La más reciente novela en español de la escritora británica Fiona Barton, conocida entre los lectores por títulos como “La viuda” o “La sospecha”, es una ficción con los mejores ingredientes del thriller o del llamado ‘domestic noir’, un subgénero que se caracteriza por sus argumentos ambientados en lo doméstico y familiar. Sus tramas suelen centrarse en crímenes, misterios y traiciones al interior de un entorno familiar, en las relaciones interpersonales o en la psicología misma de un personaje.
Habiendo conseguido gran notoriedad en este ámbito, Barton regresa a las librerías con su ya más que ganada reputación como autora de suspense. En las páginas de “Uno de los nuestros” no habrá tregua alguna para los lectores.
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La trama nos presenta en escena a Elise, una detective para quien el cáncer ha supuesto uno de sus mayores desafíos. Lidia con los vestigios de aquella enfermedad que la hizo tambalear, recién mudada a Ebbing, un pueblo inglés alejado de todo que casi nadie conoce.
Convaleciente, desde su ventana puede ver el día a día de los lugareños y la llegada cada tanto de los extranjeros. Al no poder salir, se limita a imaginar lo que sucede allí afuera, más allá de las calles, detrás de las puertas de sus vecinos. Entonces, Dee entra en su vida. Es la chica que le ayuda con la limpieza en casa, una presencia invisible que lo ve y lo oye todo.
Es Dee, justamente, quien le cuenta la noticia que alterará el ritmo de sus días y le impedirá a Elisa continuar con su recuperación. De repente, dos adolescentes son ingresados en el hospital del pueblo y un hombre desaparece misteriosamente. Impedida ante la posibilidad de darle la espalda a sus ideales, Elise va en la búsqueda de respuestas que le permitan dar con la verdad detrás de todo esto, y Ronnie, una de sus vecinas, será su principal apoyo. Los habitantes del lugar, sin embargo, saben bien guardar sus secretos.
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La estructura de la novela es de lo más absorbente. De principio a fin, como toda buena historia de suspense, el lector se ve envuelto en una serie de giros y revelaciones, mientras la trama avanza de la mano de las dos voces protagonistas, la de Elise King y la de Dee.
Por un lado, la detective se debate entre hacer algo o quedarse quieta y olvidarlo todo, concentrarse en ella y su recuperación. Por el otro, Dee lidia con la muerte reciente de su hermano y los demonios de su pasado familiar. Ella será la herramienta más importante para Elise y Ronnie, en su búsqueda de la verdad.
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Las dos protagonistas son conscientes de que nada bueno les espera, pero no pueden evitar tomar estos caminos, así como los lectores, tampoco, podrán evitar seguir leyendo.
Todas las piezas encajan en las páginas de “Uno de los nuestros”, alrededor de 400 en la traducción de Pilar de la Peña Minguell, publicada por el grupo Planeta. Un thriller vibrante que dejará a más de uno en vilo.
Sobre la autora, Fiona Barton
- Nació en Cambridge, Inglaterra.
- Cuenta con una dilatada carrera en el mundo del periodismo. Ha trabajado para el Daily Mail, el Daily Telegraph y el Mail on Sunday.
- Ha sido galardonada con el prestigioso Premio Nacional de la Prensa británica.
- Desde 2008 trabaja formando a periodistas exiliados y amenazados en todo el mundo.
- Con “La viuda”, su primera novela, se convirtió en un fenómeno editorial internacional. Se publicó en más de treinta y cinco países.
- Sus novelas, “La madre” y “La sospecha”, la han confirmado como una de las autoras más sólidas en el campo de la novela psicológica.
Así empieza “Uno de los nuestros”
Sábado, 24 de agosto de 2019
Dee
Después Pauline me dijo que ni siquiera había reparado en que Charlie había desaparecido hasta que yo la había despertado.
