Uno de los más terribles asesinos seriales en la historia de Colombia podría estar al borde de la muerte. Un cáncer en el ojo amenaza con acabar con la vida de Luis Alfredo Garavito, el infanticida que aterrorizó al país durante la década de los 90, y que se encuentra en prisión desde 1999, cumpliendo con una condena de la que quedaría libre en 2039, si es que llega a cumplir 82 años.
Considerado uno de los peores criminales del mundo, Garavito fue sentenciado en 2001 a 1.853 años y 9 días de cárcel por sus delitos, pero esta condena, la más alta adjudicada en Colombia, no podría ejecutarse a cabalidad, pues en el país no existe la cadena perpetua; por esto, se conmutó por una pena máxima de 40 años.
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Capturado a finales del siglo XX en la zona rural del departamento colombiano del Meta, Garavito confesó, ya en manos de las autoridades, ser el responsable de alrededor de 140 asesinatos de niños en Colombia y zonas fronterizas de Ecuador. Sin embargo, se le atribuyen las muertes de cerca de 200 menores, a quienes les quitó la vida luego de violarlos.
Lo que al inicio era una pulsión, se convirtió para él en una obsesión. Abordaba a sus víctimas, menores entre los 8 y los 12 años, en plazas de pueblos o parques, los engañaba y los conducía a lugares apartados donde los golpeaba y torturaba antes de violarlos. Lo hacía para sentirse bien, reconoció; aquello le brindaba placer no solo sexual sino también espiritual. Para Garavito matar niños era su manera de estar en el mundo.
El primer asesinato que se le atribuye ocurrió en octubre de 1992, en el municipio colombiano de Jamundí, en el departamento del Valle del Cauca. Mientras tocaba al niño, Garavito lo acuchillaba lentamente hasta matarlo. El nivel de frenesí era tal que parar no fue una posibilidad, por lo que se entregó de lleno a sus perversiones.
Desde mucho antes, sin embargo, el infanticida había empezado a explorar su lado oscuro. Cuando tenía 15 años acorraló a un niño para tocarlo. Los gritos de la víctima alertaron a quienes caminaban cerca y las autoridades se hicieron cargo del adolescente. Lo llevaron ante su padre, quien lo reprendió fuertemente y lo echó de su casa por sus conductas homosexuales. A partir de entonces, su camino fue cuesta abajo.
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Víctima él también de violencia sexual durante su infancia, Garavito ha reconocido en varias entrevistas que el origen de sus perversiones tiene que ver con su padre y un amigo de este que abusaron de él cuando era un niño.
“Mi papá no dormía con mi mamá, dormía conmigo, él me bañaba… Tengo un recuerdo vago, era de noche, él como que me acarició, me tocó las partes íntimas… A ese señor nunca lo quise, lo veía como un verdugo”, confesó el asesino en una de las audiencias en su contra.
A la edad de 12 años inició el verdadero calvario para el futuro infanticida, cuando el dueño de la droguería del vecindario comenzó a torturarlo y violarlo de forma sistemática durante dos años. El sujeto tocaba sus partes, las golpeaba y dejaba al niño amarrado a una cama mientras se saciaba.
Los abusos del hombre duraron hasta que la familia se mudó al municipio de Trujillo, en el departamento del Valle del Cauca. En ese lugar, otro hombre, según él, volvió a violarlo. Garavito ha asegurado que no dijo nada entonces por el temor que sentía de que su familia decidiera creerle al victimario y no a él.
El mayor de siete hijos, el futuro asesino creció en un hogar fracturado. Su padre, un hombre violento en extremo, plantó en él varios de los traumas que, años más tarde, desencadenarían sus perversiones. Una vez entregado a ellas, ya no hubo quién lo detuviera, hasta aquel 1999 cuando un habitante de calle alertó a las autoridades sobre su presencia, mientras intentaba acorralar a una de sus víctimas.
