Cuando uno lee esta novela siente que en verdad Elena no sabe. La pobre vieja, víctima del Parkinson, soberbia e insufrible, no sabe nada. Su única hija la odia y odia tener que cuidarla y transformarse en madre de su madre.
Pero Elena no registra esto, justamente porque ella piensa que sabe. No entiende, no le cierra cómo esa hija apareció colgada del campanario de la iglesia. Y cómo el comisario, el cura y todos le aseguran que fue suicidio. “(…) recién camino a la morgue me dijeron: su hija se colgó del campanario de la iglesia, señora. No puede ser ella, dije yo. (…) dicen que ella se mató, pero yo sé que no. (…) Ese día llovía y mi hija no se acercaba a la iglesia los días de lluvia.”
Elena (cree que) sabe que la teoría del suicidio es imposible y no va a parar hasta saber la verdad. Pero al final del día, todo lo que ella pensaba que sabía, se desvanece. Porque ese viaje del conurbano a la Capital fue la estocada final que le reveló lo que nunca supo o nunca quiso saber. Elena, entonces no sabe. No sabía. No se la vio venir.
La novela de Claudia Piñeiro, finalista del premio Booker Prize 2022, que pronto será película, aborda la relación entre una madre enferma y su única hija que ya no la soporta. Se atreve a todo y más. Revuelve con el dedo entre algunos tabúes, tan actuales como ancestrales: el vínculo madre-hija, la maternidad no deseada, la violencia de género y la desdicha de tantas mujeres que aún hoy no pueden decidir sobre sus vidas, sus cuerpos, sus destinos.
Pero ¡ojo! que no es un libro sobre el aborto. ¡Noooo! La historia es un delicioso policial que mantiene el suspense desde la primera página a la última y que casi, casi resuelve en los últimos minutos del partido.
Y se preguntarán quien es la tercera mujer. Bueno, su nombre es Isabel y hace 20 años que las odia, a las dos, hasta desearles la muerte. Años atrás Rita –la hija de Elena- se la cruzó a Isabel. Mientras vomitaba, descompuesta y sola, en la calle. Y ahí es cuando, sin conocerla, se le acercó y decidió ayudarla. En verdad no sé si la ayudó o la hundió. Pero bue. Eso se los dejo a ustedes. Como sea, Isabel es la mujer a quien la anciana enferma, va a visitar al barrio de Belgrano, en busca de respuestas.
Las vidas de estas tres mujeres y sus destinos trágicos se entrelazan de una forma inesperada hasta develar el misterio. “A qué vino?” – le pregunta Isabel- “a saldar una deuda- responde Elena-. Entonces: ¿me va a ayudar? ¿Va a saldar la deuda? Porque tal vez Usted quiera ayudarme, por aquel día, de hace veinte años, cuando mi hija, sin conocerla, la ayudó a Usted, la salvó (…)”.
La acción pasa en un solo día: lo que dura el viaje de Burzaco a Belgrano. Y para que podamos entender cómo se fueron dando los hechos, la autora mezcla el pasado con el presente a lo largo de todo el relato. La “puta enfermedad” (el Mal de Parkinson), tal como la llama Elena, es transversal a la historia: no solo impacta en quienes la padecen, sino también en sus familiares, entorno cercano y en quienes leemos.
Y es en este punto cuando, querido lector, ya nunca más podrás olvidar cómo el Parkinson va deteriorando a las personas, hasta arruinarlas. Es espantoso.
La contracara de la ancianidad vulnerable es sin duda la actitud que Elena decide tomar frente a su realidad. Así, disminuida por una enfermedad que la fagocita, Elena sigue y quiere saber qué pasó con su hija y quiere vivir, a toda costa. “(…) Yo si quiero vivir, ¿Sabe?, a pesar de este cuerpo, a pesar de mi hija muerta – dice y llora- sigo eligiendo vivir (…)”.
Sin duda una novela que cautiva y sabe mantener la tensión hasta la última palabra. Y lo mejor: darnos cuenta que no solo Elena no sabe. Nosotros tampoco.
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