El coche estaba a la entrada de la casa, pero no había rastro de él cuando entré a limpiar. Tengo una copia de las llaves y suelo llegar a la casa antes de que se levanten. Lo prefiero, la verdad. Así puedo ir a mi ritmo. Antes de que se den cuenta siquiera de que ando por allí, ya casi he terminado. «La mujer invisible», me llama a veces mi marido, en broma.
Pero tiene razón. Me evaporo cuando entro en casa de un cliente. Me oyen pasar el aspirador, claro, o mover muebles, pero la mayoría hace como si no estuviera allí. Es como cuando en Downton Abbey el servicio sale de pronto por una puerta oculta para quitar el polvo de las lámparas de araña mientras la familia comenta el último escándalo de lady Mary, solo que en los sitios donde limpio no hay puertas secretas ni escaleras de servicio. Yo estoy en el otro extremo del espectro: ¡los Perry viven en una caravana!
—Es una vivienda modular de lujo — me espetó Pauline la primera vez que la llamé así—. Las caravanas son para los que viajan, Dee. Además, esto es temporal, hasta que esté acabada la casa grande.
«La casa grande.» De lejos parece especial, sí, pero de cerca es otra historia. Se cae a pedazos, ladrillo a ladrillo. Hay unos boquetes enormes en el tejado y los techos están a punto de derrumbarse. Según mi marido tendrían que declararla en ruinas, pero Pauline aún me obliga a sacarle brillo a la aldaba y el buzón de la puerta, ambos de latón. Supongo que le alivia imaginar que pronto vivirá allí. ¡De lo que somos capaces los seres humanos por hacernos la vida más soportable!
Pura fachada, todo. Un exterior resplandeciente tras el que esconder la mugre. ¡Ay, si la gente viera lo que yo veo!: esos hornos forrados de grasa, esos retretes pringados de mierda, esos colchones llenos de manchas... ¡Y si oyeran lo que oigo!: sé quién tiene problemas económicos, quién infecciones fúngicas... Pero nadie lo sabrá, porque guardar el secreto forma parte de mi trabajo.
—¡Charlie! — me grita Pauline desde el dormitorio.
—¡No lo he visto! — le contesto asomando la cabeza por la puerta.
—Pues aquí no está — dice sacándole el pijama doblado de debajo de la almohada.
—Ya — respondo.
—Anoche me tomé una de mis pastillas... Debía de estar dormida cuando llegó. Y cuando se ha levantado — añade, pero yo no percibo en el aire el tufo ácido de la última copa secreta de Charlie.
Llevo un tiempo abriendo la ventana del minúsculo dormitorio nada más llegar siempre que limpio esta casa, y ayudándolo a esconder las botellas vacías para que no las vea Su Majestad. Esta mañana el dormitorio apesta a sudor y a sexo. Y ellos nada. Que no lo hacen, vamos. Según Pauline, Charlie no puede. Pero hay otro que sí, está claro. En el pueblo se habla del jardinero, Bram, que viene mucho por aquí. Y no a cortar el césped.
—Hoy me iba a comprar un vestido nuevo en Brighton — lloriquea—. Llevo días encerrada en esta condenada caravana.
¡Joder! ¡Ha dicho «caravana»! Debe de estar cabreadísima.
—Voy a ponerme con la cocina — digo, y ella hace un mohín y asiente.
Debería decirle algo enseguida. Que anoche vi a Charlie. Pero me va a freír a preguntas.
«No te metas — me reprendo—. No te incumbe. Y tú ya tienes bastante con lo tuyo.»
Lleno de agua caliente el cubo mientras procuro no pensar en mis propios problemas: en que hay que pagar el alquiler la semana que viene, en que Liam no tiene trabajo... y en que mi familia se ha vuelto a colar en mi vida, después de tantos años, y me ha hecho recordar.
El agua del cubo se desborda y me salpica en los pies. «Vamos, Dee, que todo se va a arreglar — me digo—. Y Charlie aparecerá dentro de nada, ¿no?»
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