Hay una atmósfera rara. Es 1975 y en Argentina los tiempos están revueltos. Los Montoneros llevan meses en la clandestinidad; el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también. El gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, está incómodo y López Rega opera en las tinieblas. El terror comienza a sentirse en el aire bajo un gobierno democrático y los operativos, explosivos, fusiles FAL y secuestros mandan en la guerra de guerrillas. Este es el contexto que elige Eduardo Sacheri para su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta, su retorno a la ficción, luego publicar, el año pasado, su primer libro de divulgación histórica, Los días de la revolución.
Detrás del aire denso de los convulsos años 70 en Argentina también hay historias. Sobre eso escribe Sacheri. En su nuevo libro el eje principal es la amistad de toda la vida de dos jóvenes, Antonio y Ernesto -tales sus nombres de guerra-, ahora convertidos en militantes de dos células de distintas organizaciones de la militancia armada -Montoneros y ERP- que operan en la zona Oeste del Conurbano. Los dos están entregados a la causa revolucionaria por la que darían la vida. Pero la elección de los bandos, ¿quiebra la amistad?
¿Qué pasa con las familias, el barrio, los amigos, los encuentros saltando la medianera y la pizza para hablar de chicas? En medio de los operativos, la vida. Eso es lo que le interesa a Sacheri: los vínculos. Y también las dudas. Y cómo uno de ellos se “olvida” de la clandestinidad para visitar especialmente a su padre. Esta relación tan compleja y profunda, que es un eje de la novela, también interpela a Sacheri. En esta entrevista, cuando habla de su padre se le humedecen los ojos.
En las casi 500 páginas de Nosotros dos en la tormenta hay una investigación de varios años, con testimonios que el autor de La odisea de los giles, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo prefiere mantener en discreción, y un acercamiento desde la ficción a cómo se narran las guerrillas, los muertos, la organización, el compromiso político y la idea de futuro de esa época. “Nos hace bien pensar”, dice Sacheri a Infobae Leamos y sigue: “La guerrilla, la violencia armada, la guerra revolucionaria es un tema incómodo”. “Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio”. Y Sacheri escribe.
—Acabás de lanzar tu nueva novela Nosotros dos en la tormenta, que hace foco en el año 75, donde los grupos guerrilleros como Montoneros y ERP estaban en plena efervescencia. ¿Por qué contextualizar la novela en este período?
—En general me interesa mucho el contexto histórico que hace a quienes somos hoy. En distintas novelas, no voluntariamente, he terminado aterrizando en ciertos momentos de la Argentina reciente. Y me interesa también no caer en momentos ya muy transitados por la literatura o por el cine, por ejemplo, la dictadura. Pero hay otros períodos que me parece que también son muy fecundos en cuanto a todo lo que podemos pensar y decir sobre ellos y que no han sido tan transitados. Y me parece que esos años de gobiernos democráticos de Cámpora, Perón e Isabel son un momento efervescente que merece atención. Particularmente ese año donde, tanto Montoneros como el ERP se sienten cerca de sus objetivos. Uno mira desde la distancia de los años y dice: “Muchachos, estaban lejísimos de triunfar en su guerra popular y prolongada”. Pero ellos se sentían así, entonces me parecía un momento interesante para aterrizar.
—¿Por qué creés que este momento interesante para aterrizar es poco transitado?
—Por un lado, la dictadura, con todo el horror que implica, es como un imán de atención. Y, a lo mejor, lo que pasa antes o lo que pasa después, no. Los primeros años de Alfonsín tampoco son tan visitados o los de la restauración democrática. Como excepción tenés la película Argentina 1985, no es la norma. Me parece que el tema de la guerrilla, de la violencia armada, de la guerra revolucionaria es un tema incómodo.
“Cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas”
—¿Por qué?
—No sé por qué. Es un tema incómodo para mucha gente. Y no me parece que esa incomodidad deba traducirse en silencio. Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio. Hay incomodidades y se pueden generar discusiones, desencuentros. Vecindades incómodas. Eventualmente, podés escribir sobre un determinado período y que eso le guste a gente que no te cae bien. Me parece que son riesgos que vale la pena correr. Porque si, como antes se decía “curarse en salud”, si nos curamos en solemnidad, me parece que no está bueno no mirar y decir: “Mejor de esto no hablemos”. No, hablemos de todo.
