Corría marzo de 1972 y Canal 13 estrenaba una nueva novela que salía al aire cada martes a las 22 y que transcurría, principalmente, a bordo de un taxi. Con Claudio García Satur al volante y en busca de pasajeros, las calles de Buenos Aires se cuelan por las ventanas. Al inicio de cada capítulo se ven el Obelisco, la avenida Corrientes y el barrio de Boedo, su barrio tanto en la ficción como en la realidad.
Dicen que el actor tuvo que tramitar el registro de conducir para encarnar a Rolando Rivas, su primer protagónico para televisión, y a la vez, la primera novela que supo combinar imágenes de la ciudad y temáticas tales como aborto, guerrilla e inflación, por ejemplo, que daban cuenta de la compleja realidad del país y que el célebre libretista Alberto Migré fue incluyendo a lo largo de los capítulos.
Una Soledad Silveyra de apenas veinte años, pestañas larguísimas y gran cabellera rubia interpretaba a Mónica Helguera Paz, una estudiante de secundario que sube al taxi hacia el final del primer episodio en la zona de Recoleta con su uniforme de colegio privado. Rolando observa por el espejo retrovisor su cara contrariada y nerviosa. A los pocos segundos, ella abre la puerta para tirarse del auto en movimiento y así comienza el amor contrariado más exitoso de la televisión argentina entre una niña rica y un trabajador que le lleva diez años y mantiene a toda su familia.
El año pasado se cumplieron cincuenta años de aquel primer capítulo y hoy un nuevo libro con ilustraciones de Miguel Rep reúne tres textos para conmemorar y seguir estudiando el éxito de aquella historia. El evento de presentación del libro Se paraba el país fue en el subsuelo del restaurant Perón Perón en San Telmo y Soledad Silveyra se acercó para celebrar junto al editor y los autores. Fue ahí que habló con Infobae Leamos.
-¿Querés evocar algún recuerdo de aquella época?
-Más que un recuerdo, una enseñanza: la humildad. La novela no había arrancado bien y se daba solo una vez por semana. Recién despegó después del segundo mes. En ese año, 1972, viajamos a Córdoba, casi de regalo, para asistir a los premios Bamba. La llegada nos conmovió porque nos esperaban muchos taxis cordobeses y banderas argentinas en los balcones. A García Satur y a mí nos llevaron en una caravana por la ciudad, parecíamos Perón y Evita, saludando así, una cosa surralealista. En ese momento, me dije, “Solita, esto es una vez en la vida, esto tal vez no se vuelva a repetir, no te la creas, esto es un soplo, después todo se puede dar vuelta”. Y creo que fue una canción muy importante de mi vida. No te la podés creer nunca en esta profesión porque fallás.
-¿Pensás que hoy en día se podría volver a hacer una novela como “Rolando Rivas, taxista”?
-No, todo tiene una época.
-¿Y cuáles fueron las características de aquel momento?
-El blanco y negro, por un lado, y la novela para el varón, por el otro. La obra que estoy haciendo ahora, Pasta de estrellas, está dedicada al teleteatro en un lenguaje muy loco, y habla de eso, cuenta la historia del blanco y negro. También había un autor que estaba permanentemente presente [Migré], era una industria artesanal y maravillosa. Laburábamos veinte horas por día y no pedíamos reclamo, que está bien que los haya, ¿eh? ¡Pero era tal la pasión por lo que hacíamos!
-¿Y la sensación de estar haciendo un producto con las propias manos?
-Era artesanal desde el punto de vista de que Migré hacía todo: decidía la música, escribía, estaba en el piso, hablaba con los directores.
-¿Y con ustedes tenía una relación muy personal?
-Sí, claro. A mí me quería matar siempre porque yo no daba bien los pies, porque le discutía que Mónica Helguera Paz, que era una “chica bien”, no se ponía una camelia en la solapa del traje, sino que usaba una camisa penguin o una marca del cocodrilo y un jean; que si usaba un vestido, era simple, no el traje sastre de las high society. ¡Y ya hace cincuenta años!
-¿Le criticabas que fuera anticuado?
-Él era de Flores y yo era de San Isidro (risas). Yo, una chica cool, como dicen ahora. Discutíamos mucho.
-¿Y por qué te fuiste de la novela después de la primera temporada?
