“Dios no permita que muramos sin volvernos a ver”, le escribirá una mujer a su marido, que partió de viaje. No sabe, no tiene cómo saber que él nunca leerá estas líneas, que él ya está muerto cuando ella escribe. Es el año 1811, ella es María Guadalupe Cuenca y él, Mariano Moreno. Él es un representante del gobierno de la Junta Grande y parte a Inglaterra a lograr algún tipo de reconocimiento y financiamiento. Es uno de los hombres que, con cautela todavía, inician el camino de la independencia de estas tierras.
Moreno tiene una lucha interna al seno de los revolucionarios. Saldrá de viaje pero antes alguien advierte a Guadalupe que pronto será viuda. La advertencia resulta cierta: Moreno enferma o ¿es asesinado?
Mientras el clima contra Moreno crece y sus amigos son perseguidos, María Guadalupe escribe. Estas son sus cartas. Pero la historia empieza mucho antes.
Una dama del alto Perú
María Guadalupe Cuenca nació en 1790 en el Alto Perú. Así se llamaba la Bolivia actual, antes de que llegara Bolívar en 1825. Su ciudad de nacimiento se llamaba Chuquisaca en su nombre indígena, o La Plata, en su nombre colonial, y después de la independencia pasó a llamarse Sucre.
Esta región era el corazón económico del imperio español sudamericano. De sus cerros se extrajo la plata y el mercurio con los que se acuñó la moneda que era el dólar de aquella época, por su apreciación.
Fabricar esta reluciente divisa entrañaba un sistema de explotación de la mayoría de los pueblos indígenas de la zona, obligados a tributar a la corona española en trabajo forzado en las minas, por el solo hecho de ser categorizados como “indios”, por preexistir a la Conquista.
A este territorio viajó el joven porteño Mariano Moreno, recomendado, lo que hoy llamaríamos “becado”, para realizar sus estudios universitarios en Religión y Derecho.
Ahí pudo acceder a las bibliotecas de sus protectores religiosos, autorizados a la lectura de libros prohibidos de autores de la filosofía ilustrada europea, así como a las crónicas de los mestizos americanos que relataban la historia de los incas y de la colonia, prohibidas por encender las rebeliones andinas.
Y, fundamentalmente, pudo conocer de primera mano las profundas desigualdades que aceitaban la colonia en su mismo centro motor. Sus estudios y su actividad profesional, una vez que se decidió por el Derecho, se dedicaron a exponer estas desigualdades. Su paso por el Alto Perú nutrió su percepción y, sin duda, el futuro de su fervorosa actividad revolucionaria.
Viajar también le permitió conocer a su compañera de vida. En el registro de su casamiento de 1804 con Moreno, María Guadalupe figura sin padre ni madre, pero su mamá vivía. En sus cartas de 1811 la menciona penando. La evocación de ella de Manuel Moreno, en el libro sobre su hermano que escribió en 1836, nos revela algo de su biografía:
“Poco antes de recibirse en la facultad, el Doctor Moreno se había desposado con una joven de la misma ciudad, de raras calidades, hija de una viuda de honor, que la había educado en un monasterio de monjas hasta la edad de 13 años, teniendo poco más de 14, cuando fue desposada. De este enlace puede decirse que las gracias se habían unido a la virtud. Un hombre de bien recibía una tierna consorte, en quien resplandecían las prendas del espíritu, la pureza del alma, y dulzura de la inocencia, al par de los atractivos del cuerpo. El matrimonio se tuvo secreto algunos meses para dar tiempo preparar el ánimo de los padres de Moreno; pero estos, luego de informados del acierto de la elección, le otorgaron su aprobación y bendiciones, no sin un resto de pesar por no ver preferido el sacerdocio”.
María Guadalupe se había criado en un convento. Aprender a leer y escribir era un destino seguro en una institución religiosa. Un privilegio -y no un derecho- nada habitual para las mujeres en aquel entonces.
