Conocimos la cabeza enrulada de Iván Hochman detrás de grandes anteojos redondeados mientras se escapaba de la policía rosarina de la dictadura militar; lo vimos enamorarse de una jovencísima Fabiana Cantilo interpretada por Micaela Riera, acompañando al Charly García de Clicks modernos y temblando antes de salir a escena en el estadio de Vélez Sárfield. En El amor después del amor, Hochman encarna a Fito Páez, el protagonista de esta biopic de ocho capítulos, que abarca desde sus primeros pasos en la música hasta su consagración con el disco que presta su título para la serie.
Hochman se hizo famoso a través de las pantallas, pero antes, además de sus estudios de actuación, cursó una Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y trabajó como docente de teatro. Justamente fue en su etapa de docencia cuando decidió dejar la casa familiar, “sobre todo para estar más cerca del trabajo”, según le dice Milo –así se llama el narrador de su novela– al padre, que le habla del tema con preocupación y con la advertencia de que no recibirá apoyo económico. Y aclara que “aunque Milo no soy yo, tiene muchas cosas mías”.
Iván anotó en su cuaderno, durante una estadía en la playa, unas líneas que “hoy, quichicientas reescrituras más tarde, se convierte en el último capítulo de Por qué te vas”, su primera novela, sobre las peripecias de un joven que pretende independizarse de los padres en un contexto de suba de alquileres y pérdida de poder adquisitivo de los salarios.
La editorial Milena Caserola data la primera edición del libro en “plena pandemia pos cuarentena, cuando mudarse era imposible” y describe al texto como una “bitácora colectiva” que da cuenta del recorrido por departamentos en alquiler, desencuentros con agentes inmobiliarios y las fantasías que puede generar un olor fuerte, una vecina que se asoma al palier, el temor repentino a un resbalón fatal en la ducha o el miedo a un robo.
Luego ocurre la pérdida de la seña y otras situaciones que darán pie a la asociación de recuerdos, sueños, charlas o entrevistas con amistades que manifiestan sus motivos para vivir por su cuenta, con familiares o con amigos.
Entre los testimonios aparecen además listas de objetos o de tareas pendientes, generando un cruce entre la resolución concreta de las cuestiones cotidianas y un estallido de fantasía cuando, por ejemplo, en una casa ajena, intenta identificar el origen de los sonidos que llegan a través de paredes y ventanas. “Me baño a oscuras, sin ruido –escribe–. Soy parte del vapor. Algo huele a muertes que no vi, gas en el noticiero, algo con calefones. Zombies o así, sin ojos o la cara hinchada. Sobrevivo y salgo con shampú. Tengo nieve, burbujas en la cabeza”.
El texto se hace collage y en siete renglones el protagonista puede saltar de Japón a Nueva York, no sin antes viajar con una mochila cuestas por Latinoamérica o pasar unas vacaciones en Cariló. “Vuelvo arrastrando los pies. En la cuadra no se escucha un ruido. Ni siquiera el vecino saxofonista toca esta noche. Así es en el campo, pienso, y fantaseo con la idea de vivir en un pueblo perdido, ser el único actor y dar clases de teatro a los hijos de los pobladores. No, mejor sería irme a vivir a Japón o a Vietnam o a Berlín o viajar de mochilero por Latinoamérica. Tres tipos embalados en neoprén pasan a toda velocidad sobre bicis de colores. El viento me agita el flequillo. Soy un idiota. La vida es el resultado azaroso de la colisión incontrolable entre decisiones y casualidades, qué importa si prefiero mudarme a Nueva York o a Chapadmalal, lo que importa es que haga una cosa de una vez, que por lo menos me vaya de casa si es lo que tanto quiero y que sea a donde sea, a donde pueda irme, hoy, ya, ahora”.
-Hoy los jóvenes no parecen irse de casa dando un portazo o, por lo menos, no es tu caso ni el de la gente que entrevistaste.
-Cierto. Hay una generación que nació de padres que necesitaron distanciarse y después generaron un entorno súper amoroso, contenedor y cuidado. Entonces uno no dice “me voy porque no me lo banco más”; uno dice “esto es hermoso y aguante y, a pesar de eso, me voy”. Y a veces es redifícil. Más allá de las posibilidades económicas, que son un factor importante, hay ahora muchos chicos de la edad que tenía yo cuando escribí el libro que siguen viviendo con sus familias y a quienes les resulta difícil despegarse, siendo tan acogidos y bienvenidos. Y sin embargo es necesario para formar un pensamiento, una opinión propia; hay algo de hacer tu camino que tiene que ver con lo intangible del tiempo, de los ritmos, que se va construyendo cuando estás solo.
