Sin haber cumplido 20 años, Rudolph Vrba fue el primer judío que consiguió escapar con vida de los campos de concentración de Auschwitz. Fue en abril de 1944 cuando, contra todo pronóstico, él y un compañero suyo, Alfred Wetzer, se dieron a la fuga a través de ríos y montañas, luego de haber esquivado las balas de los soldados alemanes que al percatarse abrieron fuego sobre los dos hombres. Tras mucho andar, habiendo tenido que ocultarse durante tres días y cuatro noches, a merced del clima y la hostilidad del paisaje, finalmente, consiguieron su libertad.
En los meses anteriores, Vrba se había dado a la tarea de memorizar cada uno de los detalles de la maquinaria nazi que operaba en Auschwitz. Tenía claro que lo primero que haría al recuperar su libertad sería alertar al mundo sobre lo que estaba sucediendo allí adentro. Así lo hizo, y su testimonio permitió salvar las vidas de millares de personas en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial.
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Habiéndolo perdido todo, este brillante estudiante de ciencias y matemáticas se arriesgó a sí mismo para revelar los datos más relevantes de la Solución Final que planeaban los nazis para finiquitar lo que habían iniciado a finales de la década de los 30.
Tras su huida, sacó de contrabando el primer relato completo de cuanto acontecía en los campos de exterminio, un informe detallado que finalmente llegaría a manos de Franklin Roosevelt, Winston Churchill y el Papa.
El nombre real de Vrba era Walter Rosenberg. Educado en el judaísmo ortodoxo, era un joven muy inteligente; de hecho, la fuga de Auschwitz no fue la primera que consiguió, pues ya se había escapado de varios de los sitios en los que estuvo cautivo desde que inició el conflicto.
De fuga en fuga, Vrba se había convencido de que burlar a los nazis, aunque difícil, no era imposible. Cuando tomó la decisión de huir de Auschwitz, comenzó a recopilar información. Diariamente, tomaba notas de todo lo que veía que hacían los soldados y memorizó cada detalle de sus conversaciones, así como de los espacios en los que se movilizaban. Consiguió descubrir el número exacto de trenes que llegaban a diario al campo de concentración, el número de personas que arribaban, cuántos eran recluidos y cuántos de ellos eran ejecutados en los hornos crematorios.
Vrba estuvo en Auschwitz-Birkenau entre junio de 1942 y abril de 1944. Al salir, recibió el apoyo del consejo judío de Eslovaquia para hacer llegar a las personas correctas, de la manera más detallada posible, el Informe Vrba-Wetzler, documento de gran valía para darle cierre al conflicto.
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El escritor británico Jonathan Freedland cuenta la historia real de este joven y su desesperado intento por salvar al mundo de su triste destino en las páginas de “El maestro de la fuga”, buscando que los lectores lo consideren a la par de figuras como Ana Frank, Oskar Schindler y Primo Levi, protagonistas todos ellos del capítulo más oscuro de nuestro pasado reciente.
En cerca de 544 páginas, Freedland retrata a este superviviente de la manera más humana y consigue, a través de su voz, nombrar una vez más los horrores de una época que a día de hoy no hemos conseguido superar.
“Un clásico inmediato de la literatura sobre el Holocausto. Magníficamente investigado y escrito”, dijo sobre este libro el historiador Antony Beevor. “Se trata de una historia apasionante y profundamente conmovedora”, apuntó. Y como él, Yuval Noah Harari ha comentado que el trabajo de Freedland es simplemente brillante, aunque desgarrador, sobre el poder de la información en nuestras sociedades.
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La vida de Rudi Vrba no fue la misma que vivieron otros “héroes” del Holocausto. Su postura era de un evidente enfado y su relato no era para nada alentador. Él no centraba sus esfuerzos en brindar esperanzas, como si lo hicieron las voces de quienes ingresaron en esa narrativa que sostenía que los malos eran Hitler y los nazis, y el resto del mundo había hecho lo que tenía que hacer.
Él hablaba del fracaso de los aliados, de cómo no bombardearon las vías férreas que conectaban a las ciudades con los campos de concentración, y de cómo las conductas de ciertas autoridades judías fueron insuficientes para advertir a los suyos de lo que ocurría.
De Vrba no se ha hablado tanto porque su voz exigía verdad ante la inacción de quienes después se llevaron el crédito. Y eso fue, justamente, lo que le llamó la atención a Freedland, lo que buscó capturar al interior de “El maestro de la fuga”, una lectura, dice Simon Sebag Montefiore, realmente inspiradora, cautivadora y emocionante.
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