Según la tradición, Moreno quedó prendado de un retrato suyo expuesto en una vidriera del taller de un artista y quiso conocerla. Solo se conoce un retrato atribuido a María Guadalupe. Es una miniatura donde una mujer, sin pretensiones de realismo en sus rasgos, posa con sus atavíos: un sombrero con aplique de flor y plumas, un collar de perlas, un prendedor camafeo y un abanico.
En su retrato, María Guadalupe luce un vestido llamado “corte imperio” -difundido durante la Revolución Francesa y consolidado durante la era napoleónica, anti-versallesco-, que consagró una moda neoclásica, a partir de los hallazgos arqueológicos pictóricos de Pompeya. Es probable que el anillo-alianza haya sido agregado después de su matrimonio con Moreno.
En 1910 esta obra fue comprada por el Museo Histórico Nacional argentino para su colección
En 1805, nació su primer hijo, también Mariano. Y al poco tiempo, tras rencillas con la administración colonial por sus defensas y con la frustración de no poder conseguir un empleo que fiscalizara el mecanismo opresivo del gobierno colonial sobre los indios, la familia se mudó a Buenos Aires. En 1807 tuvieron una hija, María del Tránsito, que no sobrevivió.
Moreno consiguió trabajo como abogado y siguieron una vida modesta. En 1809 compraron una casa de una planta en la calle de la Piedad entre las calles del Empedrado y de la Catedral, hoy Bartolomé Mitre entre Florida y San Martín, actual city bancaria porteña, con un crédito hipotecario por parte de una congregación religiosa, que recién terminó de pagar María Guadalupe en 1822. Desde esta casa, ella escribió sus cartas sin destino. Tenía apenas poco más de veinte años.
Disputas políticas
Tras la Revolución de Mayo, Moreno renunció a la Junta por su interna con Saavedra. Su proyecto de formar un Congreso Constituyente con los diputados que iban llegando a Buenos Aires desde los pueblos del interior del territorio no pudo imponerse. Saavedra quería diluir el ímpetu de Moreno, sobre todo, después del “Decreto de supresión de honores”, dirigido a él, por mantener la pompa del virrey en el trato y en las ceremonias públicas. Los diputados entonces fueron integrándose a la Junta que Moreno quería mantener ejecutiva para conducir la política y la guerra.
Pocos días antes de partir embarcado hacia Inglaterra en la misión que le encomendó la Junta, sucedió un episodio que anticipaba la tragedia y que su hermano relata en su libro de 1836.
“Presagios fúnebres ocurrieron sobre la suerte de este viaje. Una noche se entregó en la puerta de calle, por persona desconocida, un paquete sellado, y dirigido a la señora de Moreno, que abierto por ella se halló contener un velo negro, un abanico de luto, y un billete anónimo, diciendo: ‘Mi estimada Señora; como sé que va Usted a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos, que pronto corresponderán a su estado’. La letra no estaba disfrazada, mas no se pudo averiguar quién escribía. Si se resiste suponer que alguno tuviera la barbarie de insultar las agonías de una esposa, lo más natural es pensar que aquello vino de un amigo, que quería con esta alarma disuadir al Doctor Moreno de salir, o denunciaba en realidad una perfidia. No se atendió el aviso; a los dos meses la esposa era viuda, y la familia había perdido un padre. Sea por esta circunstancia, o por otros presentimientos que naciesen del corazón, a él mismo se le oyó decir varias veces antes de su partida, y después: ‘No sé qué cosa funesta se me anuncia en mi viaje’.”
Esta amenaza anónima no tuvo efecto disuatorio. Pareciera sugerir al retrato de María Guadalupe virar en todos sus elementos al negro del luto.
Muerte en altamar
El 4 de marzo de 1811, Moreno murió en altamar. A las secuelas de enfermedades previas se le sumó el surmenage de su actividad febril revolucionaria, que concluyó con una derrota política. Su cuadro se agudizó por la intervención del capitán del barco.
