Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1960, el poeta Saint-John Perse es una de las voces más destacadas del siglo XX en todo el mundo. Nacido en la isla de Guadalupe en mayo de 1887, fue además diplomático y viajero. Vivió en países como China, Francia y Estados Unidos, y durante el tiempo que estuvo activo en las letras cultivó una poesía evocadora y elegantemente alusiva. De algún modo, sus versos son una crónica del mundo y sus tesoros.
Fallecido en 1975, a la edad de 80 años, Perse es uno de los más grandes poetas épicos de la época moderna, reconocimiento que alcanzó a partir de su selección de versos titulada “Anábasis”, publicada en el año 1924. Elogiado por poetas de la talla de T. S. Eliot, que lo tradujo en un par de ocasiones, Walter Benjamin, Paul Valéry, Marcel Proust, André Gide, Reiner María Rilke y André Breton, entre otros, este poemario fue el segundo libro que se conoce de Saint-John Perse y llamó la atención de los críticos casi inmediatamente. El poeta italiano Giussepe Ungaretti lo tradujo con relativa prontitud y tras conocerse en diferentes países de Europa, llegó al mundo hispano gracias a los escritores Octavio G. Barreda y Jorge Zalamea.
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“Anábasis”, en palabras del propio autor, aborda el poema en cuanto a la soledad en la acción. “Tanto la acción entre los hombres como de la acción del espíritu”. En sus versos se hace referencia al viaje, visto como aquel escenario donde lo humano implica diferentes rituales en su búsqueda por alcanzar la máxima expresión del espíritu.
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Indagando en lo más hondo de la condición humana, la poesía de Saint-John Perse se adentra en la médula de la naturaleza de una raza condenada al misterio. Su propósito es ese, justamente, “profundizar el misterio mismo del hombre”, comprender la vida. En Anábasis asistimos al ascenso del iniciado, del peregrino, del conquistador de sí mismo.
Escrito durante su estancia en China, este poemario se sitúa en un espacio mítico. No hay lugares reales en sus versos, solo la imaginación del poeta, sus preguntas, la nebulosa de su propia duda. Su originalidad reside en esa mirada que el poeta posa sobre lo primigenio, preguntándose por el origen mismo de las sociedades, de la civilización y la barbarie, de la naturaleza y su vínculo con el hombre. De allí, surge su cadencia, la contundencia de su poética.
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Una vez que dejó la isla de Guadalupe, Saint-John Perse no regresó jamás. Fue a través de la poesía que la revisitó incontables veces, recordándola como aquel lugar donde tuvo la más feliz de las infancias.
Además de este, los otros poemarios que de él se conocen se convirtieron en la piedra angular de varias generaciones de escritores posteriores, tanto en francés como en otras lenguas. De hecho, si nos remitimos al español, uno de sus más grandes adeptos, fieles lectores y entusiastas promotores fue el colombiano Álvaro Mutis, ganador del Premio Cervantes en 2001, quien decía constantemente que por su obra había experimentado la revelación epifánica del curso a seguir en su poesía, tan parecida a la suya.
El también poeta mexicano José Emilio Pacheco escribió alguna vez que su poesía crece con la naturalidad majestuosa de un gran árbol del trópico y mira la corriente de la historia en su fluir perpetuo: guerras, conquistas, imperios, exilios, rebeliones. En últimas, su visión es planetaria.
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