Cuando Nadia Celis visitó los archivos personales de Gabriel García Márquez en el Harry Ransom Center, en Estados Unidos, hacia 2016, encontró un manuscrito inédito con una versión distinta de “Crónica de una muerte anunciada”, uno de los títulos más célebres del escritor colombiano que incluía un insólito epílogo.
El hallazgo le detonó a la escritora colombiana el interés por adentrarse en la novela y la necesidad de desentrañar los efectos que esta tuvo y sigue teniendo en sus lectores y en aquellos que inspiraron su historia.
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Con rigurosidad investigativa, pero con el pulso de una novelista, Celis se aventuró a documentar esta travesía hacia el interior de la obra de Gabo en las páginas de “Crónica de un amor terrible”, su más reciente libro publicado por el grupo editorial Penguin Random House.
La autora explora los límites entre la ficción y la realidad, mientras que, como una documentalista, recorre la historia de Margarita Chica, la mujer real detrás del personaje de Ángela Vicario, y cada uno de los pasajes y momentos que el propio García Márquez tuvo que vivir para escribir, inspirado en los relatos de historias reales, una de sus obras de ficción más recordadas.
Lo que los lectores encuentran, y lo respalda la escritora Mayra Santos-Febres, es un libro que se adentra en el universo narrativo del autor de Cien años de soledad y dialoga con él de manera tal que consigue una excusa precisa para construir una teoría feminista a partir de la legitimación de los personajes femeninos en la obra del escritor y la influencia que las mujeres tuvieron en su ejercicio literario.
Crónica de un amor terrible es, además, bien lo ha dicho Elvira Sánchez-Blake, “el chisme desmontado y vuelto a contar con la fluidez del habla caribeña y la diáfana profundidad del pensamiento que caracteriza la prosa de esta autora”.
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Nadia Celis conversó con Leamos sobre el proceso de escritura e investigación detrás de este libro, así como de las lógicas feministas que marcaron el camino.
— ¿Qué le hizo entender que este asunto del hallazgo del manuscrito merecía un libro y no solo otro más de sus artículos alrededor de la obra de García Márquez?
— Creo que la primera razón tiene que ver con el hecho de que me parecía que la historia de Margarita Chica Sala necesitaba ser contada, y esa es la certeza que me acompañó en el proceso. Indagando en lo que era el contexto real detrás de este epílogo que encontré, cuando yo me voy a buscar si es real que los esposos regresaron juntos o no, me encuentro, y fue la primera gran sorpresa, con este personaje, la mujer real. Desde el primer encuentro ya no podía estar tranquila sin contar esa historia.
Cuanto más indagaba, más compleja e interesante se hacía. Yo la contaba y la gente me decía “qué bueno ese chisme”. El asunto no solo era fascinante sino que tenía todas estas otras implicaciones, algunas de las cuales realmente yo solo intuía y no necesariamente entendía. El libro cuenta, entre otras cosas, mi propio viaje, dándole sentido a lo que voy a encontrando. Honestamente, yo no tenía plan de escribir libro alguno; de repente, me encontré a mí misma escribiendo.
— El tono del libro es, en sí mismo, uno de sus aciertos. ¿Cómo pasó de una escritura académica, que era a la que usted venía acostumbrada, a esto?
— Lo más difícil fue, justamente, el tono. Me di cuenta en en el camino de que la única manera de hilar esa historia tan compleja, y hacer que ese rompecabezas tuviera sentido, era si yo viajaba con el lector y lo iba llevando. Una vez entendí eso, comencé a buscar las piezas que me faltaban. En ese momento yo no he concluido el recorrido de lo vivido, y tampoco el de lo recordado, y decido irme a Sincelejo a buscar a las amigas de Margarita y terminar mis búsquedas allí.
— La historia, por como se cuenta, da la sensación de ser una crónica de viaje. ¿Qué tanto de esos elementos propios del género utilizó de manera consciente?
— Entre los obstáculos que se me atravesaron en el camino, quizá el más difícil de superar, tuvo que ver con pasar de la escritura académica a esta, una más creativa. Permitirme licencias de contar la historia como la historia misma me lo pedía, no necesariamente desde el registro más explicativo, argumentativo, de la crítica literaria. Por varios años anduve dándole vueltas a esta historia y como buena consumidora que soy de reportajes investigativos, entendí que debía revisitar a mis ídolos de la crónica literaria. Eso me implicó una reinvención en mi manera de escribir y fue, al mismo tiempo, el resultado natural de la manera como contamos las historias a través de la oralidad en el Caribe colombiano.