Su hermano Manuel, que lo acompañó en el viaje, lo acusó de “imprudente”, y de actuar sin su conocimiento, cuando le administró una dosis excesiva de un medicamento “emético”, que en vez de mejorar su estado, lo empeoró drásticamente. Manuel analizó este factor con conocimiento de causa, en 1836 estaba ya recibido de médico y determinó que la dosis era varias veces mayor a la que le debía haber suministrado. Antes de entrar en tres días de agonía, su hermano apuntó que las últimas palabras que pronunció Moreno fueron “Viva la Patria, aunque yo perezca”.
Los contemporáneos creyeron en la hipótesis del envenenamiento por este encadenamiento de sucesos. Al llegar la noticia, su amigo Fray Cayetano Rodríguez le dedicó una poesía que tituló Soneto al héroe de la Patria:
“Arrebató la Parca... (¡Parca fiera,
del joven más cabal vil homicida!)
Cortó el hilo dorado de una vida,
que su guadaña respetar debiera.
La negra envidia ¡cielo quien pudiera
una mano cortar tan fementida!
A la patria ha inferido horrenda herida
que el rival más rival no la infiriera.
¡Oh tú! que amante de tu patria, aspiras
a hacer faustos sus hados, rinde honores
al joven héroe que ya el orbe aclama.
Si la espada le ha dado defensores
del cañón de su pluma ¡oh pluma!, admiras
vivo fuego brotar que los inflama.”
Rodríguez, entre muchos otros partidarios suyos, fue desterrado después de que Saavedra organizara el apresamiento de los morenistas activos todavía en política en Buenos Aires, el 5 y 6 de abril de 1811. María Guadalupe escribe envuelta en estas circunstancias: su compañero ausente, ya muerto sin que ella lo sepa, y sus amigos perseguidos.
En la pintura El Cabildo Abierto del 22 de Mayo de 1810, hecha casi cien años después de este suceso, la tragedia se sugiere. El artista chileno, Pedro Subercaseaux, asesorado por el director del Museo Histórico Nacional, Adolfo Pedro Carranza, colocó a Moreno con la pose del pensador de Rodin, debajo de Saavedra. Su capa militar parece devenir la superficie del oleaje grisáceo que se tragará a su enemigo, apagando su fuego. Entre ellos, Feliciano Chiclana mira al espectador, como si ya conociera su desenlace.
Feliciano Chiclana era confidente de ambos y conoció las inquinas que los enfrentaron. Saavedra se refería con él a Moreno como un “demonio del infierno”, “de baja esfera, revolucionario por temperamento, soberbio y helado hasta el extremo”. Lo acusaba de emplear el “terror” asociado al jacobinismo francés, al ordenar ejecutar a los contrarrevolucionarios, al decirle “los tiempos de turbulencia también son los más adecuados para las venganzas y ejercicio de las pasiones: los mismos ejemplares que tocas, son pruebas de esta verdad, y las máximas de Robespierre que quisieron imitar son en el día detestables”.
Mientras que Moreno le escribía afectuosamente diciéndole “mi estimado paisano”, “mi amado amigo”, “mi adorado viejo”, “el Pueblo no habría hecho sino mudar de tiranos, si para la colocación de empleados atendiésemos a relaciones distintas de las del mérito y las virtudes. Patee Usted mis cartas, y también mi persona si alguna vez llegase a pedir en otros términos”.
Las cartas de Guadalupe
Esta decena de cartas, que refieren a su vez a la escritura de otras cartas, le fueron devueltas a María Guadalupe, sin abrir, desde Inglaterra. Se inician el 14 de marzo, diez días después de la muerte de Moreno, y concluyen el 29 de julio, días antes de que llegara la carta de su cuñado Manuel contándole la infausta noticia.
En ellas se desenvuelve el ya tan mentado lema del feminismo: “lo personal es político”. Desde su hogar, María Guadalupe capta y plasma el mundo que la rodea. Ya fuera a través de familiares y amistades o de la lectura de la Gaceta, percibe esa Buenos Aires revolucionaria atravesada por divisiones internas que bulle en su pluma y llega así, hasta nuestro presente. Sus enemigos le dan miedo por la persecución que están ejerciendo. Teme que intercepten sus cartas y lo previene a Moreno. Así como también teme la guerra. Es cotidiano el bombardeo a Buenos Aires de los marinos dirigidos por la Montevideo fiel a España.