-¿La escritura acompañó tu proceso?
-Cuando escribía la novela, todavía no vivía solo y tenía muchas preguntas, inquietud. Pensaba que no iba a terminar hasta que me mudara y que ahí iba a armar una crónica para que se conviertiera en el último capítulo. Cuando por fin me mudé solo pensé que era todo mucho más fácil, increíble. Algo de la experiencia me respondió todas esas preguntas.
-¿Y tu relato se cruza con experiencias de otras personas?
-Me cuentan que el libro acompaña a las personas en medio de ese proceso. En la Feria del Libro, por ejemplo, apareció una amiga del cole y me contó que su hermano menor, que ya es grande, está muy plantado en su casa y no se quiere ir. Los padres piensan, sin querer echarlo, que estaría bueno que se vaya independizando, así que compraron un ejemplar y me pidieron que lo firme con una dedicatoria que diga algo como “ándate de casa”, pero amorosamente. Me da mucha alegría si sirve de compañía para gente que está pensando en eso, que no sabe cómo irse, cómo despedirse de su familia, cómo decirlo, que tiene que ver con la lectura-experiencia.
-¿En qué punto se cruzan la actuación, la escritura y la música?
-Con la escritura del libro, pensé en crear una experiencia de lectura y con respecto a la actuación, me gustan cada vez más, también, las obras de teatro que proponen una experiencia más que una obra cerrada y convencional.
-¿Y cómo hacés para generar esa experiencia?
La escritura empezó investigando y haciendo preguntas a otras personas, así fui construyendo el material crudo, que incluye crónicas y entrevistas. Después siguió el montaje de las distintas líneas narrativas porque la novela está construida en bloques que se van entrelazando y se construye casi como un “montaje de atracciones”, es decir, que la superposición de fragmentos va armando una imagen general sin que alguien te la cuente. Me importaba generar la experiencia de esta manera. Y ahí entra también la música y la sonoridad: encontrar una voz, pero a partir de crear un ritmo propio.
-¿Y la experiencia concreta desata después una película mental?
-Milo tiene muchas cosas mías y yo soy muy mambero, me voy por las ramas con el pensamiento y en la novela incluyo algo de reírme de mi forma de enroscarme y de pensar y de armar posibilidades, por un lado. Por el otro, creo que es lindo, en un relato que parte de un punto tan cotidiano y toma elementos de la realidad, que haya disgresiones o fugas constantes hacia otras formas.
-¿Y cómo funcionan esas fugas?
-De esas fugas, me interesa lo que posibilitan literariamente: cuando le prestan el departamento a Milo, por ejemplo, el texto no dice nunca que todo se volvió raro. En cambio, es la escritura misma la que se enrarece, pasa de un lenguaje coloquial o cercano a uno más roto, con una sintaxis extrañada. Es, tal vez, el capítulo que más me identifica y me gusta. Me interesa que la forma de la escritura exprese algo sobre la historia, sin decirlo. Mi segunda novela [aún inédita], que es de Ciencia Ficción, parte de la reescritura de ese capítulo, que es el tercero.
-La crónica es un discurso muy controlado, tiene que respetar ciertos hechos y cronologías. ¿Pero vos lo usás como punto de partida para después despegarte y desatar la imaginación?
-¡Ojalá esté haciendo eso! La respuesta es que no parto de una para ir hacia la otra, sino que ambas me interesan. Cuando quería irme a vivir solo, me puse a entrevistar a amigos. Alrededor tenía gente que quería irse, que no quería, que ni loco, que solo bajo ciertas condiciones. Hice como quince o veinte charlas, pero quedaron finalmente siete u ocho que no se pegan entre sí, aunque tengan puntos en común –pero cuando había dos historias parecidas, tuve que elegir o tomaba cosas de una y las incluía en la otra–. Lo que pasó fue que el libro, aunque tiene su fantasía, no deja de abarcar esa experiencia real puesta en palabras de las personas a las que les pasaron todas estas cosas.
-¿Entonces se trata de un método de escritura para vos?
