Los ocho días que siguieron al 30 de abril de 1945, cuando Adolf Hitler y Eva Braun se suicidaran en un búnker al interior de la cancillería del Tercer Reich, marcaron el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. La Alemania nazi no sobreviviría sin la presencia de su líder y la guerra llegaba a su fin.
Aquella fue una de las semanas más turbulentas de la historia, toda una era se precipitaba al final a un ritmo frenético. El colapso de las fuerzas armadas de la Wehrmacht era una realidad, pero al tiempo se escenificaban las últimas marchas de la muerte que durante tanto tiempo habían aterrorizado a millones de personas.
Le puede interesar: Pasaron 96 años antes de que un hombre regresara un libro prestado a una biblioteca pública en California
En su nuevo libro, el periodista alemán Volker Ullrich relata una a una estas jornadas durante las cuales la guerra echaba el telón y la tragedia de homicidios masivos y inimaginables a todos los dictados de la humanidad parecía llegar definitivamente a su fin, en medio de los intentos fanáticos de las últimas resistencias, la desesperada huida de los líderes nazis y la liberación de los cautivos en los distintos campos de concentración que se habían dispuesto para su exterminio.
En “Ocho días de mayo” el autor desarrolla una narración vibrante y conmovedora sobre los últimos instantes del régimen nazi, que al morir Hitler pasó brevemente a manos de Karl Dönitz, quien decide huir hacia Flensburgo, al norte de Alemania, mientras las fuerzas aliadas continuan su avance.
Berlin se reestablece, Wernher von Braun, el científico y diseñador de cohetes, es detenido, y Marlene Dietrich busca a su hermana en Bergen-Belsen. Lo que los lectores encontrarán en Ocho días de mayo, además de un relato histórico y periodístico pormenorizado, es una asombrosa verdad respecto al lado más humano que puede llegar a tener una guerra. Lo hecho por Ulrich en este libro llega a ser mucho más intenso que cualquier novela sobre la Segunda Guerra Mundial y el libro en sí mismo es, en últimas, el libro, una de las piezas más cautivadoras que se han escrito al respecto.
Le puede interesar: Alcohólico, bisexual, genio: John Cheever, el Chejov de los suburbios
Recomendada para todo tipo de lectores, Ocho días de mayo es, sin embargo, una obra pensada para aquellos interesados en profundizar en la historiografía referente a este periodo trágico y ahondar en aquellos criminales del nazismo (racistas, antisemitas y xenófobos) que pretendieron tomar el poder de un continente por la fuerza de lo abominable.
El libro se presta también, y de qué manera, para que las generaciones más jóvenes puedan hacerse una idea de los horrores de este periodo, a partir de un relato distinto que se aleja de las aspiraciones de otros documentos históricos o testimoniales. El trabajo de Volker Ullrich supone en sí mismo una ventana al pasado que refleja nuestro presente.
Así empieza “Ocho días de mayo”
El 7 de mayo de 1945 el escritor Erich Kästner anotó en su diario: «Las personas caminan abochornadas por la calle. La breve pausa introducida en la clase de historia las pone nerviosas. El hueco abierto entre el “Se acabó” y el “Todavía no” las irrita». El presente libro trata de esa fase comprendida entre el «Se acabó» y el «Todavía no». El viejo orden, el dominio del nacionalsocialismo, se había derrumbado; todavía no se había establecido un orden nuevo, esto es, el mando de las potencias ocupantes. Muchos individuos de la época vivieron los días comprendidos entre la muerte de Hitler el 30 de abril y la capitulación incondicional de Alemania el 7/8 de mayo de 1945 como una profunda cesura biográfica, como la «Hora cero» de la que tanto se ha hablado. Parecía que los relojes se habían parado literalmente. «Resulta tan raro vivir sin periódico, sin calendario, sin horario y como si fuera fin de mes», comentaba una berlinesa en su diario el día 7 de mayo. «Ese tiempo sin tiempo, que se escapa como si fuera agua, las manecillas de cuyo reloj son para nosotros únicamente los hombres vestidos con uniformes extranjeros». Esa sensación de vivir en una especie de «tiempo de nadie» confirió un carácter peculiar a los primeros días de mayo de 1945.
