Para que les voy a mentir. Todavía me cuesta encontrarle la vuelta. Las tragedias tienen eso: te dejan seco, yermo, inhabitado. Qué se yo. Como si un día hubieras tenido alma y al siguiente chau, la nada misma. El eco de lo que fuiste.
En ese afán de encontrarme es que reaparecieron obras como la del psiquiatra y filósofo austríaco Víktor Frankl, fundador de la logoterapia. Se trata de El hombre en busca de sentido. Primero lo leí en la secundaria y entendí poco. Luego lo leí en la universidad y alguito quedó. Y en la tercera lectura– que no siempre es la vencida – entendí todo.
A los pocos días de morir mi hermano, víctima del covid, lo devoré. Capaz en busca del sentido que se perdió o se fue con él. O con la esperanza de sanar la herida con la lógica de “ahora, ya” de la tecnología. No sé. Como sea, vale mucho la pena abordar mil veces más esta obra maestra, esta enciclopedia de por qué la vida merece ser vivida, buscar sin perder el entusiasmo la razón de nuestra existencia y entender que no es ni más ni menos que el sentido que nosotros mismos podamos darle.
Esa es la razón y Frankl lo sabe mejor que ninguno. Porque el tipo se bancó el infierno mismo y después se arremangó para contarlo. Porque perdió todo en ese agujero inmundo llamado Auschwitz: a su joven esposa, al primogénito de ambos (que ella llevaba en su vientre), a su padre y a su madre. Todos murieron. Tierra arrasada.
Se trata de un libro de psicología, pero escrito sin el relieve de una obra científica. Su lectura es amigable. Se entiende bien. Es un espejo para todos aquellos que estén transitando el dolor, sin importar la razón del mismo. La crudeza de la historia es un exorcismo que por momentos libera el peso que llevamos en el alma y lo deja ahí, a un costado del camino mientras seguimos andando.
“Debo resaltar que este texto no pretende contar mis vivencias en el campo de concentración. Mi intención es describir, en virtud de mi experiencia de psiquiatra, como vivía el prisionero normal en el campo y cómo esa vida influía en su psicología. (…) A los que nunca han pisado un campo quizás les sirva para entender las atroces vivencias de los reclusos y, lo que resulta más difícil, para comprender la actitud vital de los supervivientes”, escribe Frankl. Las ganas de seguir vivo a pesar de.
La obra se divide en dos partes. La primera narra la secuencia completa -en tres fases- de la internación, la vida en el campo de concentración y la liberación. Y la segunda explica los conceptos básicos de la logoterapia. “Al fin y al cabo todavía teníamos los huesos sanos. Nuestras vivencias en el campo podrían resultar provechosas en el futuro. Y cité a Nietzsche: todo lo que no me destruye, me fortalece. (…) También me referí al pasado, a la alegría y la luz que irradiaba contra el tenebroso presente. (…) Y cité al poeta: ningún poder en la tierra podrá arrancarte lo que has vivido (…) y haber sido es una forma de ser, y quizá la más segura”, escribe el autor que obtuvo 29 títulos de doctor honoris causa por su conocimiento, trabajo y legado en lo que a mejorar nuestras vidas se refiere.
A esta altura está clarísimo que, si Frankl no hubiera pasado por esta experiencia, seguramente hoy no existiría ni este libro, ni la logoterapia ni otras tantas obras del médico sobreviviente, producto de lo aprendido, reflexionado y andado en la más horrenda de todas las realidades imaginables. Porque lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado y todo eso, ¿no?
Así las cosas, Frankl nos anima a seguir y no lo hace así nomás. Él no solo se la cree, sino que además da testimonio y ejemplo. Al salir del infierno, escribió que el sentido a la vida se lo pone uno, estés roto, sano, o lo que sea. “Después me referí a las numerosas posibilidades que pueden dar sentido a la vida. Mientras mis compañeros yacían inmóviles, y a veces se oía algún quejido, les dije que la vida humana nunca, bajo ninguna circunstancia, deja de tener sentido, y que este sentido infinito de la vida incluye también el sufrimiento y la agonía, las privaciones y la muerte. Rogué a aquellas criaturas, que escuchaban en la oscuridad del barracón, que encararan con entereza la gravedad de nuestra situación. No debían dejarse abatir por el desánimo, sino conservar la confianza y el coraje, conscientes de que ni siquiera la falta de perspectiva de nuestra desesperada lucha podía arrebatarles su sentido y su dignidad”.
Para Frankl, el sentido de la vida cambia continuamente pero nunca cesa. Según su propia teoría, la logoterapia, podemos descubrir el sentido de tres modos: realizando una acción (llevar a cabo la vocación, enseñar, criar, acompañar, trabajar, aprender), aceptando los dones de la existencia (por ejemplo, el amor, la naturaleza, el arte, la música), y por el sufrimiento. Y este último es el que siempre me impactó. Porque dice que enfrentarse a una situación irrevocable ofrece la oportunidad de realizar el valor supremo para él, el de cumplir el sentido más profundo: aceptar el sufrimiento como parte de lo que da sentido a nuestra existencia.
“A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”. Por eso no se termina hasta que se termina. Al menos así lo entendió Viktor Frankl. Y ojalá que, muy pronto, todos nosotros.
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