las horas subterráneas, una novela que Delphine de Vigan sacó en 2010 pero que Anagrama publica ahora y vuelve a las librerías.

Mathilde es una ejecutiva de un departamento de marketing a la que le va muy bien. O le iba, le iba muy bien hasta que algo pasó y cayó en desgracia. Nosotros, que la vemos de afuera, creemos entender qué fue: Mathilde, que era la mano derecha del jefe, osó tener una opinión que no sólo difería de la de él sino que acordaba con la de otro hombre, que además —o sobre todo— era un hombre más joven. Sin saberlo, había puesto en duda la potencia de ese jefe que se va poniendo grande.

No habrá nada que hacer: el jefe le irá sacando tareas, atribuciones, espacios, todo. Lo hará de a poco, mientras ella trata de hacer bien su trabajo para que la “normalidad” se restaure. No leyó Zama Mathilde, qué lástima.

Entonces, mientras Mathilde trata de trabajar, se angustia, se las arregla con sus hijos y hasta se aferra a una carta del juego World of Warcraft —el Defensor del Alba de Plata— que uno de sus hijos le dio para protegerla, ella descubre cómo su jefe puede mentir para perjudicarla. El jefe miente, inventa errores de ella, dice fuerte al teléfono que ella lo está insultando cuando no es así, fabrica una caída.

A ella le cuesta creerlo. Le cuesta aceptar que el poder puede no ser justo y asumir esto es algo que nos hace adultos: de chicos, qué horror si nos damos cuenta de que esos que rigen nuestras vidas pueden tener malas intenciones.

La novela es esa caída libre animada por una predicción: una bruja le había dicho que el 20 de mayo su vida iba a cambiar. Y no se dicen esas cosas en vano en los libros.

Delphine De Vigan y "Las horas subterráneas". (Sylvain Lefevre/WireImage )

Por otro lado, en paralelo, está Thibault, que también espera. Es médico pero ha tenido un accidente que le impidió hacer la carrera como quería y se las arregla como puede. Hace visitas a domicilio. Y, ay, está enamorado de una mujer que lo quiere en la cama pero no en el corazón.

Para cuando lo encontramos, Thibault no tiene muchas ilusiones en que eso cambie. Sólo busca fuerzas para dar el paso, para dejarla, para no hacer lo que no quiere y perder lo que tiene para ganar quién sabe qué. Para no vivir en esa decepción.

Todo el libro estamos viendo cuándo se cruzarán Mathilde y Thibault y qué resultará de eso. Mientras tanto, masticamos mucho de eso de aceptar las cosas como son y lo dañino que puede resultar ser realista.

¿Por qué no se va Zama antes de quedar hecho polvo, por qué Mathilde no agarra a sus hijos y sus años de experiencia y busca algo mejor, por qué Thibault sigue dando vueltas a la ciudad en ese autito con ese corazón maltratado? ¿Por qué no tomar el destino con las manos en vez de esperar que el cambio lo haga otro más grande, más poderoso y bueno?

Ninguna de estas preguntas me es ajena, no sé a vos.

Delphine de Vigan trabajó en un instituto de Opinión Pública, algo parecido a lo de Mathilde. De ahí salía a dedicarle dos horitas a la escritura, dos horitas con las que fue armando un destino.

Te cuento el dato porque es lindo, pero el libro no da ningún consejo.

Como te dije está llegando a librerías pero también lo encontrás en digital clickeando acá.

Y Zama —EL libro sobre una espera autodestructivaestá acá.

Esta nota reproduce el newsletter “Leer por leer”, que se entrega los jueves. Para recibirlo te podés suscribir siguiendo este enlace.

Mis subrayados

1. “Basta con mirarles cuando ella camina a su lado sin rozarle ni tocarle nunca, basta con observarles en el restaurante o en cualquier terraza de café, y esa distancia que les separa, basta con verles desde lo alto, al borde de cualquier piscina, sus cuerpos paralelos, esas caricias que ella no le devuelve y a las que ha renunciado”.

2. “Ese día, al final del mes de septiembre, en un lapso de diez minutos, algo se había enturbiado. Algo se había interpuesto en la organización precisa y productiva que regía sus relaciones, algo que ella no había visto ni oído. Había comenzado aquella misma tarde, cuando Jacques se había extrañado en voz alta, delante de varias personas, de verla partir a las seis y media, pareciendo olvidar las numerosas veladas que ella había sacrificado a la empresa para preparar sus presentaciones del grupo y las horas pasadas en su casa terminando informes”.

3. ”Primero Jacques había decidido que los minutos que le dedicaba cada mañana para repasar las prioridades y los asuntos en curso constituían una pérdida de tiempo. Ella debería arreglárselas sola, y preguntarle sólo en caso de necesidad. Asimismo, había dejado de ir a verla a su despacho al final de la jornada, un ritual instaurado desde hacía años, una corta pausa antes de volver a casa. Con pretextos más o menos plausibles, había evitado toda ocasión de comer con ella. Nunca más la volvió a consultar sobre una decisión, había dejado de importarle su opinión, nunca había vuelto a recurrir a ella de ninguna forma”.

No va a mejorar. Una espera en caída libre en "Las horas subterráneas"; de Delphine De Vigan.

4. “Mathilde no se había ido de vacaciones. Se había quedado en el despacho cada vez hasta más tarde, había empezado a trabajar los fines de semana. Se había comportado exactamente como si se sintiese culpable, como si tuviese que reparar una falta grave o demostrar algo. Había empezado a sentirse cansada, en efecto, incluso agotada, le parecía que trabajaba más despacio que antes, de forma menos eficaz. Poco a poco, había ido perdiendo su soltura, su seguridad”.

5. “En el momento de marcharse, él había cogido su rostro entre las manos, la había mirado, había dicho: ‘Te quiero, Lila, estoy enamorado de ti’. Ella se había sobresaltado, exactamente como si le hubieran dado un guantazo, y había gritado: ‘¡Ah, no!’”.

6. “Jacques ponía en duda su palabra. Jacques le hablaba como a un perro. Jacques mentía”.

7. “¿En qué adulto se convierte uno tras haber sabido tan pronto que la vida puede derrumbarse? ¿Qué tipo de persona, con qué armas cuenta, hasta qué punto está desarmada?

8. “Pronto había comprendido que ella sólo podía amar en horizontal, o cuando la sostenía por las caderas encima de él”.

9. “Mathilde saca el Defensor del Alba de Plata del bolsillo, lo coloca a su lado, al alcance de su mano”.

10. “Se mantiene al corriente. Incluso cuando ya nadie le pide nada, incluso cuando ya no participa en nada, incluso cuando no sirve para nada”.

Si querés contarme algo de lo que estás leyendo, escribime a pkolesnicov@infobae.com y te contesto.

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