Ya hace casi una semana que terminó la Feria del Libro de Buenos Aires y sus imágenes me siguen rebotando en la cabeza. También las ideas que se agolparon en esas casi tres semanas frenéticas.
Y una es la del título: a la Feria del Libro va gente que no me gusta. No a comprar, digo -en todas partes hay gente que no me gusta y a la que no le gusto- sino a presentarse. Se suben a los escenarios de la Feria personas, grupos, que creo que son dañinos, que son mentirosos, que hacen mal.
Seguro a muchos les pasará lo mismo. Muchos verán la programación y pensarán: “¿Qué hace Fulano en la Feria? ¿Qué tiene que ver con EL LIBRO?
Pero no estarán hablando de la misma gente. O más bien: estarán hablando de grupos opuestos. El que a vos te hace creer a mí me da miedo. Y viceversa.
Además de escritores, que tienen sus propios enconos, por la Feria pasaron, entre otros, Javier Milei y el Pepe Mujica; pasaron (José Luis) Espert y (José Luis) Rodríguez Zapatero; pasaron Agustín Laje y Victoria Donda. Estuvieron Matías Kulfas y Ricardo López Murphy, recorrieron los pasillos Axel Kiciloff y Horacio Rodríguez Larreta. Se presentó la investigación de la Iglesia sobre su comportamiento en la dictadura y el libro de Juan Manuel Abal Medina (padre) sobre el retorno de Juan Domingo Perón en 1972. Todos con sus admiradores, sus aplausos, sus detractores.
Allí escuché cómo le gritaban “Presidente, presidente” al líder de “La libertad avanza” y gargantas no menos poderosas entonaron la Marcha Peronista. Allí se coqueteó con la aparición de Cristina Kirchner, que finalmente no fue, pero no hay que olvidar que fue en la Feria donde, en 2019, la hoy vicepresidenta presentó Sinceramente. Hubo cola desde temprano para esperarla ese día, como ahora el día en que se presentaba Milei había quienes lo esperaban desde las 13 aunque iba a empezar a firmar libros a las 19.
¿Por qué todo esto pasa en la Feria?
Varios motivos. Uno lo expresaba, en esta misma edición, Irene Vallejo, la filóloga que se volvió una estrella escribiendo la historia de los libros. Dijo, simplemente: “Los libros son poderosos”. Los libros son imaginación, son otros mundos, son la posibilidad de pensar que otras realidades son posibles, son ideas sobre el presente, sirven para entender temas científicos; en fin. Los libros son poderosos.
Hace algunos años, en una Feria del Libro lejana y sorprendente, la de Sharjah, en Emiratos Árabes, Ahmed bin Rakkad Al Ameri, su director, me dijo que el punto es que los libros trataban sobre todo. ¿Te gusta la playa? ¿Cuál es la mejor? ¡Tenés que leer un libro para saberlo!, me desafió. Me dijo que libros hay sobre todo. Que te guste lo que te guste, encontrarás un libro que te ayude a saber más o hacerlo mejor.
La Feria del Libro no es un evento literario, es un evento editorial y, por lo tanto, literario, estético, científico, político, en fin. Mucho de los que dicen esos libros, como lo que dicen algunas de las personas que van, me parece errado, malintencionado, falso o simplemente berreta. Pero ahí estamos todos. En la misma.
Pasa en cada edición pero especialmente en año electoral no hay político que pueda faltar a la Feria del Libro. Porque hace rato este encuentro es un ámbito político. Lo era en 1997, cuando Carlos Menem, entonces Presidente, iba a inaugurarla pero en el puente que cruza la Avenida Figueroa Alcorta -la Feria se hacía en el Centro Municipal de Exposiciones- un grupo de estudiantes desplegó pancartas que decían “Chau Menem”. El riojano sobrevoló la zona con el helicóptero y dio la media vuelta: la Feria abrió sin él.
Fue política la decisión de que un escritor, en lugar de un cura, diera las palabras de apertura. Fue política cada interrupción a los oradores en el acto inaugural, como pasó con Pablo Avelluto -ministro de Cultura de Mauricio Macri- en 2019.
No por nada se extendió la frase del poeta Heinrich Heine que afirma “Donde se empieza quemando libros, se acaba quemando personas”. Porque -en la Argentina lo sabemos bien- los libros se queman, se destruyen, se prohíben, se cancelan. No dan lo mismo. Son políticos.
Y algo más: en tiempos en que los algoritmos de las redes sociales nos hacen ver sólo -o más- a quienes piensan como nosotros, en los pabellones de la Feria te encontrás con los otros en carne viva. Con sus cuerpos, con sus banderas, con sus consignas, con sus anhelos y con sus odios. No son avatares, no son trolls: son reales. Somos los otros de los otros, ya se dijo. Acá es evidente.
Porque en la Feria del Libro se encuentran todas las miradas. De manera promiscua: stand al lado de stand al lado de stand, uno arriba del otro. Micrófono contra micrófono, acoplando, tapándose en salas con paredes delgaditas. Una larga fila para entrar a un acto, una larga fila para entrar a otro.
Algunos me emocionan, algunos me molestan. Pero eso es lo que amo de la Feria del Libro, ese cruce, esa caldera de ideas. A la Feria del Libro va gente que me encanta y va gente que no me gusta. Y eso es lo que más me gusta.
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