Desde fines de los 70, cada generación tiene a su Elsa Bornemann. A su Elsy. Para la X, la infancia y el mundo hicieron plop en 1981 cuando se publicó No somos irrompibles (12 cuentos de chicos enamorados). Ahí está, entre otras maravillas, el relato “Mil grullas”, primer llanto y corazón roto de tanta gente. En solo cuatro páginas, de pronto es el verano de 1945 en Japón y la historia de Toshiro, que pone su esperanza en el origami para salvar a su amiga Naomi de los efectos de la bomba de Hiroshima, cambia la vida de quien lee para siempre.
Los millennials entraron a la pubertad en 1988, al filo de la almohada, con ¡Socorro! (12 cuentos para caerse de miedo). Es verdaderamente aterrador, sin condescendencia, pero con conciencia. Como en “Manos”, el relato en el que tres amigas se quedan solas en una casona de campo sin electricidad y todo eso que hacen para superar el susto es tan real, que de pronto en la magia de pasar la página sos la cuarta del grupo. Al libro lo presenta el monstruo creado por Víctor Frankenstein, en su versión verde cabezona, y viene con una página en blanco para anotar ideas y reflexiones.
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La guerra, la muerte, la organización política frente a las injusticias, lo que implica el amor y el desamor, el valor de la libertad, pero también la poesía, los haikus y limericks, el juego de palabras y con la palabra. Todo estaba ahí, entre tapa y contratapa. El tratamiento no infantilizado en la literatura para infancias, que hablaba de temas que no eran supuestamente para chicos. Una autora que atravesó a todo el mundo con su literatura. No importa la edad. Ni el momento en que se haya nacido. ¿Quien no recitó-canturreó alguna vez “¡Ay, qué disparate, se mató un tomate!”?
Hace exactamente diez años, el 24 de mayo de 2013, cuando terminaba la tarde, la editorial Alfaguara —a donde publicaba desde hacía un par de décadas— informó que había muerto Elsa Bornemann. Elsy, para amigos, seres queridos y lectores. La amiga de los perros, a quienes les dedicó libros. La que inició en la lectura a tanta gente, cuando J.K. Rowling aún estaba en la escuela primaria y no existía en el mundo el concepto de literatura infantil y juvenil como nicho de mercado.
Mucho antes de que Harry Potter fuera un suceso internacional, acá en la Argentina y para toda América Latina y España, la rubia de flequillo prolijo y sonrisa luminosa no sólo alcanzaba cifras de venta sin precedentes, sobre todo —a la par de María Elena Walsh— inventaba un estilo, abría un punto de fuga para proponer algo, hasta entonces, impensado: tratar a su público, personas que están creciendo, confiando en su inteligencia.
Una década después de su muerte sigue presente en bibliotecas familiares y escolares. El conjunto de sus libros es un abanico de emociones. Hace reír, llorar desgarradoramente, asusta mucho, inquieta, abre dudas, propone juegos, invita a repensar lo que se da por sentado. Los libros de Elsa Bornemann son casi un rito de pasaje de madres y padres a sus hijas e hijos. La fidelidad de lectura se renueva en cada generación. Por eso, casi toda su obra es, no best-seller, sino long-seller. Siempre la estamos leyendo.
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Durante la última Feria del Libro, lectoras y lectores de todas las edades le rindieron homenaje y colgaron grullas de origami en el stand de la editorial Loqueleo. Actualmente, gratis y hasta el 4 de agosto, la Biblioteca del Congreso (Hipólito Yrigoyen 1750, CABA) exhibe una muestra que reúne objetos personales de la autora, primeras ediciones de sus libros, fotos, textos escritos a mano y un mini universo de material biográfico que prestaron sus hermanas mayores, Hilda y Margarita, para entrar a la vida y obra de Elsy. Además, hay una sala de lectura con un lugar protagónico para Un elefante ocupa mucho espacio, publicado en 1975 y censurado por la última dictadura cívico-militar.
