(Te recomendamos escuchar esta canción para mejorar la experiencia lectora; el viaje hacia el pacífico colombiano, la literatura y la música a través de Manuel Zapata Olivella y su legado).
Ninguna otra pluma ha conseguido retratar con tal fuerza y precisión la memoria y las vivencias del pueblo negro en Colombia como lo hiciera en su tiempo la de Manuel Zapata Olivella.
El escritor nacido en el municipio colombiano de Lorica, en el departamento de Córdoba, fue una de las máximas figuras de la literatura colombiana y a día de hoy sigue siendo una de las voces más importantes de las letras afro en estos horizontes. Su labor como novelista, cuentista y atinado ensayista le permitió grabar su nombre allí donde solo consiguen quedarse los más grandes.
Le puede interesar: Mary Grueso, la poeta colombiana que la escritora Chimamanda Ngozi Adichie recomienda leer
Zapata Olivella llegó al mundo en marzo de 1920 y lo primero que vio al nacer no fue la luz, sino el agua. Aquello definiría su destino.
Médico de profesión, creció influenciado por una frase que el doctor de su tierra le dijera un día: “Lo que usted tiene afán de ser, pues séalo, hijo mío”. Caminó siempre a la orilla del agua sin atreverse a desviarse al interior de la montaña que también supo acompañarlo.
Con el paso de los años cultivó una obra rica y diversa; el también antropólogo escribió desde novelas, cuentos, ensayos, artículos periodísticos y hasta piezas de teatro.
En distintas ocasiones ha sido comparado con autores de la talla de los académicos norteamericanos James Baldwin o Ralph Ellison, quienes retrataron la experiencia afro en Estados Unidos, por la influencia que ejerció a través de sus letras y el retrato vívido que consiguió hacer del pueblo negro en Colombia.
El propio Langston Hughes acogió a Zapata Olivella durante su paso por los Estados Unidos y le abrió las puertas del mundo afro de Harlem. Gracias a él pudo el escritor colombiano alimentarse de la intelectualidad afroamericana de la época, cuando los afro en Norteamérica comenzaban a generar consciencia respecto a sus raíces y su derecho a vivirlas con plenitud.
Reconocido en su país con varios premios y destacado por el propio Gabriel García Márquez como uno de los escritores imprescindibles de la literatura nacional, Zapata Olivella, quien se identificó siempre a sí mismo como un vagabundo, buscó constantemente la forma de dar testimonio y alzar la voz en favor de lo su comunidad.
Varias de sus novelas, que aún siguen siendo lecturas esenciales para los estudiosos de las letras colombianas, además de piezas de gran factura literaria, son documentos de gran valía para la memoria histórica de los pueblos afrodescendientes en el continente.
Probablemente, su título más recordado sea “Chambacú, corral de negros”, con el que consiguió una mención en el Premio Casa de las Américas en el año 1963. También es una de sus obras más conocidas internacionalmente y convirtiéndose en una clara referencia de la literatura afro en Latinoamérica.
En esta novela, el autor se adentra en la vida cotidiana de las comunidades negras que habitan en Chambacú, un barrio de Cartagena de Indias en el que se asentó el pueblo afrodescendiente entre los años 20 y el inicio de la década de los 70. Zapata Olivella consigue una de las elaboradas obras de realismo social que se han escrito en Colombia.
Cuando estaba escribiéndola, el Chambacú de su época estaba en el ojo del huracán. En 1955, el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla había dado la orden de reubicar a sus habitantes en viviendas nuevas ubicadas en la periferia. Con la caída del régimen, el plan se quedó en el tintero. Durante los años siguientes, Chambacú se convirtió en noticia de primera plana, y la prensa exponía regularmente las posiciones encontradas frente a su destino.
Basado en ello, el escritor colombiano buscó documentar y expresar su punto de vista frente a estas condiciones injustas en las que tanta gente vivía. El resultado es un acercamiento a la forma como se dieron los enfrentamientos de los chambaculeros con los cartageneros por su derecho a poseer y habitar con libertad su tierra.
Le puede interesar: Un libro para celebrar la herencia afro: “Rosa la Crespa”, de la actriz colombiana Indhira Serrano
Previamente, Zapata Olivella se había dado a conocer ante los lectores con títulos como “Tierra mojada” (1947), “La calle 10″ (1960) o “Detrás del rostro” (1963).
En un rancho de paja que a menudo dejaba colar el agua del cielo vio el mundo por primera vez el hombre que se convertiría en una de las voces más representativas de la literatura afro.
Su padre, fundador del primer colegio para adultos analfabetos en la región, sería quien daría rienda suelta al mundo de las letras en el pequeño Manuel; sin embargo, el mundo que primero lo abrazó fue el de la zoología.
Inquieto por recorrer caminos fuera de casa y emprender aventuras, como lo recuerdan sus más allegados, Zapata Olivella se deja ir por su deseo, el cual coincide con el de su hermana, la gran Delia Zapata OIivella, quien, por su parte, cantó y bailó sus raíces hasta convertirse en una gestora cultural invaluable y una de las impulsoras más importantes de la cultura negra en el país.
Le puede interesar: Chinua Achebe o el inexplicable olvido de uno de los mejores autores africanos contemporáneos
Juntos iniciaron sus investigaciones siempre reconociendo el valor intrínseco sujeto a la ‘trietnicidad’ que circulaba en sus venas; la sangre africana, española y aborigen, de la que se volvieron representantes viajando por el mundo.
Un verdadero acto revolucionario supuso el trabajo de los dos hermanos que tuvo vida en la danza. Interesados en investigar el origen de los ritmos que permitía expresarse a los afrodescendientes en la región y que a la vez llevaban en sus cantos las tradiciones, crearon un grupo de danzas folclóricas que, con música en vivo y trajes improvisados, comenzó a mostrarle su cultura al resto del país.
La presentación de estas danzas que parecían alejadas de lo propio, pronto exhibieron su identidad afrocolombiana. Desde el primer latido, los pasos descalzos, los faldeos, las posiciones y direcciones del cuerpo, la intención de los movimientos, daban cuenta de un acto de resistencia.
Fueron pioneros en llevar las danzas colombianas al mundo, buscando redescubrir sus propias raíces, aquellas que fueron intencionalmente enterradas, pero, cual semillas, germinaron nuevamente.
Hasta el momento de la muerte de Delia, en 2001, Manuel Zapata Olivella cargó consigo el orgullo del danzante y continuó defendiendo la causa afro a través de su discurso. Apenas tres años después, presa de la ausencia de su hermana, el autor partió de este mundo.
En 2022 se cumplieron 100 años de su natalicio. Aunque su obra sigue rondando las sombras, su nombre ha conseguido convertirse en bandera de toda una raza, pues él antes que nadie comprendió, de la única manera posible, la importancia de reconocer sus raíces, y es que quien construye su propia aldea se hace universal.
(Aquí cierra nuestra experiencia como anfitriones e inicia para ti el recorrido en su propia imagen y voz)
Seguir leyendo: