Hoy voy a hablarte de un libro que tiene que ver con algo que siempre me interesa: las religiones, las restricciones que imponen. Ahora es el Islam, pero la experiencia que cuenta la autora de hoy tiene muchos puntos de contacto con lo que vivió la verdadera “Poco ortodoxa”, que se llama Deborah Feldman.En fin, ahora voy a hablar de El lunes nos querrán, un libro que escribió Najat el Hachmi y que ganó el Premio Nadal en 2021.
Por el apellido podrás sospechar el origen de El Hachmi: nació en Marruecos. Pero cuando tenía ocho años la familia se trasladó a España, se instalaron en la provincia de Barcelona. ¿Y se hicieron europeos? Bueno, eso —¿qué es un europeo?— es más difícil.
En el barrio donde crece la protagonista de El lunes nos querrán —tan tan parecida a Najat— vive gente de la comunidad y rigen todas esas costumbres que tienen fuerza de ley: las mujeres en casa, hay que cubrirse el cabello, los hombres mandan, se reza varias veces por día, en fin. Pero por más que sea débil y esté vallado por alambrados de prohibiciones, el contacto con Barcelona existe y va pesando. Quienes crecen ahí se ven distintos a sus padres. O deberían.
“El lunes encajaremos en todos los moldes que nos proponen. (...) Dejaremos de pelear, dejaremos de rebelarnos. Seremos como hay que ser, como Dios manda o como mandan el cine y la televisión, las canciones de amor y las revistas de moda, los libros feministas y los manuales de autoayuda. Y así... así nos querrán”, escribe El Hachmi.
El lunes, el lunes cuando se despliegan los buenos propósitos y se empiezan las dietas.
Así, Najat y una amiga —a quien le escribe el libro— van a pivotear de los rigores de la comunidad islámica a la tiranía de la moda, del rechazo por querer tener una vida europea -que el barrio reprueba- al rechazo por ser “moras” -cuando salen del barrio-.. Una delicia todo.
El punto es que la narradora y su amiga —a la que se ve que adora y con quien uno espera todo el tiempo que pase “algo más”— no tardan en enamorarse, en convencerse de que esos hombres son musulmanes nuevos, en quedar embarazadas.
No tardan, claro, en desengañarse: ningún lector espera otra cosa.
Hace tiempo, una mujer irakí me contó que había tenido que huir del país con su marido cuando cayó Saddam Hussein y los clérigos tomaron poder. Ellos eran laicos, mundanos, universitarios... se fueron a Londres. Pero allí el marido se unió a la comunidad y poco después… le pidió que se tapara con las vestimentas “tradicionales”.
El Hachmi cuestiona justamente que esas costumbres sean tradicionales. En un post de Instagram, en 2021, ponía un grupo de personas en Marruecos en 1967 y preguntaba: “¿Cuántos hijabs ves aquí?” Miro: no hay. Y la escritora responde: “Exacto: ninguno. Porque el hijab nunca fue parte de ‘nuestra cultura’. Es un invento de los islamistas reaccionarios para encerrarnos incluso cuando estamos fuera de casa. Una cárcel ambulante”.
Es decir, el velo que deben usar las mujeres marca algo que no es pasado sino futuro. En nombre de la propia cultura —que, de hecho, están inventando— y muchas veces hasta en nombre del antiimperialismo —como dice Michel Onfray, Occidente ha hecho mucho para que el integrismo islámico crezca— se construye un futuro más opresivo y peor.
El lunes nos querrán narra desde la vida de una “mora” de una pequeña localidad catalana desde que va la escuela hasta que crece y finalmente, bueno. Finalmente ya verán.
Como Deborah Feldman -la autora de Poco ortodoxa- cuenta en su libro, la protagonista escribe y va a la universidad contra viento y marea. Feldman se sacaba la ropa “de judía ortodoxa” para ir a clases. El personaje de El Hachmi lo hará para trabajar. Las dos escriben sus vidas, las dos encuentran quien las publique, a las dos eso les cambiará la vida.
Y encima, mujer
El Hachmi muestra, también, una doble discriminación: por mora con papeles de refugiada no puede trabajar —hasta que le llegue una autorización— y sólo consigue empleos de limpieza. Y dentro de esos empleos, los supervisores son todos varones.
