Crónica de un padre fascinado: Alejandro Zambra escribió un libro para que su hijo lo elija más allá de la biología

El autor chileno está entre los más destacados de la literatura de la región. “Literatura infantil” está escrito desde el apego, lleno de escenas que el autor no quiere que su niño olvide.

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Alejandro Zambra es autor de
Alejandro Zambra es autor de obras que la crítica celebró: "Bonsái", "Poeta chileno" y "Formas de volver a casa", entre otras.

Alejandro Zambra es uno de los favoritos en la biblioteca latinoamericana contemporánea y sus textos vienen con garantía casi siempre infalible. Consagrado con Poeta chileno, Bonsái, La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa, el escritor chileno publicó recientemente Literatura infantil, editado por Anagrama. ¿Qué encontramos en este título? Una crónica de la paternidad, un diario sobre los primeros años de su hijo, una revisión sobre la adolescencia del autor y una mirada empática hacia su propio padre.

En esta nueva entrega, trata de ser corresponsal de la primera infancia de su hijo, se dedica a hacer un registro escrito de esos detalles tiernos o anécdotas que ese niño está destinado a olvidar por la misteriosa amnesia infantil: “Últimamente siento que escribo despachos para mi hijo, en vivo y en directo desde el tiempo que olvidará, desde los años borrados. Acaso nunca mi escritura estuvo tan justificada”.

Este libro demuestra cómo los hijos no solo cambian el presente y los proyectos futuros de uno, si no que también trastocan el pasado, invitan a la revisión de lo vivido, a hacer una re-lectura: gracias a este nuevo integrante de la familia y los nuevos roles que vinieron con él, Zambra se permite profundizar en el vínculo con su propio padre, repasar su rebeldía adolescente desde otra perspectiva y echar un poco de luz sobre los mandatos de los que se quiso alejar a pesar de que reconoce que a los padres nunca aprendemos a mirarlos bien: “Y como los matamos a los veinte años, ya no podemos matarlos de nuevo; por eso mismo a veces terminamos resucitándolos”.

“¿Qué sentido tiene estar con alguien si no te cambia la vida?”, escribió Zambra en Bonsái en 2006. En este 2023, el tema de sus textos no gira en torno al amor de pareja; la atención se lleva la paternidad. La “hijitud”, más que nada. El ser hijo. Explora los silencios, la formación del lenguaje en común, la literatura en sí misma.

En Poeta chileno (2020) bucea el vínculo de un padrastro-hijastro y ya sembró la idea de que “ser padre consiste en dejarse ganar hasta que la derrota sea verdadera”. En este libro la refuerza y ansía que lo elijan como padre, más allá de la biología que le asegura un lugar en la vida de su hijo. “El niño dormía plácidamente cuando le dije, con los ojos, que no gateara nunca, que no caminara nunca, que no era necesario: que yo podía llevarlo en brazos toda la vida”, escribe en Literatura infantil.

El gran debate que abre el autor es si se debería diferenciar la literatura “de adultos” de la infantil. Él se coloca de un lado del ring y defiende su postura: no hay tal diferencia. Zambra postula que la expresión “literatura infantil” es condescendiente y redundante, porque “toda la literatura es, en el fondo, infantil”. Argumenta: “Por más que nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que nos volvió tan frecuentemente infelices”.

Para el autor, quien escribe intenta ver las cosas como por primera vez, como un niño. Encuentra en esa mirada virgen un paralelismo con la paternidad: una “especie de convalescencia” que permite aprenderlo todo de nuevo.

¿Una de las grandes virtudes del libro? La construcción de la intimidad. El lector cree que está sentado al lado del sillón de la casa de Zambra mientras le canta a su hijo, cree que lo acompaña en el acto mismo de escribir, que puede leer el borrador en crudo, que puede incluso habitar cada uno de los pensamientos del chileno.

