Hace algunos años emergía en Estados Unidos una nueva estrella del progresismo demócrata, la legisladora Alexandria Ocasio-Cortez, la mujer más joven elegida en el Congreso en la historia de ese país. Sus ambiciosas propuestas incluían la gratuidad y universalidad de la educación y la salud, y también una garantía federal de empleo.
Republicanos y demócratas moderados se escandalizaron por igual ante estas propuestas y reaccionaron de inmediato preguntando por el financiamiento de estas aventuras. Alexandria respondió sin ruborizarse que lo haría imprimiendo billetes, basando su conclusión en una de las afirmaciones más célebres de la llamada Teoría Monetaria Moderna (MMT por sus siglas en inglés).
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Para la MMT, el déficit fiscal debe utilizarse con el objetivo primordial de alcanzar el pleno empleo, sin prestarle atención al modo en que se financia. Esta es la provocación que lanza el libro de Gonzalo Martínez Mosquera desde su título: No es el Déficit, stupid!. El autor, dedicado a redactar columnas relacionadas con las finanzas y el mundo crypto, cuenta haberse topado con la MMT cuando escuchó a su principal mentor, Warren Mosler, discutir con un exponente de la escuela austríaca (la que profesa Javier Milei).
Lo sorprendieron las afirmaciones contundentes de Mosler, quien parecía poseer una bien establecida teoría, alternativa a la tradicional. A partir de allí empezó a pensar la economía “como un MMTer”, y su libro resume las principales ideas que desplega esa línea de pensamiento.
El libro, elogiado en contratapa por el propio Mosler, tiene el objetivo de “explicar la macroeconomía desde una visión MMT siguiendo una lógica simple, rescatar las anécdotas y los ejemplos que utiliza Warren Mosler en sus apariciones en los medios y hacer una serie de recomendaciones para la economía argentina”. De estos tres objetivos, los dos primeros son los más tratados, mientras que la agenda de políticas para Argentina recibe una pocas páginas finales.
La MMT no es fácil de comprender de inmediato porque, tras las afirmaciones tajantes como las del título, hay una estructura de pensamiento que parte de un marco muy diferente al de la economía tradicional (la economía neoclásica). Como anticipamos, para un MMTer el déficit fiscal no necesita “financiarse”, algo que es absolutamente natural en la visión usual. Pero hay más: las subas de la tasa de interés, que suelen ser consideradas anti-inflacionarias por la mayor parte de la profesión, producen para Mosler/Mosquera el efecto exactamente opuesto.
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Alguna vez Paul Krugman calificó de mesiánicos a los defensores de la MMT. No sé si tanto, pero parece bastante claro su carácter tribal. Mosler tiene estudios terciarios de economía y no participó de ámbitos académicos por las vías tradicionales. Pero trabajó en el sistema financiero y escribió dos libros donde explica su teoría y sus implicancias. Dos seguidores relevantes de sus ideas son Stephanie Kelton, famosa por su libro El Mito del Déficit, y ahora sí un académico, Randall Wray (otro es Bill Mitchell). La tribu es relativamente pequeña, pero sus invectivas contra la economía tradicional son ruidosas y como dijimos, provocaron algunas respuestas de economistas consagrados como Krugman.
El libro logra transmitir las ideas con orden, y provee varios ejemplos útiles para entender de qué va la MMT. Teniendo en cuenta la continua referencia a la labor de Mosler, la obra debería entenderse como un manual que recuenta sus ideas en un lenguaje sencillo, y contando las simpáticas analogías (y andanzas) del jefe de la tribu. De entrada se advierte al lector que esta es “una nueva forma de entender la economía”, y lo desafía a desandar buena parte de sus conocimientos tradicionales de macroeconomía.
Lo que genera este inicio disruptivo es un rechazo más o menos inmediato, algo que el propio autor dice haber experimentado al toparse por primera vez con la MMT. He aquí un conjunto de analistas outsiders de la profesión que aseguran que todo lo que aprendimos de economía en los últimos cien años es erróneo. Y subrayo todo: Mosler no se viene con chiquitas y no propone ajustes menores a la teoría vigente, sino cambios de 180 grados.
Tras la sorpresa y la resistencia inicial, el libro se va convirtiendo en una interpelación válida a las ideas enraizadas de la economía neoclásica. Cada capítulo del libro revela, una tras otra, las ideas preconcebidas que, según esta corriente, carecían de sensatez. Se comienza con el “mito” del déficit fiscal como un problema, para luego replantear los saberes tradicionales acerca del desempleo, la inflación, el comercio exterior, los bancos y las tasas de interés. Todo termina patas arriba, y no es fácil decantar tanta innovación teórica en tan pocas páginas.
Es cierto que las versiones simplificadas o extremas que se presentan como ejemplo invitan a la reflexión. Pero para el lector preparado, el análisis de las representaciones utilizadas sirven más como una herramienta de cuestionamiento que como un factor de convencimiento. Uno se pregunta qué componente oculto de las historias que cuenta Mosler nos impide detectar un fallo en su razonamiento.
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Por otra parte, no hay que ser psicólogo para notar que el estilo de Mosler, al menos tal como lo describe Mosquera, es un tanto jactancioso. Sus preguntas incisivas y a la vez sencillas ponen supuestamente en ridículo a especialistas profesionales de la Reserva Federal de Estados Unidos o del Banco Central de Japón. Si bien varias de las ideas de Mosler tienden por momentos a ser persuasivas, la insistencia de que el lector debe convencerse de ellas porque siguen una lógica impecable termina teniendo un efecto ambiguo.
