“Nosotros no éramos ni musulmanes ni montoneros: éramos nazis, y al nazi no le gusta andar escondiéndose, aunque alguna vez lo haya hecho por necesidad, porque el nazi está orgulloso de ser nazi”. El que habla es uno de los personajes de Travesuras nazis (Híbrida Editora), la nueva novela del periodista y escritor Daniel Riera, en la que a través de la ficción satiriza a las agrupaciones nazis contemporáneas.
Travesuras nazis narra dos historias que transcurren en paralelo, alternadas en capítulos, pero que tienen un punto de contacto. La primera, pone en el centro del escenario a un grupo diminuto pero peligroso de nazis del conurbano, liderados por el personaje de Ramulan, están convencidos de que Argentina es el lugar idóneo para fundar el Cuarto Reich. Sueñan con formar un partido nazi —aunque minúsculo, lumpen, delirante y bizarro—, se reúnen, debaten y planean reunir a todos los nazis dispersos en el país y llevar adelante su visión de mundo.
La trama de la novela de Riera se entrelaza con la llegada de Hinselammer a Argentina. ¿Quién es? Un científico neonazi enviado desde Bonn con una misión oscura, un experimento singular: crear una “droga nazificadora”, “que afectara el hipotálamo de un modo tan irreversible que quienes la consumieran pudieran adherir exclusivamente a los principios del nacionalsocialismo”. Es decir, una droga que actúa directamente en el sistema neurológico, alterando las mentes de quienes la consumen y llevándolos a adoptar una ideología nazi. Las dos historias se entrelazan al final: ambos grupos responden a la misma cúpula con sede en Alemania.
Travesuras Nazis se suma a la rica tradición de sátira en la literatura argentina, presentando personajes que podrían parecer extrañamente familiares y escenarios que parecen estar a la vuelta de la esquina. Una historia entre el juego de poder y el delirio.
Daniel Riera presentará Travesuras nazis junto a Mariana Enríquez este martes 23 de Mayo a las 19 en Caras y Caretas (Venezuela 330, CABA).
Así empieza “Travesuras nazis”
El tema acá no es Ramulan, sino lo que Ramulan representaba. Los de afuera no entienden que nuestra organización nació para ser vertical. Ahora es fácil hablar: con el diario del lunes opina cualquiera. Puedo decir que nunca me cayó bien. No era que le negara el saludo, pero tampoco se me ocurrió jamás presentarle a mi mujer: él allá, yo acá, como pasaba también con otros camaradas.
Nosotros no éramos una ONG ni un grupo de autoayuda. Éramos más bien bastante reservados, porque uno nunca sabe quién puede ser el otro ni qué pretende. Todo eso estaba hablado para que nadie se lo tomara a mal. Cada cual trataba de cuidarse su propio culo, sabiendo que si lo hacía estaba cuidando la organización. Porque esto es como el dominó: una vez que cae uno, los demás caen en fila y de pronto no queda uno solo en pie y tenemos que empezar otra vez de cero.
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A veces pienso que tendríamos que haber hecho lo que hacen los musulmanes: células dormidas, nombres de guerra y todo eso. Pero también hay que ponerse en nuestro lugar. Nosotros no éramos ni musulmanes ni montoneros: éramos nazis, y al nazi no le gusta andar escondiéndose, aunque alguna vez lo haya hecho por necesidad, porque el nazi está orgulloso de ser nazi. El verdadero nazi es amigo de los desfiles, los uniformes. Los que se tenían que esconder eran los judíos, no nosotros.
La primera vez que me lo crucé a Ramulan fue en el tren. Yo venía del almacén y quedó de pie, al costado de mi asiento. Se bamboleaba de una manera sospechosa. Pensé que se trataba de un homosexual deseoso de apoyarme sus genitales en la cara. Tenía un pantalón de gabardina que le marcaba bastante el bulto y en uno de sus bamboleos me rozó la mejilla. Yo no quise hacer un escándalo, pero tampoco quería que me anduviera rozando. Se produjo una situación delicada: no sabía si lo estaba haciendo a propósito y no podía reaccionar porque tal vez se había tropezado. Y entonces lo miré. Y cuando lo miré, el tipo se sorprendió, o hizo como que se sorprendía. Y ahí le dije lo primero que me vino a la cabeza:
—Señor, ¿se siente bien?
Y Ramulan me dijo que no, que no se sentía bien, que estaba mareado. Y terminó de decir «mareado» y se desmayó. Ahí la gente se corrió y unos gritaron guarda, guarda, y otros gritaron médico, médico, y vinieron los dos, el guarda y un médico. El médico lo despertó de una manera muy poco médica: una bofetada seca, bien puesta. Luego dijo no hay que subestimar los remedios caseros.
Tuve que cederle mi asiento a Ramulan. No me dio ni las gracias, pero no me ofendí: creo que en ese estado apenas si recordaba su propio nombre. Un segundo después, o sea demasiado tarde, comprendí todo. Aquello era una puesta en escena: sus genitales rozándome la cara, su pretendido desmayo, el médico demencial. Mientras se recuperaba, mientras cada pasajero volvía a lo suyo, observé con atención su vestimenta: mocasines negros, bastante más lustrosos de lo que suele verse en un tren, suéter también negro, ya hablé del pantalón de gabardina, reloj con agujas, malla de plata extraña en una persona que se moviliza en tren en el Gran Buenos Aires. Sobre la malla, en sutilísimo bajorrelieve, la esvástica, para que la viéramos solo los que estábamos destinados a verla.
Quién es Daniel Riera
♦ Nació en Buenos Aires en 1970.
♦ Publicó las novelas Evangelios y apócrifos (2010) y La menor (2015); la guía Buenos Aires Bizarro (2008); los libros de crónica Nuestro Vietnam y otras crónicas (2010), Ventrílocuos. Gente grande que juega con muñecos (2012), Buenos Aires-Tijuana (2014) y De Argentina a México en bus y otras crónicas (2014); la memoria Vas a extrañarlo, porque es justo (2001, y edición corregida y aumentada en 2011); el ensayo El carácter Sea Monkey (2007); los libros de poemas Sexo telefónico (2005), Familia y propiedad/La vergüenza nacional (2009) y La razón a voluntad (2016) y los libros periodísticos en coautoría Queríamos tanto a Olmedo (con Ingrid Beck, Sergio Ranieri, Paula Rodríguez y Fernando Sánchez, 1991) Virus. Una Generación (con Fernando Sánchez, 1995 y edición corregida y aumentada en 2021) y García (con Fernando Sánchez, 2020).
♦ Es coautor de los documentales Un paisaje de espanto y La madre de Maxi (ambos con Mauro Gómez, 2015).
♦ Trabajó en redacciones varias, es ventrílocuo (formó el dúo Paco y Oliverio) y se la pasa pintando, preferentemente en acrílico o en tinta china.
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