La acechan también pesares económicos propios y de su familia en el Alto Perú. Comenta el alquiler de un cuarto de la casa para generarse un ingreso, así como también ansía la venta de una de los tres esclavos a su servicio: una “negra grande”, que termina comprando su libertad; un negro; y una “negra chica siempre perversa” que no vende “de miedo que me toque otra peor”. Aquí vemos los límites de la Revolución.
María Guadalupe entreteje su penar con el de su partido político: “hoy te mando el manifiesto para que veas cómo mienten estos infames”. Le refiere a Moreno, con humor, que el nuevo editor de la Gaceta, que lo reemplazó “anda hablando pestes de vos y adulando a Saavedra; su mujer no me ha pagado la visita que le hice, en fin, se ha declarado enemigo nuestro y ha jurado que no volverás a beber el agua del Río de la Plata; no le haremos quebrantar el juramento y con beber siempre de aljibe queda el juramento intacto”
Define a sus enemigos como “pícaros”, “malvados”, “indignos”, y sentencia: “a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular”, “en el día el que es tu amigo es reo y perseguido como tal sin más delito que ser tu amigo; ha habido partidario de Saavedra que ha dicho delante de tu tío don Martín que tu partido se ha de cortar de raíz”; “no se cansan tus enemigos de sembrar odio contra vos ni la gata flaca de la Saturnina (la esposa de Saavedra) de hablar contra vos en los estrados y echarte la culpa de todo (...) no se contentan con que estés lejos, sino que ultrajan tu memoria y hacen cuanto pueden para arruinarte; han echado la voz que te quitan los poderes, como pudieras volver o mandarme llevar, aunque se metieran los poderes donde no les da el sol, que nos importara”.
Y también: “de tus pocos amigos el que está libre está por caer, todo el empeño de estos hombres es sacarte reo, las prisiones del 6 de abril, fueron con ese fin, todas las declaraciones que han tomado han sido para eso, lo sé por boca de una persona que no conviene por ahora decirte quien es, tomá tus medidas, según va esto, pronto seremos portugueses y no podrás volver, por lo que será mejor me mandes buscar; no dejes de escribirme todo lo que te pasa, ábreme tu corazón como a tu mujer e interesada en todas tus cosas; basta de guardar secretos a mí, cumple con tus obligaciones de cristiano, no te olvides de mí, ve modo de que nos veamos pronto allá o aquí, porque sin vos no puedo vivir”.
Reniega de participar en las fiestas por el 25 de mayo, el primer aniversario de la Junta, y critica la falta de republicanismo de sus enemigos:
“yo no he dado nada porque como vos no estás ni yo tengo otro patriotismo sino el de mi Moreno, no hago ningún servicio a la patria con quitarme de la boca esos reales”.
En las cartas de María Guadalupe se sustancia el dolor por el duelo de la distancia, los sinsabores de la soledad, con “lágrimas y desvelos”, el vacío que deja la ausencia de la “amable compañía” de Moreno, que su familia compensa pero no alcanza a llenar. Se encienden también las sospechas ante la falta de correspondencia, los celos ante imaginadas “inglesas”.
El amor desesperado se trasunta en las expresiones con las que lo llama “dueño de mi corazón”, “amado Moreno de mi corazón”, “mi amado dueño mío”, “mi amado Moreno de mi alma”, “Mi querido Moreno de mi corazón”.
Firma a veces con su nombre, así como con el apodo con el que la llamaban Moreno y su familia, Mariquita, diminutivo de María. Y muchas veces le refiere que su amor supera el suyo propio: “tu mujer que te ama más que a sí misma y verte desea”, “tu mujer que te adora”, así como “tu desconsolada esposa”.
Tan solo para adelantar algo del tono dramático que pregna sus días, anticipamos algunos fragmentos.
En una carta dice “sin tu amable compañía; todo me fastidia, todo me entristece”.
