Desde hace un tiempo, la doctora Amishi P. Jha, profesora asociada en Psicología en la Universidad de Miami y directora de la Contemplative Neuroscience for the Mindfulness Research and Practice Iniciative, viene trabajando en la creación de técnicas de entrenamiento cognitivo con miras a mejorar la atención y el entendimiento en las personas. A partir de ello, ha ido recopilando con los años una gran cantidad de material que acomodó en un libro que llega ahora a Latinoamérica, tras haberse publicado en España, de la mano del grupo Planeta.
En las páginas de “La nueva ciencia de la atención”, cerca de 344, la autora habla de cómo es posible lograr una mente en plenitud invirtiendo tan solo doce minutos al día.
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Utilizamos cada porción disponible de nuestra atención para situarnos en relación con el entorno que nos rodea en cada momento del día. Desde la constante reclamación de la tecnología, reza la contraportada, hasta las 24 horas de titulares y abrumadoras exigencias del trabajo, a nuestra capacidad de atención se le exige más que nunca. Esta es la razón por la que hoy estamos sufriendo un trastorno colectivo de déficit de atención que nos hace sentir cada vez más dispersos, abrumados y ansiosos.
Incapaces de resistirnos a las constantes distracciones (correos electrónicos, videollamadas, mensajes o notificaciones), explotamos nuestra atención, exigiéndole rendir cuando ni siquiera nosotros conseguimos mantener un balance en todo esto.
Al interior de “La nueva ciencia de la atención”, la doctora Jha revela que, a menos que le demos espacio en nuestra mente a prácticas diarias más específicas y mejor dirigidas, será difícil controlar lo que nuestra atención capta. Es justo esto lo que nos hace tan vulnerables a las distracciones, experiencia ñ ha llamado la autora ‘degradación de la atención’.
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Con tan solo doce minutos al día, explica la autora, es posible darle un vuelco a todo esto. “Te estás perdiendo el cincuenta por ciento de tu vida. Y no eres el único. Nos pasa a todos”, escribe. “Sin la atención, estaríamos completamente perdidos: nos quedaríamos en blanco y no seríamos conscientes ni responderíamos a los estímulos de nuestro entorno o nos quedaríamos abrumados y paralizados por la avalancha de información incoherente que se nos vendría encima”.
Si intentamos mantener la atención en algo durante mucho tiempo, se lee en el libro, empezaremos a notar que esta comienza a resistirse, se rehúsa a quedarse allí, y acabaremos dispersándonos. “Estamos biológicamente predispuestos a distraernos, es una ‘capacidad’ necesaria”, asegura la doctora.
Históricamente, los seres humanos hemos sido incapaces de mantenernos concentrados en torno a una única actividad. Cuando nuestros antepasados salían a cazar o a recolectar alimento, cualquier estímulo externo los distraía de su propósito, el sonido de un animal o la advertencia de un depredador. Si la evolución hubiese querido que pudiéramos mantener una concentración total en lo que hacemos, ajena a todo lo que sucede alrededor, nos habríamos extinguido como especie.
El cerebro está predispuesto a aquello que se ha convenido llamar como “la mente errante”, que parece ser el origen de la desatención, pues garantiza que cuanto más tiempo pasemos en una actividad, peor será nuestro desempeño.
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La doctora propone, entonces, tres ejercicios que pueden reforzar nuestra atención en las actividades que desempeñamos a diario, y apuntan, en su orden, a estrechar y estabilizar nuestra “linterna atencional”, y fortalecer nuestro control sobre ella. Son necesarios apenas unos minutos, sentarse con la espalda erguida y con una postura estable, conectar con las sensaciones asociadas a la respiración, y así, cuando la “linterna” se empieza a mover, habrá que llevarla a otro sitio.
Inteligente y accesible, entrelazando la ciencia y las historias ilustrativas de personas de alto nivel que han utilizado con éxito sus técnicas, “La nueva ciencia de la atención” desmiente las suposiciones comunes y ofrece nuevas y sorprendentes herramientas para mejorar radicalmente nuestras vidas.