En la ficción, cuando el libro gana un premio —que por supuesto alguien cuestiona, dando vuelta la moneda del párrafo anterior y diciendo que se lo dieron por mujer y mora— ella descubre que mucho de lo que les gusta de ella a los europeos es el exotismo. Sus entrevistadores quieren que les hable de la opresión, de las costumbres islámicas, hasta del desierto que, por supuesto, ella no conoce.
Desde su lugar puede mirar con desconfianza el encandilamiento new age por esas costumbres, que muchos en Occidente estiman menos contaminadas, puras. “¿Queréis una tribu? Pues os regalo la mía, os regalo sus bondades, que os encierren, que os obliguen a someteros”.
Estar en las orillas del sistema suele dar —además de sufrimiento— una lucidez que ilumina, un reflector que muestra la mugre de la sociedad. Najat el Hachmi estuvo en varias orillas a la vez. Te dejo con ella.
Mis subrayados
1. “Pero lo que nos pasaba iba más allá de nuestras familias cercanas, nosotras éramos una nueva especie de hembras, nacidas y criadas en países que tenían la exótica costumbre de dejar que las mujeres adultas hicieran lo que les diera la gana, a diferencia de lo que pasaba en el país de nuestros padres”.
2. “Esta es la historia de nuestros intentos fracasados de ser libres adaptándonos al entorno y de la huida definitiva cuando fuimos conscientes de la imposibilidad de conciliarlo todo”.
3. ”La geopolítica, las ideas de los grandes filósofos y las fricciones internacionales se encontraban en las carnes de unas mujeres insignificantes como nosotras en un barrio sin nombre que ni siquiera aparece en los mapas”.
4. “Ya no hay rayos de sol que rocen la piel de las chicas, el fino vello de los brazos ya no se aclara en verano ni salpica el agua sus espaldas desnudas. Y no es porque se haya instalado sobre nuestras cabezas un nubarrón permanente, sino porque el oscurantismo ha penetrado en las mentes de los vecinos sin encontrar resistencia”.
5. “Muchas de las jóvenes tapadas que ahora verías en nuestro barrio (son mucho más numerosas que cuando tu familia se mudó allí) dicen que renuncian al sol y a la brisa, al agua del mar y las piscinas, al amor y al sexo libres por convencimiento y voluntad propia. Discuto a veces con ellas cuando visito a mi madre —ella sigue viviendo allí—, pero lo hago como si mi yo de ahora hablara con mi yo de entonces, de unos diecisiete años. Nosotras también lo hicimos, ya lo sabes, renunciamos expresamente a ciertas cosas, y también creímos hacerlo voluntariamente”.
6. “A pesar de que las leyes de entonces prohibían el abandono escolar temprano y el matrimonio infantil. ¿O no eran infantiles esas uniones pactadas con un primo del pueblo que necesitaba los papeles? Todo por el bien común de la familia”.
7. “Si las Samiras querían otra cosa, que se aguantaran, como se aguantaban los padres de las Samiras comiendo cada día patatas y tomates de lata, porque la comida fresca era demasiado cara y todos los meses debían mandar dinero a los parientes del otro lado del Estrecho. Todo formaba parte del mismo sacrificio: comer barato, vivir en pisos de techos bajos y cocinas de armarios de formica abombada, trabajar todas las horas que les ofrecieran y dar las hijas de catorce años en matrimonio al hijo mayor de un hermano que no podía cruzar la frontera de ningún otro modo. Cuando cumplían los quince, las Samiras ya empujaban el cochecito de su primer bebé y nadie les cantaba la canción: ¡tiene mi amoooor!”.
8. “Una mora de mierda como nosotros, decían a veces”.
9. “Todas las ventanas observándonos, y tú y yo nos quedamos atrapadas de repente la una en la otra. Daría lo que fuera para volver a ese preciso instante, a la atracción repentina que sentí hacia ti, un impulso físico que escapaba a la voluntad o la razón”.
10. “Pero cuando nos hacíamos mayores nos empezaban a tratar como si fuéramos criaturas sin juicio que no podían valerse por sí mismas. Todo porque nos habían salido esos bultos por todas partes y cada mes nos bajaba un flujo de sangre que sabíamos que era normal por las clases de educación sexual, pero que no nos dejaban vivirla con normalidad porque esa sangre de mierda que nos salía del cuerpo había alterado nuestras libertades. Como si fuera el cerebro lo que se nos escurría entre las piernas. Lo más humillante de todo era que a partir de entonces debían acompañarnos hermanos más pequeños solamente porque eran varones”.
Hay mucho más, con cosas que ya te imaginás y cosas que no.
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