Al escritor colombiano Álvaro Mutis lo detuvieron tres años después de su arribo a la Ciudad de México, en 1956. Había llegado a la capital mexicana, con cartas de recomendación del cineasta Luis Buñuel y el productor Luis de Llano, por consejo de su hermano Leopoldo y un par de amigos suyos, Casimiro Eiger, el crítico de arte polaco, y Álvaro Castaño Castillo, director de la HJCK, la emisora de radio colombiana, quienes le habían sugerido que se fuera de Colombia ante su temor de que su seguridad pudiera estar en riesgo, después de que el autor de Ilona llega con la lluvia se metiera en problemas con la multinacional Esso, compañía para la que trabajaba como jefe de relaciones públicas, tras varios casos de manejo caprichoso del dinero que se le asignaba al departamento que lideraba el escritor para llevar a cabo sus gestiones.
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Mutis, el amigo de Gabriel García Márquez, más interesado en invertir en otra clase de cosas, gastó varias sumas de dinero en sus intentos por obrar como mecenas de la cultura, ayudando a todo artista o escritor que lo llegara a necesitar. Ante esto, la compañía lo demandó y como no hubo respuesta, un juez ordenó su detención.
Fueron quince meses los que pasó recluido el escritor, al interior del Palacio Negro de Lecumberri, una de las cárceles más famosas de la capital mexicana. Durante ese tiempo escribió su Diario de Lecumberri, libro en el que cuenta lo que vivió en prisión, y fija el curso que habrá de seguir durante los próximos años, encaminándose a la consecución de su tan ansiado Premio Cervantes, que finalmente le fue entregado en 2001.
En este periodo, el también autor de Los elementos del desastre comienza a escribirse con la periodista mexicana Elena Poniatowska, quien había ido a visitarlo un día en compañía de Luis Buñuel y luego regresaría en otras varias jornadas.
Para ella, en pleno cierre de la década de los 50, ir a la cárcel a entrevistarse con un reputado escritor era algo muy atractivo y gratificante. Mientras que afuera la búsqueda por una voz que quisiera contar su historia era casi maratónica, en la cárcel todos buscaban a alguien que los oyera.
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Mutis le pedía a Poniatowska que le llevara algunos libros para leer y que le diera detalles sobre lo que estaba pasando afuera. Cuando no se veían en los horarios de visita, se escribían. Todas las cartas eran contestadas, o bien por ella, o bien por él.
Poniatowska frecuentaba ir a las cárceles para escribir sobre ellas y descubrir a los personajes en su interior. Su trabajo como periodista le permitía estas licencias y llegar a Lecumberri era ir por lo más alto. Ella esperaba que Mutis le hablara de la prisión, pero él, tanto en persona como en sus cartas, solo hablaba de literatura. Y cuando no, del buen pan que hacían en la cárcel. Buñuel decía que cada vez que iba a Lecumberri no lo hacía para visitarlo a Mutis, sino para comerse un buen trozo de pan.
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La experiencia de la cárcel fue muy enriquecedora, en términos creativos, para Álvaro Mutis, pero no por ello dejó de ser desafiante y desgastadora. Cada tanto lo invadía la nostalgia y apenas si las comisiones de teatro, pintura y talleres, con las que los presos se distraían, o su celda llena de libros le bastaban para no sentirse desconsolado y triste.
Todo, o casi todo, se lo contaba a Poniatowska. En una de sus cartas, sabiendo del interés de esta por su vida de preso, le escribía:
“No te sientas en el deber de aprovechar esta experiencia, de no dejar perder esta oportunidad de escribir sobre esto (la prisión). Esa es una posición periodística, artificial y falsa. Las cosas son importantes, interesantes, valiosas según estén ordenadas, sentidas, vividas por lo más auténtico y secreto de nosotros, por ese ser que llevamos dentro y que hace poemas, se enamora, sufre y se ríe misteriosamente. Lo que de la cárcel hayas vivido verdaderamente, permanecerá siempre y formará parte de tu ser sin que tú misma te lo propongas”.
De aquellos encuentros en Lecumberri, las cartas y el libro de Mutis, así como algunas crónicas de Poniatowska, son todo lo que queda hoy. La polaroid con la que los lectores podemos revivir este episodio de las vidas de ambos, el momento en que se acercaron tanto y lo fueron todo, en ese momento, para el otro.
La compilación de la correspondencia que hace varios años publicó la editorial Alfaguara da cuenta de intereses muy concretos de la autora mexicana en esa época, así como las inclinaciones e inquietudes estéticas del colombiano.
El libro, Cartas de Alvaro Mutis a Elena Poniatowska, surgió por iniciativa de la propia escritora, quien pensó que las cartas que ambos se escribieron entre junio y noviembre de 1959 tenían un alto valor literario y podrían servir para hacerle un homenaje a la obra del colombiano. Mutis aceptó la propuesta, no eliminó ninguna de las cartas y tan solo hizo unos cambios en algunas de ellas porque algunas de las cosas escritas podían llegar a herir a personas queridas.
Casi 40 años después, a finales de 1997, Poniatowska visitó a Mutis en su casa de San Jerónimo, al sur de la Ciudad de México. Entrar suponía para ella una puerta abierta hacia el recuerdo. Ambos compartían espacios similares, entre libros, flores, mucho verde y unos cuantos gatos. El colombiano seguía siendo, entonces, el mismo entusiasta de siempre, y ella, guiada todavía por su inmensa curiosidad, no perdió el tiempo para ponerse a rememorar esos días cuando lo visitaba en la cárcel de Lecumberri.
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