La nueva ciencia de la atención, fragmento
Dime si en alguna ocasión te ha ocurrido algo parecido a esto: hay veces en que te cuesta mucho concentrarte y en que la mente está en un continuo vaivén entre el aburrimiento y el agobio. Estás disperso y no hay manera de centrarte en algo, por mucho que lo necesites. Pierdes los estribos con facilidad. Estás irritable. Estresado. Te das cuenta de que has cometido errores: erratas, palabras que te has saltado o que has repetido (¿lo has visto?). Las fechas límite se ciernen sobre ti, pero te cuesta despegarte de las noticias y de las actualizaciones de las redes sociales. Navegas por el teléfono, pasando de una aplicación a otra y, cuando, pasado cierto tiempo, levantas la mirada, te preguntas qué diantres estabas buscando. Pasas mucho tiempo en el interior de tu cabeza, desconectado de lo que sucede a tu alrededor. Te descubres dándole vueltas a conversaciones pasadas: a lo que te habría gustado decir, a lo que no tendrías que haber dicho, a lo que podrías haber hecho mejor...
Quizá te sorprenda saber que todo esto tiene que ver con una sola cosa: tu atención.
Si sientes que estás envuelto en una neblina cognitiva:atención disminuida.
Si estás ansioso o preocupado o tus emociones te abruman:atención secuestrada.
Si te parece imposible centrarte y pasar a la acción o ponerte a trabajar en algo urgente:atención fragmentada.
Si te sientes desconectado de los demás:atención desconectada.
En mi laboratorio de investigación en la Universidad de Miami, mi equipo y yo estudiamos y formamos a personas que desempeñan algunas de las profesiones más extremas, estresantes y exigentes que hay. Entre otros, estudiamos a profesionales de la medicina y de los negocios, a bomberos, a militares y a atletas de élite. Todos ellos necesitan prestar máxima atención (y hacerlo bien) en situaciones de una importancia extraordinaria y en las que sus decisiones pueden afectar a mucha gente. Situaciones como intervenciones quirúrgicas importantes, incendios forestales letales, operaciones de rescate o en territorios en guerra. En estas situaciones, el desempeño en un solo instante puede catapultar o hundir una carrera profesional, salvar una vida o ponerle fin. Para algunas de estas personas, prestar atención es una cuestión de vida o muerte. Literalmente. Y, para todos, es una fuerza muy potente que modela nuestra vida mucho más allá de lo que pensamos.
La atención determina:
Qué percibimos, aprendemos y recordamos.
Cuán estables o reactivos nos sentimos.
Qué decisiones tomamos y qué acciones emprendemos.
Cómo interactuamos con los demás.
Y, en última instancia, lo satisfechos y realizados que nos sentimos.
A cierto nivel, ya lo sabemos. Fíjate en el lenguaje que usamos cuando hablamos de la atención. «Presta atención», decimos. «Os pido un momento de atención, por favor», rogamos. Vemos y oímos información que «llama la atención». Estas frases tan habituales subrayan algo que ya sabemos instintivamente: la atención es como una moneda que se puede prestar, regalar o robar. Es extraordinariamente valiosa y también es finita.
Últimamente, el valor comercial de la atención adquiere cada vez más protagonismo. Tal y como se dice de algunas aplicaciones de las redes sociales, «Si no pagas por el producto, es porque el producto eres tú». Para ser más precisos, el producto es tu atención, un bien que se puede vender al mejor postor. Ahora tenemos mercaderes de la atención y mercados atencionales. Todo esto augura una nueva distopía en la que se comerciará en «futuros de atención» humana junto al ganado, el aceite y la plata. Sin embargo, la atención no es algo que podamos ahorrar ni pedir prestado. No es algo que podamos acumular para usarlo más adelante. Solo podemos usar la atención aquí y ahora. En este momento.
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