Miseria no es tonta

Una chica puede descubrir qué pasó con mujeres desaparecidas. Ya no quiere hacerlo pero su cuñada la impulsa y la búsqueda sigue. Solidaridad, resistencia y algo de naturalmente sobrenatural en “Miseria”, el último libro de Dolores Reyes. Esta nota reproduce el newsletter “Leer por leer”.

Dolores Reyes, la autora de "Cometierra" y "Miseria".

¡Hola!

Qué bueno vernos de nuevo por acá. Y gracias a todos los que me escribieron por el newsletter sobre Las gratitudes, el libro de Delphine de Vigan. Es hermoso y conmovedor. Unos días después vi El padre, la película con Anthony Hopkins y Olivia Colman que anda más o menos por el mismo tema —la vejez y sus estragos— y me volvió a pegar, como si el tema me rondara.

Y está bien. Para mí está bien no rajarles a las cosas bravas. Para mí la literatura es pensar y vivir otras vidas, identificarme y extrañarme.¿Y para vos? ¿Para qué leés?

En fin que a continuación rumbeé para otros lados. Más cerca —de Buenos Aires— que no se sabe si es más cerca o más lejos de la experiencia vital de cada uno.

Te voy a hablar de Miseria, el último libro de Dolores Reyes, que es una continuación del anterior, Cometierra, que fue un exitazo.

Ahí vamos.

Para empezar y por si no sabés, Dolores Reyes era una maestra del conurbano que a los 41 años y con siete hijos publicó un libro. El libro se llamó Cometierra, lo sacó una editorial chiquita cuyo nombre es casi una consigna: Sigilo. Pero no fue con sigilo el libro, Cometierra hizo ruido, ruido en castellano y vendió derechos para Estados Unidos, Australia, Inglaterra, Francia, Italia, Polonia, Holanda y Turquía.

Era 2019. Se venía la pandemia, pero no lo sabíamos.

Dolores había nacido en 1978, leía “a nivel bestial” y a los 17 años tuvo su primera hija. La historia es larga y con muchos chicos por todos lados, entre la escuela y la casa. La literatura estaba ahí pero agazapada.

En 2001 estudió Letras durante un tiempo, no pudo ser. En 2013 un sacudón la hizo volver a escribir. Fue al taller literario que daban Selva Almada y Julián López. Ahí arrancó con la historia de esa jovencita de Pablo Podestá, también en el conurbano, que cuando come tierra descubre qué fue de los que desaparecieron.

No es gratis en la Argentina decir “los que desaparecieron”. Uno pronuncia esa palabra y vienen a la mente Centros Clandestinos de Represión, la dictadura. Pero Cometierra encuentra a otros desaparecidos o, más bien, desaparecidas. Las mujeres asesinadas en femicidios, muchas veces por sus propias parejas. O las que se llevan para la trata.

¿Cómo lo hace? Bueno, come la tierra que pisaron o tocaron y las “ve”, viaja en una especie de sueño hasta donde están, se fija (hasta puede sacar una foto con el celular) y vuelve.

Cometierra tiene un amor, Ezequiel, y cuenta con un solo aliado en el mundo: su hermano Walter. Miseria es la novia de Walter. Y por ahí vamos a esta segunda parte.

Ese mundo

El mundo de Cometierra —¿la saga de Cometierra?— es cercano al de algunos libros de Gabriela Cabezón Cámara, como La virgen cabeza. Barrios en el borde de la marginalidad, donde se mezclan trabajadores, pequeños dealers de cabotaje y gente que vive del rebusque. Personas que no conocen el “Estado de bienestar” y a quienes no les dice mucho la palabra “Ciudadanía” pero que saben agruparse para pasarla mejor.

En este mundo no es sorprendente el “don” de Cometierra. Un realismo detallista se cruza con lo sobrenatural como si nada, sin aspavientos. Una especie de realismo mágico de suburbios. Menos gracioso, más degradado, más de supervivencia, más de este siglo XXI tan duro que de las esperanzas -y los porrazos- gigantes del XX. Eso es clave: se vive de a muchos.

Liniers. Uno de los escenarios de "Miseria". (DyN)

Algo más: si para la literatura que cuenta los márgenes la Policía es el enemigo, Reyes se atreve a hacer que un personaje amado lo sea: Ezequiel. Tal vez porque ella misma sigue viviendo en Caseros, a unos 30 kilómetros de la Capital y sabe que los policías no vienen de la alta alcurnia sino de esa misma clase. ¿Cómo no mirar de frente la contradicción?