—¿Cómo fue ese abordaje?
—Le dediqué mucho tiempo a documentarme. En las universidades de Argentina se laburó muy bien este período, sobre las organizaciones armadas, su dinámica, su organización, su ideología, su vínculo con el resto de la sociedad. Primero hay que leer, empaparse y mejorar tu aproximación a la ficción. Y recién después empecé la construcción de mis personajes, minúsculos como siempre. La novela no tiene como protagonistas ni a la cúpula del ERP ni a la cúpula de Montoneros. También lo que hice fue conversar con protagonistas de ese período. Es importante, pero no es lo único.
—¿Con quiénes hablaste?
—Hablé con alguno al que le tocó ser combatiente y con alguno al que le tocó padecer sus ataques. Vía asesinatos, vía secuestro extorsivo para obtener fondos... Y con algún militante armado. Como las condiciones de los encuentros fueron la discreción, mantengo la discreción absoluta.
—¿Cómo te impactó este período en lo personal?
—En mi casa de niño se ha hablado siempre mucho de política. Mi papá fue un activo militante radical hasta su muerte, en el 78. Se hablaba mucho de política y de estos temas. Yo era muy chiquito, en el 75 tenía ocho, pero se hablaba, se discutía, se entendían. Era una época que generaba mucho temor. Y eso también influyó en mi experiencia inicial con el periodo.
—Recién hablabas de las historias mínimas y en esta novela detrás de los protagonistas, que son guerrilleros de distintas organizaciones, hay un barrio y detrás hay una familia y detrás hay amigos. ¿Cuál es la importancia de estas historias mínimas?
—Para mí es la manera de entrar en la literatura. A mí no me sale o no me interesa ficcionalizar a los personajes muy conocidos, porque creo que eso requeriría un estudio muy pormenorizado. Me parece que los personajes mínimos, individuales y así de chiquitos, son una buena puerta de entrada para que cada quien se coloque donde tenga ganas. En ese anonimato yo siento que hay un margen de libertad interesante para crear, interesante para leer.
“En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto”
—Nosotros dos en la tormenta tiene de protagonistas principales a dos amigos que son militantes, que tienen un compromiso político muy fuerte. Sos profesor de Historia en un colegio secundario, ¿cuál es la relación de los jóvenes con la política hoy?
—Creo que hoy no tienen el tipo de compromiso que tenían aquellas generaciones de jóvenes, de pensar la acción política o la acción armada como el núcleo de sus días. Me parece que mis alumnos actuales no ven en la acción política una herramienta de cambio, de mejora o de revolución, como veían muchos de aquellos chicos. Lo cual, no significa que no tengan una inserción política, pues sus reivindicaciones a nivel de sus libertades personales o sus elecciones de género también son políticas y a lo mejor están mucho más en primer plano. El tema del feminismo era una reivindicación muy clara en mis alumnas adolescentes. Y también es una reivindicación política, aunque venga recorriendo otros caminos distintos.
—Los jóvenes en el siglo XX se regían por ciertos valores y los defendían, ¿cuáles son los de este siglo?
—Creo que son narrativas más sectoriales, más vinculadas con la individualidad. Cada quien se para en lo que necesita, más que en una solución universal, como estos chicos pensaban que estaban ofreciendo. Me parece que hoy en día ni se les pasa por la cabeza que la acción armada sea un camino para lograr una sociedad mejor. Eso es una diferencia grande que noto.
—Los protagonistas son amigos de toda la vida y forman parte de organizaciones distintas, ¿Se puede mantener una amistad estando en dos bandos distintos o de lo que hoy llamaríamos de un lado o del otro de la grieta?
—Depende de cuánta tolerancia tengamos a la frustración. La vida es incómoda, los vínculos son incómodos, los vínculos dan trabajo. Entonces, creo que poder conversar implica desafíos y desafíos de respeto también. Hay ciertas cosas que yo no te tengo que decir. Y al mismo tiempo es una invitación a que haya ciertas cosas que vos no me digas. En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto.
—Tu nueva novela comparte el telón de fondo de los años 70 con La pregunta de sus ojos, el libro en el que se basa El secreto de sus ojos, ¿qué otra conexión hay?
