Un 9 de junio el mundo vio nacer a quien se convertiría en una de las figuras más importantes de la literatura, el cine y el periodismo en México. Se trató de Vicente Leñero, quien desde Guadalajara, construyó un importante legado que sigue vivo en la posteridad.
Ganador de importantes galardones como guionista y escritor, entre los que se encuentran el premio Xavier Villaurrutia, el Mazatlán de Literatura y el Nacional de Periodismo Carlos Septién García, entre otros, celebramos su vida con un recorrido a través de su experiencia y el aporte cultural y periodístico que realizó para su país y para Hispanoamérica, dejando una gran cantidad de material para la posteridad tras su fallecimiento en el año 2014.
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Los primeros años de vida de Vicente Leñero
Guadalajara fue el territorio que lo vio nacer en 1933, pero no se quedaría allí, se trasladó a Ciudad de México, sede de su formación profesional en la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió Ingeniería Civil; sin embargo, atendiendo al llamado al ejercicio de la escritura y la lectura, no pasó mucho tiempo para que sus pasiones se pusieran por encima de la carrera que había decidido iniciar y que terminó, lo cual da cuenta de su determinación y disciplina, no obstante, el tiempo hasta el día de la graduación estuvo interrumpido por momentos de agobio que lo llevaron lentamente hasta el final.
Con una clara inclinación hacia el periodismo, ingresó a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. El periodismo lo llevaría finalmente a la literatura y se convertiría en la fuente de ingresos que le permitiría ganarse la vida.
La escritura, un camino para siempre
La primera novela de Leñero se tituló “La polvadera” (1959), una compilación de cuentos en los que se reflejaba una importante influencia del mexicano Juan Rulfo, pero que construyó los cimientos para encontrar su propia voz.
Más tarde transitaría por el mundo de la dramaturgia con la escritura de un monólogo que tituló “La voz adolorida” (1961), en el cual narraba la historia de un enfermo mental que contaba su vida momentos antes de ingresar al manicomio. Pero no fue hasta su tercera obra, titulada “Los albañiles” (1963) que comenzó a ganar reconocimiento, gracias al Premio Biblioteca Breve, que reconoció en la novela su estructura compleja y su profundo simbolismo.
Las obras que produciría Leñero en los distintos géneros, así como también en las que participaría, se distinguían por contener un claro carácter testimonial y realista. Todas ellas revelaban una profunda sensibilidad social y las aprovechaba para lanzar denuncias sobre la situación política y social de su país.
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“Los albañiles” de Vicente Leñero
“Por primera vez alguien lo miraba y le hablaba como ella le habló. Palabras de consuelo nunca escuchadas, caricias que le cerraban los párpados a medida que el ánima hablaba de flores, de jardines, de huertas, de ríos, del mar azul. Despertó. Estaban tendidos sobre la tumba de su padre. La mujer lo seguía acariciando. Se apartó de ella y al hacerlo la mujer abrió los ojos. Quiso detenerse la túnica pero el viento se la arrancaba ya y en el segundo de un parpadeo él alcanzó a ver su vientre agusanado. ¡La querida de Satanás!”. (Fragmento de Los albañiles).
El escritor también publicó varios artículos para el diario Excélsior y para revistas como Claudia y Proceso; además, ejerció a la vez como guionista en radionovelas.
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Un nuevo escenario al público: el teatro y el cine
Las manos y el pensamiento siempre inquieto de Vicente Leñero pronto lo llevaron a otras áreas de escritura en las que dejaría al mundo una gran cantidad de obras. Fue así que empezó a escribir libretos teatrales y guiones, empezando por su obra Los albañiles, que adaptó en 1971.
Tal fue la importancia de su creación que influyó de forma importante en el género documental del teatro mexicano y así se sumaron otras obras en su haber como lo fueron “Pueblo rechazado”, “El juicio”, “La gota de agua” y en el marco de la no ficción “Asesinato: el doble crimen de los Flores Muñoz” y “Los periodistas”, esta última con fuertes trazos de la crónica y el testimonio.
En su colección literaria también se encuentran otras obras como “Compañero”, “La carpa”, “Los hijos de Sánchez”, “La mudanza”, “Las noches blancas” y “La visita del ángel”, entre otras.
Durante sus últimos años de vida se lanzó sin temor a escribir guiones para producciones cinematográficas, como “La ley de Herodes”, la exitosa “El crimen del Padre Amaro” (2002), una adaptación de una obra de Eça de Queirós, dirigida por Carlos Carrera y protagonizada por Gael García Bernal, o “El garabato” (2008).
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