La esposa cuenta las cartas y cuenta los días: “yo extrañándote cada día más y más, y deseando con ansia recibir carta tuya”; “a mí no me queda otro consuelo; quisiera escribirte cada día, con ésta van siete cartas y una esquela, y yo hasta ahora no he recibido ninguna tuya, y ya hace tres meses 17 días que te fuistes, por Dios Moreno escríbeme a menudo y date un lugarcito para leer mis cartas, aunque disparatadas, y no las tires sin leerlas, acordate de tu Mariquita que te quiere más que a sí misma y sobre todo lo que hay en el mundo”.
Y el desconsuelo: “cada día se aumenta más mi pesadumbre al ver que se cumplen cuatro meses, diez y ocho días, de tu salida, y todavía no tengo el consuelo de recibir carta tuya; unos ratos le pido a Dios paciencia para esperar tus cartas y tu vuelta, otros ya me parece que me has olvidado, que ni por la imaginación se pasa tu Mariquita, con estos y otros pensamientos, todos tuyos, me paso los días y las noches; desahogo mi corazón con llorar; no tengo más desquite que mis lágrimas, pero después de atormentarme con estos pensamientos, te pido perdón, y me acuerdo lo que siempre me decías que siendo yo buena con vos lo habías de ser conmigo: sí, mi amado Moreno, sí lo soy y lo seré hasta mi muerte, pero mi querido Moreno si ves que tu comisión es para largo tiempo mándame llevar; sabes muy bien la vida llena de amargura que estoy pasando sin vos, llorando me paso las noches, con el silencio me parece que mis sollozos han de llegar a tus oídos, me parece que me preguntas de qué lloro, que me das un abrazo, en fin, mi vida, para no molestarle más, conoces muy bien lo mucho que te amo para creer todo y mucho de lo que mi lengua no puede explicarte por su rudeza”.
El único “consuelo de su soledad” es su hijo, que con cinco años se enferma, sana, va a la escuela, aprende a leer y memorizar, y pregunta por su padre.
Después de Moreno
La Revolución radicalizada que impulsó Moreno y sus principios calaron hondo también en ella. En 1813, María Guadalupe enfrentó al cura que dirigía la escuela de su hijo, por aplicarle seis azotes, cuando la Asamblea del año XIII, aquel congreso constituyente que deseaba Moreno, había decretado la abolición de las torturas, por “contrarias a la naturaleza humana”.
Ante el cuestionamiento, el cura replicó “que si la quejosa no se conformaba, mudase de Escuela”, y continuó azotando a sus escolares. Pero tras un proceso judicial, el cura fue condenado a la inhabilitación del ejercicio de la docencia, con el pago de costas del caso y cien pesos de multa para cada uno de los jóvenes castigados, y a ocho meses de reclusión, “para que en el recogimiento debido aprenda a dar la inteligencia debida a la Divina Escritura, y la obediencia que debe prestar a los preceptos de las autoridades legítimas”.
Poco tiempo antes María Guadalupe, había peticionado al gobierno del Primer Triunvirato, que había desplazado a la Junta Grande de Saavedra, solicitando una pensión por el “desgraciado acontecimiento cuya fresca y profunda herida será eterna en mi corazón”.
Le otorgan treinta pesos mensuales, que juzgó insuficientes. Por lo que en otra carta pidió una pensión mayor, explicando que “se han multiplicado mis necesidades en proporción a la falla de mis recursos y creciendo por grados mi miseria me es tanto más sensible cuanto ella me recuerda la causa de donde procede”. Le concedieron una pensión anual de mil pesos. Sin embargo, su situación económica estuvo siempre al filo, como se entrevé en su disputa con su cuñado por el dinero que llevaba Moreno hacia Inglaterra. Así como en sus sucesivas cartas.
María Guadalupe murió en 1854. Sus cartas recién vieron la luz a mediados del siglo XX. Hoy somos todos destinatarios de ellas.
* Milena Acosta es historiadora. Esta nota es un extracto del prólogo al libro “Mi amado Moreno de mi corazón”, que contiene todas las cartas y se puede descargar gratis.
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