¿Es difícil leer a Borges? ¿Es aburrido? ¿Me va a enfrentar a mis imposibilidades? ¿Es una vara demasiado alta que inhibe lecturas y escrituras posibles? ¿O al revés, es un Maestro, un guía, un estímulo? ¿Es todo eso junto y más? Estas son algunas de las preguntas que sobrevuelan el universo de la lectura y la escritura, o que directamente se responden: sí, sí, sí.
Sin embargo, tal vez no sea ni difícil ni aburrido ni ponga en cuestión los conocimientos de cada persona que encara su lectura, ni la posibilidad de una escritura propia. Una pregunta más pragmática y menos cargada, sería: ¿por dónde empezar?
Hace algunas semanas, en el programa Tarde Para Nada de Radio con Vos en el que es columnista, Claudia Piñeiro recomendaba arrancar por los cuentos de aparente simplicidad, como “El Sur” o “La intrusa”. Sylvia Iparraguirre dio un seminario en el que abría puertas de entrada a la obra. También Silvia Hoppenhayn, en sus cursos Clásicos no tan clásicos, ofrece desandar el camino borgeano. Carlos Gamerro escribió Borges y los clásicos, un volumen para hablar de su vínculo con otros escritores de quienes Borges se convirtió en involuntario precursor.
Las clases de Borges por Piglia pueden verse por YouTube, lo mismo que las de Martín Kohan. Las lecturas son infinitas, algo lógico, pensando en un escritor-lector que hizo de la infinitud uno de sus temas recurrentes. Esta solo fue una muestra. Hay otra posibilidad: dejarse llevar por las palabras, tomar a Borges como un río y navegarlo sin remos, a la deriva, y sin prejuicios. Entrar por el lado del humor y de la ironía, permitirse la risa. No son caminos excluyentes.
De las múltiples puertas de ingreso a la obra de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986), una nueva posibilidad la abre Borges babilónico. Una enciclopedia, dirigida por Jorge Schwartz (Fondo de Cultura Económica). Se trata de una obra monumental, que contó con 75 colaboradores, fue editada por Schwartz (nacido en Posadas en 1944, residente en Brasil desde 1960, también autor de algunos artículos del libro) por primera vez en portugués en San Pablo, Brasil, en 2017, junto con María Carolina de Araujo.
La coctelera borgeana
Cada entrada del libro consiste en un pequeño ensayo con sello de autor que facilita el ingreso a la obra del autor de “El Aleph”. Alberto Manguel, Beatriz Sarlo, Claudia Fernández, Edgardo Cozarinsky, Magdalena Cámpora, Ricardo Piglia, Saúl Sosnowsky, Leah Leone, Marcelo Pereira da Silva, son algunos de los colaboradores argentinos y brasileños presentes en el libro, algunos con una entrada, otros con varias.
Están organizadas por orden alfabético, desde antes de la A (la primera entrada es una cifra, un gesto bien borgeano: “1910. Año del Cometa y del Centenario”) hasta la Z en “Zunz, Emma”, uno de sus relatos que más lecturas abre hoy, realizada, en este caso, por Horacio González.
El despliegue muestra que el saber de Borges era renacentista, enciclopédico: un gran acumulador de conocimiento que digirió para hacerlo accesible al público lector y que, como se lee en algunas de las referencias, negó que la literatura fuera representación y mezcló, en dosis iguales, datos, citas y nombres “reales” con otros irreales, apócrifos, inventados.
Según Piglia, el cuento que sintetiza esta coctelera borgeana, la muestra más acabada de su universo, es “Tlön, Uqbar, Tertius, Orbis”, sobre un mundo inventado. Una elección que el propio autor no hizo: el cuento no está incluído en la Antología personal que Borges recopiló en 1961, encabezada por “La muerte y la brújula”, un modelo de relato policial, y que culmina con el poema “Composición escrita en un ejemplar de la Gesta de Beowulf”. En la edición crítica de las Obras Completas, anotada por Rolando Costa Picazo e Irma Zangara, se distingue lo “existente” de la pura invención.