Justo aquellos días estuvieron, por lo demás, llenos de un dramatismo enorme. «¡Sobresalto tras sobresalto! ¡Los acontecimientos se precipitan!», consignaba el 5 de mayo en su diario un inspector judicial de la pequeña ciudad de Laubach, en Hesse. «¡Berlín conquistada por los rusos! ¡Hamburgo en manos de los ingleses! [...] Las tropas alemanas se han rendido en Italia y el oeste de Austria. Por si fuera poco, esta mañana ha entrado en vigor también la capitulación del ejército alemán en Holanda, Dinamarca y en Alemania del noroeste. Desintegración en todos los frentes».
Ese proceso de desintegración se produjo de forma tan repentina y a una velocidad tan acelerada que a los observadores de la época les costó trabajo orientarse y seguir el ritmo de los acontecimientos. Aquel cambio tan drástico dejó en muchos una sensación de desconcierto, de vivir algo irreal, de fantasía. «Una y otra vez uno tiene que llevarse las manos a la cabeza, para cerciorarse de que nada de esto es un sueño», comentaba el 6 de mayo Reinhold Maier, liberal de Wurtemberg.
El hecho de que el final de la guerra se produjera de manera distinta en las diversas partes del Tercer Reich, en pleno proceso de desmoronamiento, contribuyó a la confusión, a lo que añadieron las diferentes percepciones sobre aquel. Si bien en los territorios conquistados del oeste los Aliados fueron recibidos en muchos sitios como libertadores, en las provincias orientales la sensación predominante fue de miedo a los rusos. Tuvieron mucho que ver en ello la imagen hostil de estos y los sentimientos antibolcheviques atizados durante años, pero también el conocimiento, ya muy extendido, de los crímenes cometidos por los alemanes durante la guerra de exterminio contra la Unión Soviética. Mientras que por el oeste muchos soldados alemanes se entregaban más o menos de buena gana a los británicos y a los estadounidenses, en el Frente Oriental la Wehrmacht ofreció hasta el último momento una enconada resistencia al Ejército Rojo. De ese modo, el 3 de mayo Hamburgo se entregó sin luchar, pero, en la Fortaleza Breslavia, en cambio, continuaron los combates hasta el 6 de mayo. En las ciudades y regiones liberadas se tomaban las primeras medidas para hacer frente a la reorganización de la vida política, pero la ocupación alemana de los Países Bajos, Dinamarca y Noruega continuó durante los primeros días de mayo. Y en el Protectorado de Bohemia y Moravia no llegó a su fin hasta que el 5 de mayo estalló la sublevación de Praga.
Aunque en la percepción subjetiva de muchos alemanes el tiempo parecía haber quedado, en cierto modo, detenido, el ajetreo era enorme por las calles y las carreteras. Grandes multitudes se hallaban de camino. Las marchas de la muerte de los internos de los campos de concentración se cruzaban con unidades de la Wehrmacht que regresaban en masa y con caravanas de refugiados, y las columnas de prisioneros de guerra pasaban al lado de las de los trabajadores forzosos liberados y caminaban junto a las víctimas de los bombardeos que habían sido repatriadas. Los observadores aliados hablaban de una migración en toda regla. «Era como si alguien hubiera hurgado con un palo en un hormiguero enorme», recordaba el diplomático británico Ivone Kirkpatrick. Ilustrar plásticamente la caótica y contradictoria sucesión de los acontecimientos constituye uno de los propósitos más importantes de este libro.
Le puede interesar: La pérdida de la inocencia, el deseo y la oscuridad asesina en el tránsito hacia la adultez en la nueva obra de Bret Easton Ellis
Sobre el autor, Volker Ullrich
- Nació en Alemania en 1943.
- Se graduó en Filosofía, Literatura e Historia.
- Es uno de los periodistas más prestigiosos de Alemania.
- Colabora con el semanario Die Zeit, cuya sección de historia dirigió hasta su jubilación, y es coeditor del suplemento de historia del mismo periódico.
- Entre sus obras destaca la biografía en dos volúmenes Adolf Hitler (2013 y 2018).
- Ha recibido diversos premios, entre ellos el Alfred Kerr.
Seguir leyendo: