Una selfie ensayada para aparentar que es casual. Va a las stories de Instagram. Hay reacciones con emojis de corazón en general y un fueguito puntual, que genera interés. Like a eso. En el intercambio finalmente nace un reply textual: “hola”. Visto. Vuelta a empezar. En las aplicaciones de citas la misma dinámica tiene variación. El chat puede incluir un “quiero morderte hasta que digas ay”. Send. Reply, “Ay”. Send. “Clavame un diente acá”. Send. Foto. Send. “Ay”. Send. Y así hasta el visto final, que finalmente va a llegar, con o sin sexo, virtual o analógico.
Pasar esa barrera del visto para tener efectivamente la cita —propuesta en su nombre genérico— que proponen las aplicaciones de citas es algo que también se va difuminando en el horizonte. Con sus diferencias sutiles, es un poco lo mismo que en las redes sociales. La nueva realidad —que llegó para quedarse hace ya rato— cambió para siempre la forma en que se inician los vínculos sexoafectivos. Lo tangible demora, y a veces no sucede. El erotismo es en bytes. El sexo y el deseo se reinventan. Entonces siguen. Porque hay que elegir la vida, ¿no?
“En la urbe del deseo ligada a las nuevas tecnologías virtuales ha nacido una nueva ciudad”, apunta el escritor chileno y activista LGBTIQ+ Juan Pablo Sutherland en Grindermanías (Alquimia, 2021), su última obra publicada en la Argentina.
En Grindermanías, combina la investigación autoetnográfica (donde el trabajo de campo lo hace sobre sí mismo, su deseo y el modo en que usa aplicaciones para encuentros) con el ensayo (lúcido, preciso, erudito) y la escritura narrativa (dinámica, atrapante, de fácil acceso). En el arco temporal, la historia va desde los primeros momentos de Sutherland en busca de encuentros, en la calle, el espacio público tangible en plena dictadura chilena (con penalización de la sodomía) hasta la actualidad, pasando por todos los formatos virtuales hasta sumergirse en Grindr.
“Como muchas generaciones de maricas, tuvimos que surfear la violencia política y habitarla de igual manera en la ciudad militar en nuestros espacios urbanos en el cono sur”, dice ahora, desde su casa, en diálogo reflexivo. En el libro entonces hay un movimiento físico, desde el cruce de miradas en una parada de bus hasta el dedo que desliza fotos en el smartphone. En la geografía de la anécdota, la narración de la trama histórica acompaña y contextualiza el modo en que las pulsiones fueron mutando en las últimas décadas, de la mano de las redes sociales.
Grindr es la aplicación de encuentros gay más usada en el mundo. Salió en 2009 y, década y media después, parece haber transformado el modo de vinculación sexoafectiva en general. “Del ligue urbano al sexo virtual”, indica Sutherland en el subtitulo de su libro. La clave está a la vista. La app que le genera adicción al autor chileno fue modelo para otras, ya no exclusivamente de nicho homosexual, sino masivas y hasta en mucho casos heteronormativas, como Tinder en principio y la legión de opciones posterior entre las que están Happn, Ok Cupid, Bumble y diversos etcéteras.
“El distanciamiento sexual no empezó con la cuarentena ni se terminó con el fin del aislamiento”, escribe la periodista especializada en género Luciana Peker en su libro de ensayo Sexteame (Paidós, 2020). El mundo actual es en gran parte virtual y el sexo ahora está a una pantalla de distancia. ¿Acaso si no es físico es menos real? En el sexo virtual pasa lo mismo que en el presencial. Y a la vez, no. Pero no es solo la previa a un encuentro. A veces, es el encuentro.
Adicción y sentimientos
La carrera literaria de Juan Pablo Sutherland se fue moviendo entre la narrativa y los textos de ficción, autoficción, ensayos y antologías críticas desde las disidencias sexuales. Entre otros libros, publicó el ya canónico conjunto de relatos Ángeles Negros (Planeta, 1994), la completa geografía literaria de la homosexualidad en Chile Nación Marica (Perros románticos, 2009-2022), la crónicas Cielo Dandi (Eterna Cadencia, 2011) y la novela híbrida inclasificable Papelucho gay en dictadura (Alquimia, 2019).
Grindermanías, además de cruzar todos estos géneros, es de alguna forma también la autobiografía lateral de un autor que se fue construyendo como uno de los intelectuales y escritores más trascendentes del panorama chileno actual. El dato del tamaño del pene, que “en Chile es 13 centímetros el promedio”, o un catálogo de deseos de usuarios van armando un “menú de chicos” aparentemente anónimos, cosificados, pero que se humanizan en las inseguridades sobre el desempeño sexual o las preocupaciones por un VIH recién detectado.
En una línea que puede unirlo con autores como su coterráneo Pedro Lemebel —que fue su amigo—, el argentino Néstor Perlongher o el cubano Severo Sarduy, en Grindermanías Sutherland va hilando chats, lenguaje poético, selfies, tensión narrativa, data dura, referencias pop, información casi exhibicionista de los usuarios y un etcétera tan inclasificable como entretenido que invita a la reflexión.
“Choose life”, dice Mark Renton. Es su voz en off, que lo acompaña en una carrera por las calles de Edimburgo mientras escapa de la policía, esquiva autos, avanza, tropieza, sigue. Es adicto a la heroína, es joven, y no tiene tiempo por delante.
“Elige un empleo. Elige una profesión. Una familia. Un televisor enorme. Elige lavarropas, autos, CDs y abrelatas eléctricos. Elige la buena salud y el colesterol bajo, seguro dental. Elige las hipotecas a plazo fijo. Elige una primera casa. Elige a tus amigos. Elige la ropa informal. Elige un traje de tres piezas comprado en cuotas, y pregúntate quién mierda eres un domingo temprano”, taladra el monólogo mientras abre agujeros en la trama capitalista. Repiquetea hasta completar el panorama completo de falso libre albedrío de comprar cosas que explotó en los 80.
Es el inicio de Trainspotting (Danny Boyle, 1996), adaptación fílmica de la novela homónima de Irving Welsh, publicada tres años antes. El soliloquio vertiginoso —escrito por el guionista John Hodge— terminó siendo casi un manifiesto sarcástico que capturó la sensación juvenil de aquel momento: el sueño del consumismo era falaz, en realidad tenía las características de una pesadilla.
La segunda entrega de la película, Trainspotting 2, de 2017, actualiza el monólogo y ataca por otro lado. Para poner la lupa en el supuesto nuevo mal del momento, dice: “Elige Facebook, Twitter, Instagram y reza por que a alguien, en alguna parte, le importe. Elige desenterrar viejas relaciones, deseando que las cosas hubieran sido diferentes”.
Como homenaje claramente voluntario, y a la vez librado al azar de la referencia, Sutherland también trae al presente el “Choose life” que marcó la juventud de la Generaciòn X, pero además lo especifica en su campo de estudio para Grindermanías. Lo que hace desde la hibridez del género literario es una “bitácora crítico-marica”, según define en el prefacio, y desde ese lugar de (cuasi) adicción examina la aplicación que en la última década se convirtió el corazón del asunto del levante.
“Nunca el futuro fue una pantalla en tus manos”, dice en letra molde blanca sobre una pàgina negra para dar paso al primer capìtulo, “Enciende”, que arranca asì: “Elige una foto / elige un smartphone / elige un rol / elige un cuerpo / elige un gym / elige una pose / elige un espejo / elige una edad / elige una vida y destruye la que no te gusta / tú eres el paisaje ahora / elige una locación: dormitorio, baño o costa paradisìaca / elige tus medidas sin pudor / ¿qué color de ojos quieres? / hazte una selfie / abandona el retrato: esa técnica se inventó en el siglo XX, somos del siglo XXI, eres del siglo XXI / etiqueta / elige un filtro / elige cada día una nueva foto y espera a ver qué dice el resto / míralas hasta aburrirte y piensa en la próxima / el futuro es un touch vector /un suave deslizamiento sobre tu pantalla / elige tus palabras clave”.
Ahora, un par de años después de haber terminado el trabajo, explica: “Mi acercamiento a Grindr fue realizar una especie de taxidermia del deseo y exponerlo. En mi ruta deseosa y crítica, voy contando cómo fue ese recorrido durante dos años intensos, donde sólo habitaba en el chat, las fotos pornos, los audios y las direcciones de lugares donde iría, territorios que se desplegaron por muchos lugares, tanto en Chile como fuera”. Pero su reflexión es constante, así que sigue indagando, preguntando(se) sobre el tema del encuentro tangible o intangible y de la adicción, de alguna forma, que genera el deslizar a la derecha o a la izquierda para elegir con quien chatear-sextear-encontrarse-o no.
Lo instantáneo, analiza Sutherland en Grindermanías y también en la charla actual, origina una nueva forma de búsqueda sexual que no termina de entrar en sintonía real con el otro. La tecnología, o las redes y aplicaciones de citas, fueron llevando a las personas a seguir involuntariamente una suerte de “guión cosificado”. En la era de la hiperconexión, entonces, hay cada vez más desconexión y el consumismo, en la actualidad, también transformó el deseo. O su forma de acción.
—¿Qué te llevó a pensar sobre la mutación del levante y escribirlo tan en primera persona?