-Encontré ahí algo que me interesa. Hay otra crónica que escribí, publicada en la revista VICE, que toma como punto de partida lo que llamé “las cartas del perdón”, las cartas que sobre todo exnovios, aunque también hay exnovias, mandan a sus exparejas un tiempo después de la separación y donde dicen “estuve pensando en esto y aquello, te quería pedir perdón porque fui así o asá”. Y revisitan el vínculo. Ahí está presente la crónica de forma más periodística, casi antropológica, pero que va hacia la ficción. Parte de materiales concretos como mails que me mandaban, entrevistas o preguntas que hacía, incluso mails que mandé yo. Entonces digo: “Yo también hago esto, ¿qué me está pasando?”. Se va armando una especie de trama aunque sea muy pequeña con algo fragmentario que son bloques concretos. Me interesó eso durante un tiempo.
-¿Y ahora?
-Ahora, con un equipo de guionistas estoy escribiendo una serie basada en una novela de la literatura argentina que me encanta, que también toma hechos reales y concretos, casi periodísticos, y postula una ficción alrededor de eso, pero es, para mí, totalmente fantaseoso, increíble, aunque también realista y posible, muy lúdica y divertida, muy al palo, casi grotesca en cómo incorpora tanto lo más terrible y trágico además de lo humorístico y amoroso. Por eso, si bien hace un tiempo no me enfrento a la escritura concreta de un material personal –lo de la serie de Fito fue muy intenso y demandante–, me identifico aún en este guion en ese juego entre la crónica y la ficción.
Por qué te vas (Fragmento)
Pedaleo por una callecita que desemboca en el río. En mi cuadra viven, además de la mía, otras pocas familias, sus casas empotradas entre terrenos baldíos y jardines silvestres.
Escucho el saxo del vecino de enfrente. Nunca logra terminar una canción sin equivocar las notas. Un perro inmenso galopa hacia mí y pasa de largo. La dueña lo corre, putea, se queda sin aire. El vecino termina su canción con un soplo afónico. Pienso que va a rendirse, pero vuelve a intentarlo. Aparece la vecina de al lado. Ella no habla, grita.
Ahora camina con su hijo Bacon y su perro Luca, les grita a los dos y no sé puede saber a quién le ordena qué cosa.
En casa hay ventanales, una terraza y un jardín donde papá me jugaba a los penales. Un único árbol, alto, de hojas puntiagudas. Los sonidos del río no llegan hasta la casa, pero se lo ve, y se escuchan los pájaros temprano, desde la madrugada. El viento y la lluvia suenan claro y fuerte en todas las habitaciones; mucho más que en la ciudad, donde los edificios frenan las corrientes y la tormenta solo entra por unas pocas ventanas. En la ciudad lo que se escucha es la ciudad, sus lamentos: el humo, las bocinas, los negocios, los colectivos, los boliches.
Cuando entro a mi casa con la bicicleta al hombro, mamá sale a recibirme con un abrazo. Tan fuerte que me corta la respiración. Papá, sentado en el sillón con la computadora sobre las piernas, me guiña el ojo. Mi hermana está en su cuarto tocando la guitarra. Dejo la bicicleta y subo. Desde la habitación de mis papás es desde donde mejor se ve el río: plateado, con los primeros naranjas del atardecer, el cielo reflejado sobre la superficie. Tomo el té mirando por el ventanal el cielo que se derrumba.
Bajo las escaleras a oscuras. Pegado sobre la puerta de mi habitación encuentro un papel en el que alguien escribió una pregunta: ¿por qué te vas?
Quién es Iván Hochmann
♦ Nació en 1994 en Buenos Aires.
♦ Es actor, director de cine, dramaturgo y docente.
♦ Escribió y dirigió el cortometraje Yo, Ella y Superyohn.
♦ Participó en las obras de César Brie El paraíso perdido, La Mansa y Karamazov, al igual que en Mishiadura bailable de Manuel Longueira, entre otras.
♦ Como dramaturgo, en 2021 ganó el concurso Nuestro Teatro, organizado por el Teatro Nacional Cervantes, con su obra Decir te amo es un atentado.
♦ En 2022, tras figurar en un episodio del seriado web El fin del amor, fue elegido para interpretar a Fito Páez en la serie El amor después del amor, estrenada en 2023 por la plataforma Netflix. En preparación para el papel mantuvo profundas charlas con el cantante, además de cuidar su piel de la exposición solar y bajar entre seis y siete kilos.
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