Hace algunos meses, cuando Fito Páez ya había anunciado que estaba en plena regrabación de El amor después del amor, dijo en una entrevista radial que estaba dispuesto a hacer volar por los aires el disco que lo terminó de encumbrar -hace tres décadas y para siempre- en el panteón de la música popular argentina y latinoamericana. Dijo así: “Destrocémoslo, vamos a irnos por un lado totalmente diferente”. Y dijo algo déspota y hermoso: “¿Por qué? Porque puedo. Porque es mío”.
El amor después del amor llegó a Musimundo y a sus similares de aquella época el 1º de junio de 1992. Se convirtió en el disco más vendido del rock argentino empujado por la potencia de su repertorio: doce de sus catorce canciones fueron cortes de difusión que giraron por la radio de aquel entonces. Treinta años después esas mismas canciones y ese mismo artista llenaron dos veces -como en 1993- la cancha de Vélez. Una procesión hecha de nostálgicos, y de sus hijos y sobrinos y hermanitos, desbordó el Estadio Amalfitani, y cantó y lloró y dio las gracias con aplausos y hasta con alguna mirada profunda al cielo de Liniers o con un posteo en Instagram, o las dos cosas.
Por estas horas, los que fueron a Vélez y los que no quisieron pero no pudieron tienen con qué entretenerse. Páez acaba de publicar EADDA9223, que es la regrabación 2023 de El amor después del amor. “Fito” es tendencia en Twitter y en Spotify. Formalmente, las canciones son las mismas. Pero los nuevos invitados, los nuevos arreglos y algunas nuevas estrofas reinventan la obra que convirtió a Fito en el primer artista no cubano en llenar la Plaza de la Revolución de La Habana.
Y en el musicalizador de nuestros días más felices. Y si no, busquen el video que compartió en sus redes el canal AFA Play algunos días después de la final de Qatar. Messi y Di María abrazados, recién convertidos en campeones del mundo, combinado con lo de aaay, recuerdos que no voy a borraaar. Pasaron siete Mundiales desde que Fito editó El amor después del amor hasta que alguien tomó decisiones sobre qué música ponerles de fondo a Lio y a Angelito: no hay una canción mejor que “Brillante sobre el mic”.
Entonces, ¿cómo se hizo ese disco que acaba de volver a inventarse? ¿De qué está hecha esta obra maestra? En Infancia y Juventud, el libro de memorias que Páez editó el año pasado y que le hace de columna vertebral a la serie que es un éxito desde su estreno en Netflix, algunos pasajes permiten asomarse a la construcción del disco que le cambió la vida a Fito. Y a todos los que lo escuchamos.
Un disco que creció como una flor
La música debe escucharse en silencio. Con concentración absoluta. La música abre. Ceci se aprestaba para meterse en la cama y por fin descansar después de tantas jornadas de grabación paraguayas.
Ese año transcurrió entre conciertos y tertulias nocturnas. El amor se asentaba y no había que andar ocultándose. Fabi comprendió. Gonzalo comprendió. Era un panorama alentador. Una mañana hice una ronda de llamados delante de ella a mis doce amantes. Que me había enamorado. Que estaba afuera del juego. No todas se lo tomaron bien. Pero si tenía algo a mi favor era que nunca fui de hacer promesas de amor infundadas. Ahora estaba renaciendo.
Es un tipo de situación que tuve la suerte de vivir varias veces. Pero aquel fue el primer renacer. La plenitud del romance entre un hombre y una mujer, en tiempo y espacio correctos. Las homonas explotadas y la inconsciencia total del mundo exterior. El romance amoroso también es el colmo del egoísmo. Mientras tanto iba componiendo canciones: “Detrás del muro de los lamentos”, “Un vestido y un amor”, “El amor después del amor”, “La rueda mágica”. Estaba creciendo una flor. Relajada, sin presiones, al tiempo de la luz que la alumbraba.