Reconoce que su obsesión por escribir viene en realidad de su obsesión por prolongar el juego y agrega: “Quiero que la literatura sea una prolongación natural de la música, otra forma de música”. Además de narrar sobre el acto en sí de la escritura, ensaya sobre leer. “La lectura silenciosa es en cierto modo una conquista; quienes leemos en silencio y en soledad aprendemos, justamente, a estar solos, o mejor dicho reconquistamos una soledad menos agresiva, una soledad vaciada de angustia; nos sentimos poblados, multiplicados…”, sintetiza y suma: “La lectura, en sí misma, es portadora de una voz ya incluida en el silencio aparente; una voz que el silencio no consigue destruir. (…) Leer es recibir secretos, pero también contarse secretos uno mismo”.

Literatura infantil es un libro escrito en “estado de apego”, en presente, casi en conjunto. Así lo narra el autor: “Durante tus primeras semanas de vida he escrito como cien poemas en el teléfono. No son poemas, en realidad, pero en el teléfono me sale más fácil pulsar enter que lidiar con los signos de puntuación. Escribo en estado de apego, bajo tu influencia, persuadidos los dos por el embrujo de la mecedora, que funciona como una tímida montaña rusa, o como un incansable caballo generoso, o como el transbordador que por fin ha de llevarnos a Chiloé”.

“«Juguemos a escondernos del virus, papá», me dijo mi hijo, y me sorprendió y entristeció que hablara del virus con tal familiaridad”, así empieza el relato “Infancia de la infancia”. Es muy rica la perspectiva que aporta sobre la crianza de un niño pequeño en el contexto de encierros y cuarentenas por coronavirus. Además de encontrarse viviendo en México, a miles de kilómetros de su Chile natal, distanciado de sus padres, durante la “infancia de la infancia” de Silvestre también se encontraban distanciados de todo el mundo, en su propia burbuja familiar.

El virus impactó en muchísimos aspectos, algunos más evidentes que otros; en estos relatos se evidencia que toda una camada de niños que deberían haber empezado a socializar a determinada edad, solo vieron a sus padres y hermanos. El vínculo con otros familiares se limitó a videollamadas. ¿Cómo le explicás a un nene de dos años que los abuelos no viven dentro del celular?

El libro está dividido en dos partes; contiene, en total, catorce textos y un solo destinatario final: su hijo. “Existe gracias a ti y eres tú su principal destinatario, pero lo escribí, sobre todo, para acompasar, con mis amigos, los misterios de la felicidad. No pasa nada si no lo lees”, reflexiona Zambra ya llegando al final. No sabemos si Silvestre lo leerá o no, por ahora tenemos la suerte de poder leerlo nosotros.

“Literatura infantil” (fragmentos)

0

Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la pared, la sombra que formamos juntos. Tienes veinte minutos de vida.

Tu madre cierra los párpados, pero no quiere dormir. Descansa los ojos nada más que unos segundos.

—A veces a los recién nacidos se les olvida respirar —nos dice una amable enfermera aguafiestas.

Me pregunto si lo dice así todos los días. Con las mismas palabras. Con el mismo aire prudente de advertencia triste.

Tu pequeño cuerpo respira, sí: incluso en la penumbra del hospital, tu respiración es visible. Pero yo quiero escucharla, escucharte, y me molesta mi propio resuello. Y mi ruidoso corazón me impide sentir el tuyo.

A lo largo de la noche, cada dos o tres minutos contengo el aliento para comprobar que respiras. Es una superstición tan sensata, la más sensata de todas: dejar de respirar para que un hijo respire.

1

Camino por el hospital como buscando las grietas del último terremoto. Pienso cosas horribles, pero igual consigo imaginar las cicatrices que alguna vez exhibirás orgulloso hacia el final del verano.

14

A tu breve vida de catorce días la palabra infancia le queda como poncho. Pero me gusta lo exagerada que suena. En inglés serías catorce días viejo.

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