—En La pregunta de sus ojos, en la novela, el arco temporal es más grande. Pero en la película nos quedamos con los años 74 y 75, lo redujimos. Es decir, que estamos en la misma etapa, aunque nos vamos a otro costado, al de acciones ilegales y armadas. En El secreto de sus ojos es clave la Triple A, López Rega, Isabel Perón y el Ministerio de Bienestar Social amparando a un asesino, que también en su momento generó bastante incomodidad.
—¿Cuál?
—La pregunta que me hicieron fue: “¿Qué necesidad de ir a 1975?” Y ya la propia formulación de la pregunta es un estímulo. Como cuando era chiquito y me decían: “Ese estante de la biblioteca no lo podes leer”. Entonces, vamos a leerlo en la próxima siesta... Así es como tiene que funcionar nuestra cabeza pensante: atreviéndose a los lugares incómodos. No cerrando puertas y dejando partes de la realidad detrás de esas puertas. Yo quiero que podamos hablar.
“Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas”
—¿Qué pasa hoy?
—Vivimos en una época muy poco proclive a poder dialogar sobre lo que eventualmente nos incomoda. Y la vida es incómoda. Me parece que la solución no es no incomodarnos sino detenernos en nuestras incomodidades o, en todo caso, buscar cómo resolverlas o cómo tolerarlas.
—¿Tenés miedo a que te cancelen?
—Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas. Yo creo que la manera de evitar ofender es respetar. Entonces, si yo eventualmente digo algo que a vos no te gusta, pero te lo digo con respeto, en principio, merezco el mismo respeto. Si no, cada vez podemos pensar en menos cosas. Eso es lo que a mí me preocupa en general con este período. Me parece que tenemos que tener la chance de conversar sobre todas las cosas, porque necesitamos poder pensar sobre todo.
—Hay otro elemento importante dentro de Montoneros y ERP, que son las mujeres guerrilleras, lo que permite también un diálogo con libros como La montonera, de Gabriela Saidon o Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, ¿Fue intencional?
—La guerrilla es de vanguardia en relación al feminismo político. En las células de la novela no son la mitad, representan un tercio. Traté de ser lo más realista posible a partir de lo que había estudiado.
—La historia principal en esta novela es la de estos dos amigos pero hay un personaje fundamental, que es el del padre de uno de ellos, de Ernesto, y el libro se lo dedicas a tu papá, ¿por qué?
—En buena medida porque yo te hablaba de su militancia radical, y ser radical en los 60 y 70 era perder siempre. Y lo recuerdo a mi papá hablándome de política pero no dándome línea sino respondiendo a mi curiosidad. Me acuerdo preguntándole por Perón, por Isabel, por los militares, por López Rega, por los Montoneros. Está bueno hablar de todo, ¿me voy a privar a los 55? También tiene que ver con el episodio de cuando mi papá se enteró de una muerte en ese contexto. Yo tenía siete recién cumplidos y fue la única vez que lo vi llorar. Murió poco después. Si lo hubiera tenido más años lo hubiera visto más veces llorar. Pero mi recuerdo de este Superman llorando es una escena muy fuerte para mí y me fue muy útil para meterme en el mundo emocional de esa época.
—¿Escribir es político?
—Yo creo que a veces sí, pero para mí escribir es sobre todo indagar en el sentido de la vida. Lo humano a veces es político, otras es familiar, a veces es erótico, filosófico o humorístico.
—Mientras leía el libro encontré similitudes con Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu y, como a él, te consulto: ¿cambiamos militancia por fanatismo?
—Fanáticos hay siempre. Y por suerte en todos los momentos hay gente que no es fanática. Lo que pasa es que hay momentos en que los fanáticos son mayoría y yo prefiero cuando son minoría. El fanatismo es una tentación y cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas. Es un mundo de certezas. El mundo del fanático es un mundo más tranquilo, distinto del mundo lleno de sinuosidades, matices, dudas, retrocesos, avances a tientas y equivocaciones. La equivocación no es leída como una equivocación y la flexibilidad es algo de lo que adolecen.
—En la imagen de la tapa hay dos varones sentados sobre un techo que, a priori, uno piensa que son los amigos, pero son Ernesto y su padre. Si tuvieras la oportunidad de estar en ese techo con tu papá, ¿de qué conversarían?
—En este momento de Independiente. Me diría: “Flaco, ¿qué hicieron?”. Y la verdad que me daría mucha, mucha vergüenza tener que responderle a esa pregunta. También le haría el racconto de la Argentina de los últimos 45 años que se perdió.
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