El ejercicio de Diego Bossio es, a priori, muy sano. Una persona que formó parte del sector público siempre puede hablar con más conocimiento de causa que un mero analista, aunque la gestión de ese gobierno haya terminado con más indicadores negativos que positivos.
Bossio, economista y socio fundador del centro Equilibra, se plantea una meta ambiciosa en Una diagonal al crecimiento, editado por Edhasa, al buscar el cruce entre el diagnóstico y la propuesta. El libro se presentará este martes 23 de mayo en el Malba a las 18.
Cercano en esta coyuntura al gobernador y precandidato presidencial Juan Schiaretti, el ex titular de la Anses busca ofrecer una versión acorde a la olvidada “ancha avenida del medio” que él transitó con Sergio Massa y luego los dividió cuando el ahora ministro se reconcilió con Cristina Kirchner.
“Acordar un diagnóstico sobre los problemas estructurales del país es uno de los primeros e imprescindibles pasos que los argentinos debemos dar. Si encontramos ese denominador común habremos roto la membrana que mantiene a cada uno encerrado en su razón. Sé que no es una tarea sencilla pues no implica solo la capacidad para describir la crisis –quizá lo más fácil en una Argentina sobrediagnosticada– sino, sobre todo, la virtud de saber construir un punto de partida”.
Así comienza Bossio su obra y, aunque el planteo parezca sencillo, en una Argentina extremadamente polarizada y donde las discusiones de los principales líderes políticos giran una y otra vez sobre preconceptos ideológicos que casi todo el resto del mundo dejó atrás, adquiere un valor más relevante.
“En la Argentina muchas veces parecemos enamorados de los conflicto más que de las soluciones. No se trata de una travesía fácil, pero es un camino de cara a los problemas. La audacia de esta época, quizá, consista en pensar, debatir y aportar soluciones”, aporta Bossio en las primeras páginas.
Interesante postura, frente a la recurrente necesidad de los economistas y dirigentes políticos de levantar cada vez más la voz para captar un segundo de atención en este contexto de auge de inmediatez y escaso interés de la sociedad por la cuestión pública.
“Liderar desde el diagnóstico significa aportar ideas, conceptos y fundamentalmente caminos a tomar: quienes sugieren que el problema de la Argentina es la desigualdad, infieren entonces que con solo resolver ese problema se solucionan gran parte de nuestros conflictos. Quienes creen que el problema es de crecimiento, deducen que una vez que se crece las cosas se ordenan naturalmente. Un buen diagnóstico es más complejo”, aclara el autor.
Luego, aparece la lógica lluvia de cifras: estancamiento del crecimiento en la última década, del empleo formal en el sector privado, empobrecimiento de la sociedad y emparejamiento con los indicadores negativos del resto de América latina.
No por nada el país registra la segunda inflación más alta de la región después de Venezuela y la cuarta más alta del mundo mientras que una parte del oficialismo –en especial el sector que responde a la vicepresidenta Cristina Kirchner- confunde causas y consecuencias y se refiere a este problema en tercera persona pese a ser un actor central del poder político de las últimas dos décadas.
De alguna manera, Bossio también asume ese riesgo: ¿se puede ser observador y protagonista? ¿mantiene una persona su credibilidad si transita ambos carriles, aunque no en forma simultánea?
El diagnosticador
El propio autor formula una respuesta. “Me resisto a consagrarme al desánimo. El diagnóstico tiene un desvío: el diagnosticador, ese que se chupa los dedos mientras describe un problema como si gozara al enunciarlo. Pretendo en cambio ser capaz, modestamente, de centrar las ideas, de advertir las causas estructurales de nuestra crisis y, fundamentalmente, poner templanza en la complejidad sistémica de nuestro país. Un baño de realismo para tomarnos en serio a la Argentina”.
Los gobiernos que se sucedieron luego de la explosión de la convertibilidad a fines del 2001 pecaron, desde diferentes ángulos, de un exceso de soberbia y no tuvieron un diagnóstico adecuado de las necesidades de mediano plazo del país. Bossio plantea en este libro que otro camino es posible.
De hecho, él formó parte de la oposición peronista que, con altibajos, colaboró en la sanción de algunas leyes durante el gobierno de Mauricio Macri.
Ese instante, que resultó demasiado breve para la estabilidad socioeconómica que requiere el país –y que resulta imperativo en una sociedad con una pobreza infantil del 60%- , tiene que transformarse en una situación permanente.
La foto de Macri con Massa en el Foro Económico Mundial de Davos en 2016 que mostraba a los inversores extranjeros que el país quería superar la insoportable levedad de la grieta merece más tomas y el libro de Bossio aporta una mirada válida en este sentido. Alguna vez, habrá que entender que, puertas afuera del país, los inversores y otros gobiernos solo esperan que la clase política argentina exhiba rasgos de continuidad más allá de un término presidencial.
Por este motivo, en un año extremadamente complejo en términos económicos y políticos, la lectura de este libro adquiere un significado más elevado.
“Una diagonal al crecimiento” (Fragmento)
“La Argentina necesita crecer y sostener la cohesión social. Dar señales propias de una sociedad moderna que favorezcan la inversión y el desarrollo, pero con la mirada y la sensibilidad atentas a que cuatro de cada diez compatriotas están sumidos de manera estructural en la pobreza. Las soluciones son mestizas. Involucran sensibilidad y eficiencia. Porque la eficiencia no puede ser un concepto solo asociado a la actividad privada. Me sorprendía permanentemente, en mi paso por la administración pública, la visión cultural según la cual “esto es el Estado, se toman en cuenta otras dimensiones, esta es una casa política, los intereses son otros”, y que se traducía en los hechos de modo paradójico: no se esperaban resultados, la sola idea de que se contrastaba la lógica mercantilista alcanzaba para borrar cualquier exigencia de gestión eficaz”.
“El mundo cambió y la política, en lugar de adaptarse a la realidad, trata de que la realidad se adapte a los partidos. Un catálogo de lugares comunes que no le mejora la vida a nadie pero que permite dormir con la conciencia tranquila. Como esa concepción de que todos nuestros problemas inflacionarios resultan de la voracidad de las grandes empresas. Esas que, por su elevado poder de mercado, impulsan los precios. Lo primero que deberíamos preguntarnos es si en verdad somos un caso tan excepcional. Porque en muchos otros países se observan niveles de concentración económica iguales o incluso más elevados pero que no conviven con una inflación crónica que araña los tres dígitos. Ese diagnóstico fallido deriva en un curso de acción, es decir, regular los precios para evitar que sigan aumentando. Y es fallido porque, una vez más, es mera opinión: se controlan los precios, pero de todos modos siguen escalando”.
“El Estado tiene que asumir un rol claro y no entorpecer el juego cuando se le ocurre. No hablo de borrarse y dejar hacer. Eso también es dañino. La intervención del Estado debe consistir en fortalecer a los jugadores para que desarrollen su potencial. La solución no se encuentra en la acumulación de regulaciones, que por otra parte nos enfrentan a las incapacidades de control del Estado. La crisis que la Argentina necesita superar es compleja. No es fácil desatar el nudo gordiano que tiene atada a la economía argentina. Pero también, en cierta forma, es sencillo”
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