¿Cuánto influyó el cine en Borges? Esta fue una de las preguntas que abordó ayer el escritor, docente y director universitario Gonzalo Aguilar en la ponencia que dio en el Festival Borges, una presentación enorme, profunda, tremendamente seria, que dejó muchas ideas con las que volver a los ensayos y los cuentos.
Aguilar le dio otra luz a Borges; una que, sin rebajar lo genial de su escritura, permitía verlo como alguien falible, con sus fracasos e incomprensiones, con contradicciones y caprichos. Y también como un hombre que nunca perdió su cualidad de niño que se maravilla frente al cinematógrafo. Borges vio veinte veces Amor sin barreras y otras tantas veces Ciudadano Kane. Nunca dejó de ir al cine, ni siquiera cuando perdió la vista: le pedía a su acompañante que le contara la película.
La relación de Borges con el cine comenzó en los años 20. Iba al Cine Club Buenos Aires, donde se pasaban películas de vanguardia, como El martirio de Juana de Arco y El acorazado Potemkin. Él iba, pero se aburría. Estaba en total desacuerdo con los gustos de ese cine club y lo escribía en sus críticas. De alguna manera, su poética se construyó en contra de ese tipo de cine. Se sentía más convocado por el cine de Hollywood. Este tipo de cine más narrativo fue, según Aguilar, una de las claves constitutivas en la obra de Borges: el cine de Hollywood y los cuentos de Borges forman parte del mismo universo.
Borges, de hecho, escribió una columna de cine en la revista Sur. Y allí también, en lugar de ir por el cine arte de las vanguardias —como Sergei Eisenstein, que era un favorito de Victoria Ocampo—, se dedicaba a mirar cine norteamericano tratando de entender cómo contaban las historias y cómo las recibía el público. Es tal vez el cine de los géneros como el western y los gangsters lo que lo lleva a escribir los cuentos de Historia universal de la infamia. Cabe señalar, como bien dijo Aguilar ayer, que, en el prólogo del libro, Borges no solo menciona a Stevenson y Chesterton, sino que también incluye a Josef von Sternberg, el director de La ley del hampa y Los muelles de Nueva York.
En contra del cine argentino
Tal vez baste una cita para mostrar lo que pensaba Borges del cine nacional. “He visto Los muchachos de antes no usaban gomina, uno de los mejores films nacionales que se ha hecho”, dijo sobre la primera versión de la película de Manuel Romero. Y remató: “Vale decir, uno de los peores del mundo”.
Con todo, hubo algunas películas que rescató. Una en particular fue La fuga, de Luis Saslavsky, con Tita Merello. Decía Aguilar que tal vez esa le gustó a Borges porque Tita canta un tango que revela parte de la trama policial en la que estaba envuelta.
Borges también trató de incursionar en el cine, con una suerte más bien dispar. Escribió el guion de Suburbio con Ulyses Petit de Murat, y Los orilleros y El paraíso de los creyentes, con Bioy Casares. No fueron buenas experiencias ni tuvieron buenos resultados. Las películas no se hicieron. En el diario de Bioy se ve claramente cómo luchan con Los orilleros durante meses.
Pero sí hubo una película que Aguilar marcó como un gran éxito: Invasión, de Hugo Santiago. Considerada como una de las más importantes películas de la filmografía argentina, el guion era de Borges y Bioy. Pero, como en el momento en que comenzó el rodaje Bioy estaba de viaje, Borges se sintió más libre para trabajar y hasta participar activamente en él.
Borges va al cine
El camino de Borges al cine tiene su revés en el camino del cine a Borges. Hubo varios intentos para adaptar sus cuentos. Aguilar mencionó, por ejemplo, Hombre de la esquina rosada, de René Mugica y guion de Ulyses Petit de Murat, y La estrategia de la araña, que es una versión de Bertolucci sobre “Tema del traidor y del héroe”.
Hubo también una versión de “Emma Zunz”, escrita y dirigida por Leopoldo Torre Nilsson. Se llamó Días de odio y, pese a algunos extravíos en la narración, el resultado es bueno. Sin embargo, Borges la rechazó de plano. ¿Por qué? Para Aguilar la razón no estaba en la película sino en el póster promocional. La imagen muestra a Elisa Christian Galvé levantándose de la cama en ropa interior. Era una imagen cargada de sexualidad para la época. Borges, dijo Aguilar —y este es otro de los motivos por los que no conseguía hacer pie en el cine—, tenía un problema con la corporalidad.
Tal vez la polémica más paradigmática que se dio en relación con Borges y el cine sea la adaptación de “La intrusa”. El cuento narra la historia de dos hermanos y de la mujer que vive con ellos, en una tensión sexual que va en un crescendo de deseo y claustrofobia. El cuento tiene un acápite de la Biblia que pertenece a un pasaje que, según quiénes lo han estudiado, puede leerse como la condena de la homosexualidad.
A partir de esa cita, hay toda una nueva lectura en la relación de los hombres. Justamente así fue como la vio el director Carlos Hugo Christensen en la película que filmó en 1979. Con escenas muy extremas para aquella época —como una en la que los dos hombres duermen desnudos en la misma cama— y un póster con los tres personajes desnudos a contraluz en la llanura, la película se estrenó en Brasil, pero fue censurada en la Argentina.
Era la adaptación de un cuento de Borges, tenía música de Piazzolla y, sin embargo, la dictadura la había prohibido. Fue un escándalo. La revista Somos, entonces, publicó dos columnas sobre el tema. La primera, “En contra de la censura”, fue escrita por Christensen. La otra, “A favor de la censura”, nada menos que por Borges.
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