Caprichos y deseos sin límites
Fue Chacho Ruiz quien un año antes me había firmado para la Warner Argentina. A él le debo haberse dado cuenta de que había mucha tela por cortar todavía. Ahora pasaba al ala Midani. La que me abriría las puertas de todos los caprichos y deseos. André no conocía más que Tercer Mundo y lo que había recopilado de aquí y allí sobre mí. Necesitaba mirarme a los ojos. Yo no tenía idea de quién era ese hombre semicalvo, de mirada profunda y sonrisa abierta.
Después de aquel encuentro a metros del Luna Park, lo llamó a Chacho Ruiz y le dijo: “Sin límite de presupuesto”. Ese dinero fue, es y será un montón para producir un álbum. En cualquier circunstancia. Mas el necesario para poder crear en libertad, sin presiones y cumpliendo el protocolo ideal. Período de composición. Período de demos. Período de ensayo en un estudio. Período de grabación. Período de overbacking. Período de mezcla. Período de mastering. Con los músicos elegidos y en donde yo quisiera. Solo me pusieron un administrador / productor artístico, el chileno Carlos Narea, y un técnico excepcional, Nigel Walker. Inglés de pura cepa, discípulo de George Martin, el genial productor de los Beatles. El amor después del amor se realizó en cuatro países y seis estudios, en el lapso de cinco meses. Con invitados de oro.
¿Un improvisado?
Carlos Villavicencio iba a encargarse de los metales y las cuerdas. Por eso estaba allí. Tweety ofició de técnico de grabación y algo más. Ese algo más fue ponerme sin avisar el loop que todos conocemos de “El amor después del amor”. Esa decisión devino en el carácter que luego desarrollé en el armado de aquella canción que imploraba redención.
En el medio de otra sesión repitió la operación con el loop de “Sasha, Sissí y el círculo de baba”. La escribí de un tirón. Al igual que la música de “Brillante sobre el mic”. Son piezas que quedaron en el álbum con la exacta forma con las que las toqué la primera vez. Así me gusta hacer las músicas. Improvisando. Dejándome llevar. Sin planes. Aquella sentencia de Gerardo Gandini, otra vez: “Cuando lo imprevisto se vuelve necesario”. Tweety González fue el artífice inspirador de esas canciones.
Qué feliz estaba en aquel momento. Enamorado de una mujer que me amaba, viviendo una dimensión desconocida del amor y haciendo música con amigos en una playa frente al mar.
Un maestro llamado Charly García
Otro mediodía llegó García. Me faltaba una estrofa de “La rueda mágica”. Charly le pidió a Dionisio, el dueño del bar de ION, un bloody mary. La escribió, la cantó e hizo los coros en no más de dos horas. No saben lo que se pierden al no poder ver en acción a un artista como Charly García. La música y el swing le brotan como agua de un géiser. Solo tiene que tener ganas. Lo demás hay que darlo por hecho.
Voces como explosiones
Quería una voz soulera para que estallara la entrada de la banda en “El amor después del amor”. Estaba pensando en grabar con alguna cantante afro en Londres. Hasta que nos enteramos de que Claudia Puyó estaba en la capital inglesa. Me pongo en contacto con ella y la invito a Madrid. Quién mejor que ella para imprimir esa fuerza desgarradora y explosiva en la canción. Llegó y fue como si nos conociéramos de toda la vida. Hicimos inmediatas migas. Cantó varias tomas a través de toda la canción. Fue una grabación inolvidable. Claudia lo da todo.
Al otro día vino Antonio Carmona, el cantante del grupo Ketama, para intervenir en la parte instrumental de “Tráfico por Katmandú”. Yo era loco por Ray Heredia, que había sido miembro original de la formación gitana. Ellos estaban revolucionando la canción flamenca. Ray había fallecido dejando una obra bella como su alma, y Ketama era un sol en plena explosión. Le pedí a Antonio que me diera esa voz gitana. La más salvaje. A él no sé si le parecía lo mejor para la canción. O es probable que yo me haya explicado mal. La cuestión es que en un momento esa voz empezó a cantar y su sangre gitana se encendió. Ni más ni menos.
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