En el momento en que yo entendí que tenía que contar la historia como se la se la contaría a las amigas de mi mamá, resolví una gran parte del problema. Al mismo tiempo, sin embargo, tenía en mente una lectora feminista que hubiese dialogado con mis trabajos anteriores. Entonces, este espectro de interlocutores me permitió superar el miedo a este acto de romper géneros. No sé nombrar en qué momento lo superé. Creo que todavía no lo termino de superar, pero ahora me doy cuenta de que el esfuerzo que hice para concebir una forma ideal de lectura está encontrando receptores.
— ¿Cómo fueron esos encuentros con los personajes que tuvieron que ver directamente con esta historia que García Márquez terminó haciendo suya? Y me interesa llamar la atención específicamente en Jaime, uno de los hermanos del escritor.
— Los García Márquez son todos infinitamente generosos con la manera como comparten sus historias, su propia vida. Hay en ellos un orgullo recordado por ser la familia de Gabo, a veces matizado por un poco de frustración en cuanto a no haber recibido el reconocimiento de ser copartícipes y hasta coautores en muchas de las experiencias, más no necesariamente en los textos. En el caso de “Crónica de una muerte anunciada” hay mucho más que solo la experiencia. Ellos son quienes cuentan la historia.
Con Jaime yo me sentí siempre acogida, así como por la misma Rita y sus hijos. Todos tienen esta increíble capacidad para contar historias que a mí me gusta tanto, y eso hace que la conversación tenga un inicio, pero no necesariamente un final. Fueron varios encuentros los que sostuve con ellos. Jaime se abrió desde el principio conmigo y fue muy honesto con lo que me decía. De repente, regresaba al principio de todo y se perdía en las historias. Para mí eso significó la posibilidad de humanizar al escritor. Al final, no puedes no sentir, no reaccionar a ese cariño que ellos manifestaban hacia Gabo. Deja de ser el hombre encumbrado, la figura pública famosa y, pese a que existe esa reverencia por parte de la misma familia, se convierte en un ser de carne y hueso. Comencé a quererlo como ese individuo que es cercano, como el gran amigo de mis amigos.
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— Y si el asunto fue tan íntimo, ¿qué tanto de sí misma se permitió retratar aquí?
— A la larga, en estas páginas está todo lo que soy yo. Aquí está la investigadora, la hermana, la amiga, la hija, que disfruta inmensamente la conversación, porque de eso es que yo aprendo. Aquí está la feminista que se ha nutrido de los discursos del tercer mundo que tienen una gran base en el conocimiento desde la experiencia. Hacen teoría desde lo vivido. Todo eso está reflejado en esta solución que encontré para contar una historia de la manera más honesta y genuina posible.
— ¿Es feminidad o feminismo lo que intenta conceptualizar?
— Tendríamos que definir primero qué es feminidad versus feminismo. Yo me considero feminista. Los feminismos son múltiples y los practicamos de maneras distintas. Yo soy más lo que llaman una feminista de color o una feminista trasnacional. En el libro, lo que los lectores encuentran es, definitivamente, una propuesta política que tiene el interés, la intención, de reconciliar el feminismo con la realidad de las mujeres, con la realidad de la feminidad.
Una vez escuché a alguna colega decir una frase que me marcó, y es que uno tenía que tomarse a las mujeres en serio dondequiera que estuvieran. En ese sentido, el feminismo que yo practico va en busca de dónde están las mujeres, en qué están, porque a mí lo que más me interesa entender como feminista es cuáles son los resortes internos que facilitan que sigamos enganchadas con nuestra propia opresión.
A pesar de que hemos progresado como mujeres, hemos logrado acceder al espacio de lo publico, al reconocimiento de nuestras condiciones y cualidades y posibilidades, esto sucede con un determinado grupo de mujeres, no con todas. Y ese es un problema. Yo encuentro que una de las maneras en que estos procesos de opresión siguen operando de manera directa es a través de la educación de nuestro deseo. Seguimos siendo educadas para que nuestro deseo, en todos los sentidos, sea mediado por el deseo del otro. Para nosotros todavía está muy limitado el derecho de pedir, o de buscar, o de determinar qué es lo que necesitamos, qué es lo que queremos. Estamos constantemente moldeando nuestra subjetividad para poder ser amables, para poder ser dignas de ese reconocimiento y aceptación por parte del otro, que es un otro que no va a la misma velocidad que nosotra, porque la evolución de las masculinidades no se comparan con la de la feminidad.
Mis preguntas van dirigidas, entonces, a por qué seguimos educadas en esa manera de desear. Entiendo que el mayor problema reside en la idea del amor romántico y mientras estoy escribiendo sobre García Márquez, realmente, estoy intentando comprender hasta qué punto nuestra educación sentimental está completamente en el centro de estas continuidades entre la violencia en las relaciones íntimas y la violencia en las relaciones públicas de poder.
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