-Yo me voy de la novela porque ya la cosa estaba peligrosa con Satur. Ya no sabías si te besabas de verdad, era tal el éxito que una se marea. Yo no me mareé porque estaba muy enamorada de mi marido, pero salgo rajando. ¿Y Migré qué hace? ¡Migré me hace abortar para que el público me odie! Pero el público es siempre más inteligente. Y me escribe Pobre Diabla en el ‘73, que fue un encuentro inolvidable con China Zorrilla.
Hoy, a cincuenta años de la última temporada de Rolando Rivas y de la vuelta definitiva de Perón a la Argentina, la editorial Milena Caserola organizó la presentación de Se paraba el país en un espacio de temática justicialista. Aquí Solita declara que creció durante los años de proscripción y que nunca pudo adherir al peronismo. Fue Zorrilla quien la introdujo al kirchnerismo, adonde señala que llegó “gracias a la transversalidad. Qué palabra, ‘transversalidad’” –reflexiona–.
Solita recuerda también que el día del fallecimiento de Migré se acercó a la casa del libretista, aunque su pareja no quiso recibirla. A propósito del incidente pide que nadie se enoje y se refiere a la disposición judicial que impidió la distribución de la excelente biografía de Liliana Viola, Migré. El maestro de las telenovelas, que revolucionó la educación sentimental de un país por mencionar explícitamente su homosexualidad. La actriz concluye diciendo que en nuestro país no hay cinemateca ni una política para la conservación de piezas audiovisuales que facilite la memoria. Surgen en la sala los nombres de Leopoldo Torre Nilsson y de Hugo del Carril, entre otros famosos cineastas.
El editor Matías Reck pidió un fuerte aplauso e invitó a Emanuel Respighi, periodista especializado en medios de comunicación, a subir al escenario y oficiar como maestro de ceremonias. Subieron a su vez Nora Mazziotti, Gustavo Moscona y Marcelo Caamaño, autores, respectivamente, de los tres textos que integran el libro. Más aplausos.
Cada texto “aborda el contexto tanto televisivo como social de muy diferentes maneras” –dice Respighi–. Comienza Mazziotti, pionera en el estudio de la telenovela, que sitúa a Rolando Rivas, taxista en un espacio único entre el melodrama, el costumbrismo y el blanco y negro de los televisores de su momento. Moscona es sociólogo y su ensayo detalla, a través de testimonios y datos históricos, el marco social y político de “una época álgida para la Argentina” en que cada semana se paraba el país para ver la novela, entre otros motivos. Finalmente, una ficción del guionista Marcelo Camaño imagina a un joven asistente de producción haciendo sus primeras experiencias de trabajo para la productora Diana Álvarez y el director Roberto Denis, históricos colaboradores de Migré, cuyos conflictos laborales terminan atravesando a toda su familia.
La sala estuvo llena y Respighi le preguntó a Mazziotti por qué, medio siglo más tarde, Rolando Rivas, taxista sigue convocando a tantas personas. “Creo que es realmente el mejor texto audiovisual de la televisión argentina de todos los años. Tiene tantas aristas para mirarla, pensarla y seguir disfrutándola porque hay una identidad del taxista y de todo lo que se genera ahí”. Destacó también, en coincidencia con Libertad Borda, autora del prólogo y presente en la sala, “lo que llamamos ‘costumbrismo’, o sea: el barrio, la familia, la casa-chorizo, el patio, el bar y los amigos, algo que es maravilloso, la barra que va a encontrarse en el bar”. “Hoy los amigos se ‘encuentran’ en el chat”, sugirió alguien del público.
Continuó Mazziotti: “Además, es una historia de amor súper potente, convocante. Sigue siendo la pareja romántica de la historia de la televisión argentina, esa pareja que armaron Solita y García Satur, a la que Migré le dio alas para desarrollar su pasión. Es un producto donde está la identidad argentina y es maravilloso que, cincuenta años después, estemos recordándolo y recordando al autor que fue nuestro Lope de Vega, nuestro Shakespeare; fue el autor indicado en el momento indicado”.
Ante la misma pregunta, Moscona respondió que “sin ninguna duda, la novela representa el espíritu de una época. Son los años ‘72 y ‘73 que coinciden con las dos vueltas de Perón. Gobernaba en ese momento [Alejandro Agustín] Lanusse. Va a pasar lo de [los fusilamientos de] Trelew, van a asesinar a [el sindicalista José Ignacio] Rucci, se va a producir el Devotazo y la masacre de Ezeiza” –sintetizó–.