Miseria, en fin arranca, cuando Walter, su novia y su hermana se van de Podestá a Liniers, un barrio en las fronteras de la Capital que en el libro se tarda mucho en nombrar pero que cualquier porteño reconocerá enseguida. Miseria -los sobrenombres son otro mapa- está embarazada y en esta instancia la vidente ha decidido no comer más tierra, parar de cargarse esa angustia, la catarata de malas noticias que tiene que dar. Ya está, ya está para ella.

Pero ya se sabe —y Reyes estudió Literatura Griega— que el destino te agarra de las mechas y te pone en tu lugar. Todo empieza con la insistencia de Miseria: “Cometierra, acá desaparece gente todo el tiempo, acá, tu don es oro”. De a poco va a ceder. Y será una botellita de tierra, otra, otra, el intento de encontrar a los que faltan, aunque en una ocasión sea un perro que “es mi familia”, le dice una mujer.

Cuerpos. Enterrados en lugares de difícil acceso. (Twitter/ Edison Mendoza)

No hay manera de ser indiferente en medio de tanta desgracia. De no darse cuenta de que esa chica llega al último trimestre de su embarazo sin tener ni una ecografía. Que se la pasó alimentándose con hamburguesas de paquete. Que es una adolescente con un hijo a cuestas pero ya sabe qué es el trabajo, de qué hay que protegerse y quiénes están de su lado.

No hay manera de no ver que el Mal a veces tiene cara de mujer y a veces está encubierto por el Poder. Pero aquí, como en Cabezón Cámara, los marginados no están resignados, por lo tanto, no están vencidos.

Miseria tiene momentos líricos, momentos épicos, tensión y alguna forma muy contemporánea del romance. Termina agradeciendo “a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, porque ellas nos enseñaron que seguir buscando es una forma de lucha”. Aunque para eso haya que comer mucha tierra.

Mis subrayados

1. “Esa muchacha tiene que comer tierra solo una vez más. Una sola. Con saber qué pasó con mis hijos ya me alcanza”.

2. “Voy hacia la claridad que entra por la ventana imaginándome que es, ahí afuera, la luna, pero cuando llego hasta el vidrio ni siquiera se ve el cielo. Son las luces de los carteles infinitos que devorándose todo se tragaron hasta las estrellas”.

3. “Miro alrededor. De las cosas que le gustaban a mi mamá no tenemos nada. Como ella murió a mis siete años estoy obligada a recordar siempre lo mismo. Los animales de vidrio que se perdieron todos, nuestros cumpleaños, las plantas que iba poniendo en el terreno y que nunca pararon de crecer, la plaza a la que nos llevó la última vez al Walter y a mí”.

4. “Pero papá no, papá no jugaba, papá no más. Que de eso quería hablarnos. Que quería que papá se fuera de la casa para siempre. —Hijos, yo no me caí en el baño —dijo y yo me quedé tan quieta como si fuera una muerta. El Walter no. Él pateaba con bronca para no escuchar. Le hubiera dado lo mismo una pelota que un árbol o un subibaja. —Esta noche voy a decirle que quiero que se vaya, que quiero que nos deje en paz”.

5. “Vuelvo a la ofrenda y le hablo a ella: —Mamá, soy yo, Aylén, ¿me escuchás? Llevo doce años atándome los cordones sola”.

6. “Pienso en Miseria arriesgándose a eso, tener que preocuparse por un hijo para siempre, tanto que ni siquiera muerta te deje de joder”.

7. “Por fin salgo y miro el celular: casi cuatro horas para conseguir un turno dentro de quince días”.

8. “¿Cómo le voy a elegir el nombre al bebé si no le vi nunca los ojos? Además, si lo supiera igual no lo voy a decir. Quiero que él escuche ese nombre primero que nadie: Vos te llamás así y nosotros te vamos a cuidar siempre”.

9. “Y ahí sí lloro mientras le digo su nombre, despacito, mi boca pegada a su frente, porque él también viene a mí llorando y se lo repito dos veces, subiendo un poco la voz para que me escuche bien. Al oírme se queda tranquilo y yo le pongo mi dedo en el medio de su manito y él la cierra fuerte. Mi hijo y yo quedamos enganchados para siempre. Y así nacemos”.

Esta nota reproduce el newsletter “Leer por leer”, que se entrega los jueves. Para recibirlo te podés suscribir siguiendo este enlace.

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