Las implicancias de creer en la MMT son bien concretas. En general, le tienen alergia a los sistemas de tipo de cambio fijo, y por lo tanto la MMT es crítica respecto de los esquemas tipo Convertibilidad y, por añadidura, de la dolarización. El efecto negativo de estos sistemas es que anulan la capacidad del gobierno de utilizar el dinero emitido como el mecanismo fundamental para sostener el pleno empleo. Por lo tanto, la escuela tampoco se siente cómoda con la experiencia del euro.
Si mi intuición no me falla (con los MMTers suele suceder que rara vez aceptan nuestras intuiciones como una descripción precisa de su marco analítico), una conclusión más o menos general que surge de esta escuela es una capacidad, si no omnipotente, muy prominente del Estado para resolver los problemas macroeconómicos. El desempleo se resuelve con déficit fiscal, y la inflación con reducciones de las tasas de interés, de modo que el fracaso económico de algunas sociedades se explicaría por falta de voluntad política o por una errónea adhesión al dogma neoclásico.
Pero como economista que vive en Argentina, la presunción analítica de que el Estado lo puede todo me resulta poco satisfactoria. Lo que surge de la observación natural es que el Estado argentino lucha denodadamente por conseguir recursos de donde sea, y que con su estructura de gastos e impuestos no logra satisfacer suficientemente a ningún sector social o productivo.
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La sensación es que nuestro Estado se encuentra en emergencia permanente, haciendo lo imposible para tomar las riendas de su presupuesto y poder encarar alguna política económica con algún grado de independencia. Y aún cuando esto no fuera “técnicamente correcto” como sugiere la MMT, podría bastar que esta fuera la percepción de los actores privados, quienes ante el espectáculo de un sector público semi-quebrado retrasen o anulen sus decisiones productivas, o salgan corriendo a comprar moneda extranjera.
Aún cuando la tribu de los MMTers ya era ajustada en su número de seguidores, su séquito contiene una división adicional. La teoría ha contado normalmente entre sus filas a economistas progresistas o de izquierda, que ven en esta escuela un rol profundo y decidido para la acción de gobierno. Para esta perspectiva, la MMT abre la oportunidad para limitar el liberalismo de mercado, y para apostar por una mayor intervención en la economía.
Pero ni Mosler ni Mosquera participan de estas ideas. Ellos consideran que la eficiencia del mercado y del gasto público son pilares del funcionamiento económico, y no están a favor ni de las regulaciones excesivas, ni de los impuestos elevados, ni mucho menos de la planificación centralizada. Es en este resbaladizo collage ideológico que Mosler/Mosquera deben defender sus teorías.
En suma, No es el Déficit, Stupid! es una colección de interrogantes intelectuales de los fundamentos de la macroeconomía. Un libro que todo el tiempo nos desafía a recapacitar sobre lo que suponíamos tierra firme, a repensar aquello que creíamos básico y obvio. Es por la vía de este adiestramiento que nos propone Mosquera que podemos verificar la validez o no de las teorías tradicionales y, al mismo tiempo, detectar las potenciales fortalezas y debilidades de los argumentos de la MMT. En una palabra, se trata de que vale la pena pensar, en lugar de asumir.
“No es el Déficit, Stupid!” (fragmento)
En el año 1971, Richard Nixon sacó definitivamente a los Estados Unidos de lo que se conocía como el “Patrón Oro” dando fin a una época en la cual la norma eran los tipos de cambio fijo donde los países tendían a pegar el valor de sus monedas a otras o a algún activo como, por ejemplo, el oro. Pasar de un formato de esa naturaleza a uno con tipos de cambio flotante, que son los más usuales actualmente, implica una enorme diferencia en cuanto a las opciones de políticas económicas disponibles.
Sin embargo, como suele explicar Warren Mosler, que desarrolló lo que se conoce como Teoría Monetaria Moderna, la mayoría de los economistas y políticos siguen pensando en términos del Patrón Oro, prestando atención a teorías (Austríacos, Keynesianos, Monetaristas, etc.) que fueron desarrolladas en aquel contexto pero que ya no son válidas hoy. Esa es la razón principal por la que es necesaria una nueva teoría, una que preste atención a las restricciones basadas en la disponibilidad de recursos reales y no en amenazas ficticias que sólo restringen el abanico de alternativas posibles.
Hace unos 30 años Japón empezó un largo estancamiento económico del que aún hoy no logra salir. El problema se reflejaba en una inflación que no lograba alcanzar el objetivo del 2% anual. Fue en ese entonces que los nipones implementaron la receta tradicional para esa situación; bajar la tasa de interés (incluso llevando a las tasas a terreno negativo) pero sin ningún éxito palpable.
El consenso de los economistas era que aquellas medidas darían el resultado previsto, pero claramente ninguno de ellos acertó. Tal es así que una apuesta financiera se conoció como el “Widowmaker” (Hacedor de viudas) debido a que muchos apostaron sus ahorros a que la moneda japonesa se debilitaría cuando, en realidad, ocurrió todo lo contrario. Japón vivió 30 años seguidos con una economía sin dinamismo, una inflación cercana al 0% y un yen fuerte. Mosler, que tuvo una exitosa carrera en distintos sectores del mundo financiero, suele explicar que entender la macroeconomía con una visión “TMM” le permitió evitar hacer ese tipo apuestas erróneas.
El mismo Warren, en los inicios del euro, cuando la moneda común europea parecía un rotundo éxito, pudo advertir que el viejo mundo estaba destinado a tener una crisis financiera seguida de una crisis de deuda pública y acompañada de un aumento del desempleo, cosa que se dio tal cual lo había predicho. Fue su forma de ver la macroeconomía, que en su momento se conoció como “Mosler Economics” y que hoy le llamamos “Teoría Monetaria Moderna”, lo que le permitió acertar con dicho pronóstico. Desde ese punto de vista uno podría decir que era obvio lo que iba a ocurrir.
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