—Como otros proyectos en mi escritura, este libro fue un territorio cercano, conocido, pero que habitaba entre la experiencia sexual, la escritura y el deseo de pensarlo no solo para mí, más bien en comunidad. Deseaba bucear como yonqui sexual mi propia experiencia en Grindr, la app ícono de las citas sexuales en las comunidades gay en el mundo. Es clave mencionar el notable libro de Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi Fiestas, baños y exilios: los gays porteños en la última dictadura, de 2001, que guardo con admiración desde que lo leí. Es una lúcida indagación de los levantamientos del deseo urbano en plena dictadura en Argentina, una cuestión que retomo en Grindermanias y brindo un pequeño homenaje a ese trabajo pionero.
—¿Dónde se consume el deseo ahora?
—Se podría responder de muchas maneras, pero una forma llamativa es que un deseo callejero emigró a un software constituido en una gramática digital traducible rápidamente, que te entrega gran parte de lo que se entiende que andamos buscando como un menú a la carta. El deseo funciona en la aplicación como una expectativa constante que no se cumple fácilmente, pero ese camino es su productividad. El cruising de antaño o el girar urbano que mi generación vivía se ejecutaba sin más mediación que la urgencia de encontrarse sexualmente con otro. No había foto, no había georreferenciación, solo pulsión. Hoy hay zonas mixtas de contacto, donde prevalece lo virtual como mediación.
—¿Con que tiene que ver esto?, ¿la pandemia fijó algo que venía dándose?
—La pandemia extremó el futuro virtual al presente en todo orden de cosas. Las laborales, compras desde casa, emprendimientos remotos, etcéteras varios. Y las citas no escaparon de esa lógica. Pero en el mundo gay, con Grindr, ya existía una grindermanía. Hubo un boom hace mucho tiempo de las citas y las fiestas privadas a través de redes o plataformas que facilitan el flujo virtual para el encuentro. Lo público de la plaza se privatizó en la orgía de chemsex en el dormitorio de tu depto. Las locas, maricas, gays y todas las comunidades perseguidas históricamente por sus sexualidades nunca tuvieron un cortejo amoroso público.
—¿Entonces?
—Claramente, ese cortejo que tenía el mundo heterosexual, en el caso nuestro fue castigado. Antes de Grindr las comunidades habían construido un tejido urbano que practicaba el encuentro sexual ante la ausencia legítima del cortejo amoroso derechamente castigado por la cultura heterosexual más conservadora. Hay determinadas culturas sexuales que se potenciaron con prácticas más privadas a través de lo digital, y por otra parte la cita virtual construyó su propio mundo y taxonomía, donde su orden interno también produjo nuevas segmentaciones.
—¿Qué hace tan efímero, a veces irrealizable, el encuentro analógico actualmente?
—Hay una práctica interna en Grindr donde se produce cierta bulimia de consumir contactos y citas, pero luego desecharlas. El nivel de exigencias o expectativas de los usuarios es tanto, y está tan bien diseñado por el interfaz, que luego de muchos diálogos, intercambio de fotos, es difícil la concreción. No lo digo como un dato sentencioso ni como una conclusión, pues mi trabajo fue más especulativo y narrativo. Y en ese camino hubo citas caídas, pero también encuentros. Sin embargo, al detenerme a leer señas y estrategias percibí el consumo de la expectativa como señuelo final.
—¿Se reinventa el deseo, y el sexo, a partir de este modo de relacionarse?
—Antes de la pandemia, y a partir de plataformas digitales, fonos gays, se crearon decenas de nuevas formas de acceder al encuentro sexual. Siempre los paisajes desfavorables construyen paisajes nuevos que más o menos ponen escenarios novedosos de las prácticas sexuales. El sexo y el riesgo siempre ha sido una ecuación muy creativa. Lo virtual es un espacio que potencia formas de habitar la sexualidad ni mejor o peor, que tienen su propia matrix en construcción (en escena cuerpos, hablas, tribus, estéticas en una nueva dimensión del capitalismo digital que vivimos). Por lo mismo, en ese territorio: sexo, deseo y corporalidades buscan encontrarse en una esquina de un mundo que se inventa a través de miles de pantallas. Los usuarios de Grindr son parte, o somos parte, de este devenir digital.
“Elige tu mejor imagen”, “rechaza sin problemas ni culpa”, “sé lo más joven que puedas”, “elige tus gustos”, “sonríe un poco”, “tu vida digital es todo”, “sube fotos con poca ropa”. Son otras de las sentencias que arroja Sutherland en su monólogo a lo Mark Renton atrapado en la manìa de la aplicación de citas. Y cierra —en un espejo traspoitiniano que hace eco en la soledad de la compañìa virtual actual— así: “selecciona tu foto / surfea / elige vivir… ¿Qué esperabas?”.
Y cada cual definirá si vivir le resulta mejor en átomos o solo en bytes. Choose life.
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