Mientras tanto, el amor entre Mónica y Rolo se desarrolla en un contexto que Moscona definió como “de confluencia entre un sector alto, el de ella, y el de él, que representa a la clase trabajadora”. Y subraya que en aquel momento la confluencia se extendía desde los sectores medios y estudiantiles hasta trabajadores, pero también abarcaba a marxistas y cristianos. “Por supuesto que se paraba el país para ver la novela, pero también se paraba por otras cosas: la clase trabajadora salía a las calles, luchaba por la vuelta de Perón, después ya todos sabemos que a veces nuestra historia es tragicómica, 18 años luchando para que vuelva Perón y se muere al año.... Para mí es muy importante que el protagonista sea un trabajador” –destacó–.
En aquella época –continúa el sociólogo– “el trabajador era considerado un sujeto histórico revolucionario, esa idea del héroe anónimo de un mundo cada vez más inhumano donde ser humano es revolucionario”. El personaje de Rolando representaba entonces “un tipo común, un pibe de barrio, bueno, que tomaba mate, jugaba al fútbol en la vereda, cómo uno no va a creer en esa historia de amor”.
Y Moscona manifestó su preferencia por la historia de la primera temporada entre Solita y García Satur y no tanto la del galán con Nora Cárpena, que se desarrolló en la segunda. Es la primera pareja la que asoció con esa juventud que “quería tomar el cielo por asalto, hacer una revolución…Porque en esa época se cantaba ‘Evita hay una sola, no rompan más las bolas’, y yo digo ‘Solita hay una sola, no rompan más las bolas’”. El público estalló en risas y aplausos.
Respighi quiso saber también por qué Camaño eligió “contar una ficción de la ficción”. Y entonces el guionista plantea: “¿Qué iba a hacer yo al lado de dos académicos?”. En la misma línea de su trabajo, su propuesta se encuentra atravesada por la “preocupación en los últimos años por el descenso en la cantidad de ficciones… Entonces conté sobre un personaje que empezaba una carrera en la producción de televisión en la Argentina y que hubiera participado en alguno de los hitos que tienen que ver con mi infancia y adolescencia de la tele. Podría ser Rolando Rivas, taxista, pero también podría llegar hasta Mesa de Noticias en los ‘80 o Los hijos de López, ese tipo de producto”.
La idea surgió cuando imaginó a Luis, un asistente de producción “que sale de la escuela secundaria y que no sabe nada” –prosiguió –. La ficción se instala en el ‘72 y la hermana, por su parte, está estudiando sociología con compañeros de carrera que, tal como en tantas entrevistas contó Solita, colgaban el retrato de Marx al lado del poster de Soledad Silveyra de Radiolandia. La madre y el padre, por la suya, guardan un secreto, “una especie de infidelidad que parecería que no llegó a tanto con una actriz que fue vedette, bailarina, las piernas más importantes de la calle Corrientes, que ¡oh casualidad!, va a aparecer en el elenco de Rolando… que es Beba Bidart. Entonces, a partir del cruce de esos personajes de esta familia, Luis va a asomarse a este oficio de la producción de televisión”.
Es el primer trabajo de Luis y “empieza a convertirse en su vida: desde conseguir el taxi hasta llevar a su padre a un par de escenas como extra para que pueda volver a ver a Beba Bidart o intentar que su primo, un bailarín del Maipo, pueda ingresar también a un personaje de la barra del taxista o enamorar a su vecina. En ese momento, entra el texto y la magia de Alberto que le empieza a dar tips para enamorarla, con una suerte extraña –resumió Camaño aunque la extensión de su relato hizo renegar al editor–. La historia llega hasta el final de aquel año cuando se produce el gran renunciamiento de nuestra protagonista [Soledad Silveyra] y durante el verano Migré tendrá que pensar cómo va ser la segunda temporada y quién va a ocupar el lugar del nuevo amor de Rolando. Llega hasta ahí, que es mi año favorito.”
Y agregó, emocionado, una anécdota de su propia familia. “Mis viejos se mudan en el año ‘72. Era martes. Mi mamá estaba desesperada por que conectaran la antena para poder ver el capítulo. Y ese era todo el escándalo del nuevo barrio en ese momento… Yo definí mi vocación viendo Rolando, no puedo ser objetivo”.
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