En la historia que da título al libro de cuentos, los animales de un circo, liderados por el elefante Víctor, se declaran en huelga para combatir la explotación a la que los someten. El 13 de octubre de 1977, mediante el decreto 3.155, el gobierno de facto lo sacó de circulación, acusado de contener una “finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”.
Prohibieron su lectura y distribución, y Elsa Bornemann entró en una lista negra. El año anterior, en 1976, ese mismo libro integró la Lista de Honor del premio internacional Hans Christian Andersen, otorgado por International Board on Books for Young People, con sede en Suiza, que es como un pequeño Nobel de la literatura infantil. Con la vuelta de la democracia, también regresó el “pensamiento elefante” a las librerías argentinas.
Mil grullas para Elsy
Elsa Bornemann nació el 15 de febrero de 1952 en el barrio de Parque Patricios de la Ciudad de Buenos Aires. Obtuvo el título de Maestra Normal, estudió inglés, alemán, italiano, latín, griego clásico y hebreo, trabajó como azafata de aviones, renunció, hizo la carrera de Letras en la UBA y se recibió como profesora. Escribió cuentos, poesía, novelas, canciones y piezas teatrales para niños y jóvenes. Recorrió América Latina, Europa y Japón dictando talleres literarios. Casi la totalidad de su obra forma parte de lecturas recomendadas en la escuela primaria, manuales de literatura para distintos niveles y antologías argentinas y del exterior.
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Publicó su primer libro en 1971, a los 18 años. Se llama El espejo distraído y tiene poemas, canciones, limericks y “versicuentos para reírse”, avisa en el prólogo. En 1977 salió El libro de los chicos enamorados, que formó parte de los Cinco Mejores Libros Escritos en Idioma Castellano, según el Banco del Libro de Caracas, Venezuela: son poemas sobre las sensaciones que produce el amor, incluidas la tristeza o el enojo. La novela de género fantástico El último Mago o Bilembambudín (1979) y las poesías y cuentos reunidos en Disparatario (1983) integraron la lista The White Ravens, distinción que otorga la Internationale Jugendbibliothek de Múnich, Alemania.
En el medio, en 1981, apareció El niño envuelto, que cuenta la historia de Andrés, un chico que inventa un código ultra secreto para dejar mensajes ocultos, crea sus propias malas palabras, se plantea los interrogantes del universo y narra, desde su punto de vista, el mundo adulto y las experiencias que van marcando su vida.
En 1994 llegó la continuación del libro presentado por Frankenstein, Socorro Diez (libro pesadillesco). Son “misterios, apariciones increíbles y seres espeluznantes”, ahora introducidos por Quasimodo, “el mismísimo Jorobado de Notre-Dame”, avisa. El último título, que salió póstumamente en 2014, es Puro ojos, la historia de Leonora, una nena ingeniosa y solitaria.
No somos irrompibles y ¡Socorro! fueron para los últimos Gen X y los primeros millennials lo que pocos años después de publicados ambos libros significaría Kurt Cobain en sus adolescencias. Dos docenas de cuentos que son un Nirvana literario. ¿Qué se puede esperar de la literatura, del consumo cultural en general? Que genere sentimientos, que abra la cabeza, que invite a pensar lejos de la comodidad, que inquiete. Que el desencanto y las ganas de romper todo pasen a ser fuerza creativa. Palabra tras palabra, Elsa Bornemann abrió ese mundo de sentidos para sus lectores.
Una marca que queda, como el anticuerpo que deja la varicela, que hace ver todo de otra forma. Libros que te sacan del mundo para que estés de verdad en el mundo. Sumergirse en esas páginas, y que el cerebro se ilumine como cuando escuchamos por primera vez Smells Like a Teen spirit y después ya nada fue igual. Eso se le agradece para siempre a Elsy. Haber tenido, seguir teniendo, esa sensación.
Quién fue Elsa Bornemann
♦ Nació en Buenos Aires en 1952 y murió en esa misma ciudad en 2013.
♦ Fue azafata, profesora de letras, conferencista y, sobre todo, escritora.
♦ Publico Un elefante ocupa mucho espacio, No somos irrompibles y ¡Socorro!
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