La entrada escrita por Ricardo Piglia en 2000, “memoria” (la primera letra de las entradas que remiten a sustantivos comunes son escritos en minúscula, mientras que las de los nombres propios figuran en mayúscula) es una lectura bastante completa y muy pigliana de la obra de Borges, que además juega con el estilo borgeano. Comienza: “El último cuento de Borges (sorprendidos por la perfección de ese fin), el que imaginamos como último cuento de Borges, surgió de un sueño”. Y termina: “Tal vez en el porvenir alguien, una mujer que aún no ha nacido, sueñe que recibe la memoria de Borges como Borges soñó que recibía la memoria de Shakespeare”.
En Borges babilónico, cada entrada linkea con otras y también con los textos de Borges. La elección es ecléctica. Los artículos van desde definiciones de términos recurrentes en los cuentos, poemas y ensayos borgeanos, como “gaucho”, “orillas”, “judaísmo”, “tiempo”, otros más raros como “alfajor” (una referencia a los alfajores santafesinos aparece en el cuento “El Aleph” y pasa casi inadvertida), hasta nombres de ciudades, de batallas, de personajes históricos y autores transitados por Borges, de Oriente y Occidente, en las que se ve la admiración del escritor por las culturas china y arábiga.
También hay referencias a la madre, Leonor Acevedo de Borges, al padre y al abuelo, a María Kodama (hoy en el centro neurálgico de las polémicas sobre la herencia, luego de su muerte el 26 de marzo), Adolfo Bioy Casares y otras personas de su entorno, así como de quienes lo leyeron, por ejemplo, Enrique Pezzoni. Se definen una serie de literaturas nacionales que Borges exploró. O una referencia a Antología de la literatura fantástica.
Hacia el final, incluye la bibliografía consultada por cada uno de los autores, la lista de todas las entradas ordenadas alfabéticamente, y un índice de nombres. Si bien en el prólogo Schwartz señala que se trata “casi un diccionario” y que evita la “interpretación de textos”, el libro propone una relectura posible y en algunos casos muy personal, de la obra, y así invita a emprender una gira mágica y maravillosa por el multiverso borgeano.
En un gesto que remeda el “yo” intruso que Borges incluye en algunos de sus textos, él mismo “firma” la entrada que lleva su nombre: “Borges, Jorge Franciso Isidoro Luis”, incluido en el “Epílogo” de su Obra completa (Emecé, 1974): “A riesgo de cometer un anacronismo, delito no previsto por el código penal, pero condenado por el cálculo de probabilidades y por el uso, transcribiremos una nota de la Enciclopedia Sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile el año 2074″.
Es decir que instala este falso epílogo en el terreno de la ciencia ficción futurista. Un chiste de Borges, que luego modifica su nombre de pila: “José”. Se autodefine “autor y autodidacta, nacido en la Ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, en 1899″. A la sazón sugiere que para 2074 la situación sería otra, o Buenos Aires no existiría.
El juego con los tiempos es ingenioso: “La fecha de su muerte se ignora”, ya que en 1974 Borges estaba vivo. Y así. Como docente, escribe, en los exámenes “no exigía fechas, ya que él mismo las ignoraba. Abominaba de la bibliografía, que aleja de las fuentes al estudiante”. Casi una definición del saber que suena a paradoja para alguien como Borges, el memorioso. No oculta su condición conservadora, contra “la plebe y la aristocracia”.
El nombre de la enciclopedia, como señala Schwartz en el Prólogo, se inspiró en la expresión que acuñó Julio Cortázar en Cartas a los Jonquières (1978), su correspondencia con la pareja entre el artista plástico Eduardo Jonquières y María Rocchir. Allí escribió: “En el caso de Borges lo que se nos ofrece es el resultado de una laboriosa y sutil de la materia literaria. Borges no es un escritor ni intuitivo, ni espontáneo, ni emocional. Al contrario, es un escritor que trabaja con materiales preexistentes, que construye un artefacto literario al que le otorga su sello personal, pero que, en última instancia, pertenece a una tradición, a una cultura. En ese sentido, Borges es un escritor babilónico, en el sentido en que su literatura es una babel de influencias, una red de citas, una polifonía de voces que se entrelazan, en un texto que es, al mismo tiempo, una obra de creación y una obra de interpretación”.
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