“Mujer que asoma su cabeza/ soy un monstruo”, escribe Erika Martínez, poeta española de Jaén, nacida en 1979, en su segundo libro El falso techo (2013). Como si la cuestión del cuerpo y la cabeza, del género, y al mismo tiempo las distintas fronteras de su escritura poética, no tuvieran aún o nunca una forma definitiva.
Así, del aforismo al poema, del poema a la prosa poética en su obra no hay solo cuestiones de forma en disputa sino de choques de sentido en el acto de escribir- su tercer libro se llama Chocar con algo (2017)-.
Porque su poesía crece en una desesperada búsqueda que va de la contracción a la expansión y nuevamente a la contracción de su propia corporalidad y subjetividad: “Se podría afirmar: yo soy mi cuerpo. / Sin embargo, si perdiera la pierna derecha en una batalla o huyendo/ de la batalla o más bien en un estúpido accidente doméstico, / seguiría siendo yo./ También seguiría siéndolo si perdiera las dos piernas, o incluso/ todos mis miembros./ ¿Cuánto cuerpo tendría que perder para dejar de ser yo?/” (del poema Abolirse).
Así, como un corazón que va de la sístole a la diástole y tiembla sin poder encontrar el origen exacto de su temor y su temblor, la poesía de Erika Martínez sostiene sus versos en medio de un surco en la tierra de la lengua poética que el poema exhibe hasta el final. “Has comenzado una poética que debes llevar hasta sus últimas consecuencias”, dice en una entrevista, y esto mismo cumple a medida que avanza en su obra.
Con La bestia ideal (2022), su quinto y último poemario, la poeta da prueba de este desafío constante. Libro de apariencia ordenada, prolijo en sus breves estrofas de verso libre, su forma engaña. ¿Es poesía en verso, es prosa poética?
Su voz juega con la ambigüedad en los géneros, allí se encuentran cuerpo, sexualidad, literatura, sin distinción: “Yo incumplí mi obligación: escondí tantos libros debajo de la/ manta que parecían un hombre. No era mi confidente. No/ era mi analista. Su función narrativa cambiaba en mi/ conciencia igual que algunos árboles cambian de sexo” (de El caldo primigenio). Lo mismo sucede con la emoción en la palabra sin freno, en los cuerpos de la patria o el amigo muerto o el amante vivo. Porque “España es el cadáver seco de una paloma” (de Coda o formas de ser). Porque “No lloré en el funeral de nuestro amigo y, sin embargo, estoy/ llorando delante de tus uñas. Te las dejaste en el lavabo” (de El nunca se acaba de los cuerpos).
Erika Martínez trae en La bestia ideal un libro fuera de lo común donde lo privado y lo político, donde lo íntimo y lo extraño se mezclan sin aviso, de manera implacable; nos perturba poema tras poema. Es un “descifrar a la bestia por su registro fósil, a la persona, por cómo/ colocó en el suelo sus zapatos antes de abandonarte.” (de De fósiles y santos).
Aforismos
Somos capaces de sentir con cada parte de nuestro cuerpo. Quisiéramos
poder pensar de esa manera.
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En la voz de un extraño resuena un yo más amplio.
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Precipicio: cumbre interior.
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El amor es el lugar de los excesos y de la justa medida.
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El feminismo como carrera de relevos sin meta.
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Emily Dickinson escribía para poder creer. Dios quisiera ser Emily Dickinson.
(De Lenguaraz, Pre-Textos, Madrid, 2011)
La casa encima
Tantos siglos removiendo esta tierra
que atravesó el ganado
y alimentó al ganado y a los hombres
que regaron esta tierra
con el curso negro de su sangre
–la sangre cambia de color
cuando sale del cuerpo–.
Tantos siglos alineando ladrillos,
aquí hubo un establo
sobre el que se construyó una iglesia
sobre la que se construyó una fábrica
sobre la que se construyó un cementerio
sobre el que se construyó un edificio de protección oficial.
Tantas mujeres fregando sus baldosas,
pariendo en sus baldosas,
escondiendo la mierda debajo de las baldosas
que pisaron sus hijos ebrios
y sus sobrios maridos
que trabajaron y fornicaron
por el bien de un país en el que no creían.
(De El falso techo, Madrid, Pre-Textos, 2013)
Abolirse
Se podría afirmar: yo soy mi cuerpo.
Sin embargo, si perdiera la pierna derecha en una batalla o huyendo
de la batalla o más bien en un estúpido accidente doméstico,
seguiría siendo yo.
También seguiría siéndolo si perdiera las dos piernas, o incluso
todos mis miembros.
¿Cuánto cuerpo tendría que perder para dejar de ser yo?
Quizás una mínima parte de mí representaría al resto por sinécdoque. O quizás mis restos me convertirían en otra.
Cortarte las uñas te modifica existencialmente
(De Chocar con algo, Madrid, Pre-Textos, 2017)
La bestia ideal
Trabajás como una bestia, pero lo que produces cruza por tu
cabeza moviendo su figura mucho antes de ponerte a trabajar.
En eso te distingues, dijo el materialista derrapando: el ser
humano es una bestia ideal.
¿Qué pensará ese perro frente a la chimenea o el niño obnubilado
con una lavadora? Los insomnes prenden fuego a las
almohadas y las vigilan mientras caen.
No hay forma de que aprendas: siempre que un pez te mira, te
llevas tontamente un buen susto brechtiano. A veces te ríes,
Aunque un poco te indigna y, en venganza, le apagas a deshora la
pecera.
El nunca se acaba de los cuerpos
No lloré en el funeral de nuestro amigo y, sin embargo, estoy
llorando delante de tus uñas. Te las dejaste en el lavabo
sueltas, recién cortadas, puede que recordando a quien se ha ido.
Tú nunca te olvidas de nada.
Pienso en tu pelo, tu orina, tu semen, en lo que marcha lejos de ti
sin aspavientos, como las pocas cosas que alguna vez importan.
El mundo se cobra adelantos de tu cuerpo y no encuentro manera
de impedirlo. Aunque mi amor se empeña,
para que no se pierda una migaja: que por favor regrese todo lo
que perdiste y pueda yo algún día recogerlo.
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