Se sentía cansado y débil. Se miró las manos blanqueadas por el polvo de mármol, aquellos dedos fuertes que todo ese tiempo habían complacido la furia del alma extrayendo figuras en la piedra, explorando la materia con un conocimiento adquirido con el estudio del cuerpo, los músculos, las expresiones.
Suspiró. Su casa era sencilla y pobre. Como siempre. Era su refugio, el puerto seguro en el que encontrar consuelo. Miró la fragua. Las brasas rojas destellaban sangre bajo las cenizas. Había objetos lanzados al azar sobre una mesa de trabajo.
Se puso en pie. Abrió la puerta. Salió. Frente a él, Macel de Corvi: ese barrio popular y mugriento donde las casas parecían haber crecido unas sobre otras como si fueran erupciones sobre la piel gris de un cadáver.
Roma agonizaba ante sus ojos, pero lo que veía no era más que el reflejo de un mal mayor, un dolor del alma que parecía consumir la ciudad. Día tras día, un pedazo cada vez. Plegada a la voluntad de los papas, gobernantes temporales de un mundo que había perdido toda la inspiración de la espiritualidad.
Observó cómo los copos de nieve se posaban sobre los esqueletos de los foros y sobre los arcos del Coliseo, que emergían de la tierra como bóvedas irregulares de cuevas y canteras. Los árboles muertos, asesinados por ese otoño frío y despiadado, aparecían salpicados de blanco. El silencio que reinaba en ese momento extendió un aura irreal en la escena.
Sin embargo, en ese espectáculo miserable y frágil, Miguel Ángel redescubría el sentido de las cosas, la esencia de una ciudad derrotada por sus propios demonios, que todavía perseveraba en mantenerse en pie. Roma exhibía los tesoros del pasado como espléndidas cicatrices, reliquias olvidadas, pero aún relucientes en los remolinos de la nieve sibilante. Las columnas del templo de Saturno se alzaban contra el cielo como los dedos de un gigante herido, pero que aún no había muerto.
Mientras la nieve continuaba cayendo, sintió crecer en él una melancolía anegándole el pecho como si fuera un fuego líquido y no obstante inextinguible. Sabía perfectamente que formaba parte de aquella marea creciente, capaz de corromperlo todo, fuera lo que fuera, en aquella ciudad, y que respondía al nombre de Iglesia. Era, asimismo, el arma más eficaz y sutil, con el poder de cegar los ojos de los pobres y de los vagabundos, hasta el punto de distraer la mirada, nublar la vista a través de la magnificencia de sus tan solicitadas obras.
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Así inicia “La herejía de Miguel Ángel”, el libro más reciente del escritor italiano Matteo Strukul, quien regresa a librerías luego del éxito que supuso la publicación de su saga dedicada a la familia Médici y la salida de “Dante” y “Las siete dinastías”, sus dos novelas anteriores.
En esta ocasión, Strukul regresa al otoño romano de 1542. Miguel Ángel Buonarotti se encuentra en la mira de los inquisidores y vive una profunda crisis religiosa a raíz de los últimos eventos, en suma desalentadores; su amistad con la marquesa de Pescara, Vittoria Colonna, le está pasando factura, pues el jefe del Santo Oficio, el cardenal Gian Pietro Carafa, ha ordenado a sus hombres seguir a la dama para identificar el lugar donde se reúne la secta de la que forma parte.
Liderados por Reginald Pole, el último arzobispo católico de Canterbury, los miembros de esta secta buscan el retorno a la pureza evangélica en una ciudad en la que la corrupción se extiende como un virus. Roma ya no es la misma, ha caido presa del vicio y la avaricia de sus gobernantes.
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La ciudad será el escenario donde se crucen las vidas de Malasorte (la joven ladrona que ha recibido el encargo de espiar a la secta de Los Espirituales); Vittorio Corsini, el capitán de los esbirros de Roma; Vittoria Colonna y el artista más genial de su tiempo, Miguel Ángel Buonarroti.
Dsde hace varios años Matteo Strukul sorprende a los lectores con estas ficciones basadas en algunos de los principales personajes históricos italianos.
El escritor y dramaturgo nacido Padua en 1973, es profesor en la Universidad de Roma, donde dirige dos festivales literarios, y colaborador en algunas páginas culturales. Vive entre su ciudad natal, Berlín y Transilvania.
Conocido entre los lectores por su tetralogía centrada en los Médici, ha escrito también biografías musicales, cómics y cuentos, algunos de los cuales forman parte de antologías, y su trabajo ha sido reconocido con el Premio Bancarella, el mismo que ha sido otorgado a autores de renombre como Ken Follet y Umberto Eco, y el Premio Salgari.
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