Mucho se ha escrito sobre quien ha sido denomincado como ‘La bestia’, este monstruo salido de las regiones cafeteras de Colombia. Varios han sido los reportajes y documentales dedicados a indagar en las razones detrás de sus crímenes, pero nada de lo que se había hecho hasta el momento había logrado un acercamiento tan íntimo al lado más oscuro del asesino. Nadie había conseguido retratarlo desde tan cerca, hasta que el periodista colombiano Rafael Poveda y su equipo consiguieron el que, probablemente, será el último de los testimonios de Luis Alfredo Garavito.
Fueron varios los años que el periodista y los miembros de su programa televisivo Testigo Directo, dedicado al periodismo investigativo, estuvieron detrás del infanticida. Su oportunidad llegó justo antes de la irrupción de la pandemia por el covid-19, cuando el propio Garavito respondió a uno de sus mensajes aceptando la entrevista que uno de los periodistas del equipo de Poveda le solicitaba.
Los encuentros con el asesino, que se prologaron por varios meses, derivaron en la escritura de dos libros: una novela y una crónica. El primero de ellos, “El reflejo de la bestia”, fue realizado por el propio Rafael Poveda, en coautoría con la escritora Xiomara Barrera.
La novela parte del testimonio de una de sus víctimas del monstruo, ficcionado por la pluma de estos dos autores que intentan traer a cuento las voces de quienes por tantos años se han visto afectados por los actos del homicida.
Desde que su hermano desapareció, reza la contraportada, cuando apenas tenía seis años, ya no hubo más magia en la vida de Jesús. Él solo sabía que la guerrilla lo había reclutado. Sin entender qué significaba esa palabra, se propuso dedicar su vida a luchar contra el reclutamiento infantil.
Años más tarde, su madre, en su lecho de muerte, le revela que Antonio realmente fue una víctima de Luis Alfredo Garavito. Ante la posibilidad de que ‘La bestia’ consiga recuperar su libertad, Jesús planea su venganza, mientras el lector va descubriendo ese doloroso pasaje de la historia de un país. Su historia es la de cientos de familias que aún esperan justicia.
El proceso para caracterizar al personaje fue, quizá, lo más desgastante de todo, aseguran sus autores. Enfrentarse al monstruo en carne y hueso, escuchar de su propia voz el relato de sus crímenes, verlo descomponerse de a poco a causa de su enfermedad, supuso para Rafael Poveda y el equipo de Testigo Directo uno de los retos más intensos de su carrera en el periodismo.
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Antes de comenzar su vida delictiva, Garavito recorría el país vendiendo estampitas religiosas. “Y aunque su comportamiento era poco sociable, con tendencia a la venganza, trataba de calmar aquellos ‘fantasmas’ con cantidades ingentes de alcohol”, se lee en un perfil escrito por Karim Sofía Guerrero Hernández, estudiante de la Universidad de San Buenaventura.
Durante varios años, el infanticida perpetró cientos de asesinatos movido por un “impulso” que, según él, lo llevaba a matar de manera repentina y sin planificación.
Según los investigadores que se han ocupado del infanticida, Luis Alfredo Garavito llegó a recorrer hasta cinco veces diferentes regiones de Colombia, visitando unos 59 poblados en todo el país. Se dice, además, según documenta el periodista Enrique Gamboa, que inventó fundaciones para dictar charlas y así estar cerca de niños, también se mantenía buscando trabajos temporales que le permitieran tener dinero suficiente para seguir adelante con sus crímenes y poder trasladarse al interior del país. Su vida criminal se desarrolló, mayormente, en el Eje Cafetero y el norte del Valle del Cauca.
En conversación con Leamos, Rafael Poveda relató la forma como el encuentro con este asesino lo cambió por completo. Es la clase de historias que todo periodista busca encontrar, pero una vez ante ellas, no es posible describir tanta maldad.
Tantas veces ha escapado Garavito de la muerte que esta parece ser, al fin, la batalla definitiva. Su ausencia de este mundo, quizá, pueda darle paz a tantas personas que sufrieron a causa de sus terribles actos. En unos años, de ‘La bestia’ tan solo quedarán malos recuerdos y la memoria de quienes en sus manos perdieron la vida, uno que otro documento sobre su existencia y sus crímenes y esta novela, con la que se ha querido darle un lugar a las víctimas, cuyo eco es siempre más fuerte que el sonido jadeante de la voz de este despiadado asesino.
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