El escritor norteamericano Jim Harrison es considerado una de las voces más destacadas de la literatura estadounidense durante el siglo XX y parte del XXI. Nacido en Michigan en 1937, ha sido comparado en distintas ocasiones con autores de la talla de Ernest Hemingway y William Faulkner, ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura. La suya es una obra al nivel de las de aquellos inmortales.
Hijo de un ingeniero agrícola y una mujer dedicada al hogar, el también poeta y pescador quedó prácticamente ciego de su ojo izquierdo cuando tenía siete años luego de que una niña lo atacara con una botella. Desde entonces estaba metiéndose en problemas.
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En alguna de las entrevistas que le hicieron mientras estuvo vivo, dijo que se sentía como un personaje de Roberto Bolaño, persiguiendo constantemente las aventuras más descabelladas. Mientras sus hermanos construían sus familias y seguían sus carreras en distintas universidades, Harrison se marchó a Nueva York con tan solo 18 años y la idea de convertirse en poeta.
Nunca ingresó a un aula de clase. Todo lo que hizo lo aprendió por su lado. Dominó como pocos casi todos los géneros con una amplia producción que incluyó alrededor de una veintena de novelas, catorce poemarios, varios libros de ensayo y dos volúmenes de memorias.
Una de estas obras en que se dedica, justamente, a repasar los episodios de su vida ha sido recientemente editada en España por el sello Errata naturae, que ha publicado otros títulos del autor fallecido en Arizona en 2016.
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En 1970, Jim Harrison tenía 33 años y estaba sumido en el alcoholismo y la depresión. Tras perder por completo uno de sus ojos y ver morir a su hermana y a su padre, cansado de dar clases mal pagas de literatura en la Costa Este, el escritor se dedicó a leer las obras completas de Gustavo Lorca y Arthur Rimbaud como si no hubiera un mañana, alternando los momentos de lectura con salidas a pescar en sitios alejados donde casi no hubiese presencia de personas y pudiera alejarse incluso de sí mismo.
Un día, sumido en sus pensamientos mientras daba uno de estos paseos, Harrison sufrió un grave accidente, cayó por un acantilado tras haber intentado ascender una montaña en la que esperaba resguardarse durante unas horas. A raíz de este episodio se vio obligado a guardar reposo por varios meses y las noticias de los doctores no fueron muy alentadoras: no había certeza de que volviera a caminar.
En todo ese tiempo, Harrison no hizo otra cosa distinta a escribir en la vieja máquina Remington que su padre le heredó. El manuscrito resultante es el que hoy se traduce al español bajo el título de “Lobo. Unas memorias falsas”.
“Un párrafo obtuso siempre es tóxico. Pero, para empezar con la historia, no hablaré de la muerte. Estas memorias se desarrollan, casi en su totalidad, entre los años 1956 y 1960, y están escritas desde la atalaya del presente. En definitiva, son unas memorias falsas que ni siquiera son cronológicas, cuyo autor es en sí mismo una antigualla a los treinta y tres años, un momento crítico de la vida en el que las almas literarias suelen volverse para echar la vista atrás. La mayor parte de los venenos, algunos autoimpuestos, ya están inoculados. ¿Cómo se calcula la cantidad de cicatrices mentales que lleva alguien? Estoy convencido de que inventarán un aparato para ello, pero por ahora nos toca conformarnos con la prosa; sin importar el número de aficionados que tengan, la naturaleza, el amor y el bourbon han demostrado ser unos remedios desastrosos contra el cáncer. Por lo demás, resulta que me llamo Swanson, un nombre ni muy real ni muy honorable” - (Fragmento, “Lobo, Unas memorias falsas”, de Jim Harrison).
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El libro podría definirse como una bellísima y arrolladora novela sin ficción. En su momento, cuando el original en inglés salió al mercado, el escritor Raymond Carver comentó que la obra de Harrison le hacía honor al gran arte ancestral de contar historias. En palabras del propio Harrison, esta es “la historia de un hombre joven que ha hecho demasiadas imbecilidades en su vida y se retira a los bosques para encontrarse a sí mismo y, sobre todo, para encontrar un lobo”.
Con el pasar de las páginas los lectores descubrirán las razones detrás de los grandes temas de la obra del autor norteamericano: la celebración de la naturaleza y la crítica a la degradación del mundo salvaje bajo el imperio del capital, los personajes heridos de muerte por la soledad, eternos vagabundos y marginales, desencantados con el progreso de una civilización ciega y enfebrecida, que buscan en el whisky, la marihuana y el sexo al menos un instante de sosiego.
Lejos de idealizar esa naturaleza en la que parece refugiarse, reza la contraportada del libro, Harrison hace brotar de sus profundidades toda la violencia y el miedo que alberga su alma, pues un lobo siempre será un lobo.
La obra de Jim Harrison ha sido traducida a más de una treintena de lenguas. Nadie como él ha conseguido describir los grandes paisajes de los Estados Unidos, el legado de los pueblos originarios y la historia de la América rural.
El lector que aún no se haya dado la oportunidad de adentrarse en su literatura, tal vez aquí encuentra una puerta de entrada que ya no querrá cerrar nunca más.
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