El termómetro indica que en la Ciudad de Buenos Aires hace 26 grados, aunque estemos en mayo. Es domingo y es el último fin de semana de la 47° edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Afuera, en las inmediaciones de La Rural, un mar de gente. Adentro, lo mismo. El termómetro de La Feria arde, explota.
“Acá donde estoy parado es Argentina”, dice un nene con algunas bolsas en la mano, mientras posa para una foto cerca de la entrada de Sarmiento. Y atrás suyo también está la Argentina, esa que se condensa en libros, en mates y panchos al sol, en risas, en grupos de amigos sacándose selfies, en fanatismos políticos y futbolísticos —un poco a los empujones y otro poco con sonrisas— y filas, muchas filas, extensas filas, esas en la que los argentinos también somos campeones mundiales.
Las miles de personas que pasan hoy por los pabellones del predio ferial —y que colapsan todos los estacionamientos— tienen ganas de pertenecer, de estar, de formar parte del evento cultural más importante de todos los años. “Andando, muchos ojos son/ Calor y entendimiento/ Endulzardo, mira, la inquietud/ Navegando el eco de la multitud”, cantarían Los Jaivas. Eso es la Feria.
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El día ofrece la primera postal bajo el mítico túnel blanco. En la muestra fotográfica coorganizada por Fundación El Libro y ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina), que recorre estas cuatro décadas de democracia, hay una familia detenida en la foto de 1982. En ella aparece Bignone, el último presidente de facto, con gesto de derrota, detrás de Alfonsín, al anunciar la transición a la democracia. Bajo esa imagen, el padre les explica a sus hijas adolescentes quién fue el general, qué implica la foto y habla de dictadura militar. Ellas escuchan atentas.
Por la entrada de Sarmiento, la espera en la fila para ingresar puede durar entre una y media hora, entre banderas amarillas y un puesto para afiliarse al Partido Libertario. En breve presenta su nuevo libro Javier Milei, cuyos seguidores hacen fila desde las ocho de la mañana para verlo en la sala José Hernández. Zigzaguea una fila —una más de las tantas— que piensa a la Argentina en sus términos y que quiere ver a su líder. Pero antes, los aplausos y gritos repican.
Victoria Villarruel se dirige a la sala pero no le permiten seguir el paso. Todos le piden fotos. Le dan bebés para capturar el momento en el que la diputada nacional sostiene a sus hijos. “Dejen pasar a la vice”, bromea otro de los seguidores para dar paso a Villarruel en la difícil misión de llegar a la José Hernández. Una señora fue con sus nietas y cuenta que le gustó la postura de la diputada en entrevista en televisión donde habló de los Montoneros. Mientras, Juan Carlos Blumberg llega a las puertas de la sala para participar de la presentación. Hay tensión creciente porque muchos no podrán entrar. Luego, viene la firma del libro y el cuadro se replica.
Si hay protagonistas de este día son los chicos. ¿Cuáles? Los que corren vestidos de futbolistas con las camisetas del “Dibu” Martínez y de Messi, los que se sacan foto con una Copa Mundial de plástico en un stand —esa que fue furor el año pasado y todos los chicos querían una desesperadamente—, los que leen con sus mamás o papás sentados en el piso, los que lloran porque sus hermanos ocuparon el carrito para no caminar, los que posan junto a los dinosaurios con movimiento del pabellón azul o con los diablos en el stand de Jujuy.
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Una mención especial para la nena que posaba en la réplica del balcón de la Casa Rosada que, feliz, hace movimientos con las manos cual política. Otra mención se la lleva Sofía, de 9 años, que espera para leer en el “Lectódromo”. ¿El objetivo? Practicar la lectura en voz alta. Le toca a Sofía y sube con actitud arrolladora, a brillar y leer. Otros dibujan en el rotafolios de Ediciones de la Flor y otros hacen fila para que Nik les dibuje un libro (con celeste y blanco, pues también somos campeones mundiales de manija) y otros escuchan a la bruja Winnie relatar una de sus historias. Lo que tienen en común es que a todos se les ilumina la cara al ver un libro. Acá, donde estamos parados y vemos, también es Argentina.
“Es como un ángel”, dice una de las mujeres que espera en otra de las filas de La Rural. Esta vez, da vuelta al stand y llega al pasillo principal. ¿Quién es ese ángel? El influencer, también conocido como el “poeta feminista” Nico Andreoli dedica sus cuatro libros a sus seguidores y los abraza. Así, con cada uno desde las 18.30. “Cada palabra que dice te llega en el momento justo”, sigue la mujer, que me sugiere comenzar a leerlo.
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Mientras, otra postal de hoy y de los más de 19 días que dura la Feria: Ezequiel Martínez, el director, camina con paso apurado. En el stand de un gran grupo editorial, una autora consulta por su libro y llegan las palabras mágicas: “Está agotado”. Ella empieza a aplaudir, a gritar y saltar. “Hermano de la mano/ Un mar de gente me enseñará/ Cómo hacer hablar al sentimiento/ En un salto cada uno da / Toda la fuerza de su corazón”, cantarían Los Jaivas.
En el stand de Riverside consultan por Fortuna y, también, “está agotado” y agregan: “seguro entra en junio, ya está en reimpresión”. Las lealtades, de Delphine de Vigan y Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez, corren la misma suerte, como Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, pero eso pasa en otro stand. En el de Panini, Naruto sale como pan caliente, en el de Planeta, Apia de Roma, el nuevo libro de Viviana Rivero, y en Penguin Random House, en la fila para pagar se ven El apasionante origen de las palabras, de Daniel Balmaceda, Tres meses, de Joana Marcús y Los peores, de Juan Grabois.
En algunos stands hay ofertas de último momento, “Hot sale”, 2x1 en títulos seleccionados y rebajas considerables. En los que el mar de gente más se nota es en los de liquidación, que venden libros por 1.000 pesos o tres por 2.500 pesos. Chicos y adultos revolviendo libros, eligiendo y comprando. El mar de gente sigue su curso hacia las salas en donde se presentan Pepe Mujica —que también fue agredido por libertarios—, Nelson Castro, Leandro Santoro y Jorge Macri, entre otros. Mientras, el celebrado escritor Guillermo Martínez da un cierre de lujo en el stand de Leamos-Bajalibros.
El mar de gente lleva al área de la pista. Las gradas están completas, los mates se ceban constantemente, mientras circulan recipientes con budines, bizcochitos y alguna que otra cerveza.
“Acá donde estamos parados es Argentina”, dice el nene, esa Argentina que va “Andando, muchos ojos son/ Calor y entendimiento/ Endulzardo, mira, la inquietud/ Navegando el eco de la multitud” libres entre libros.
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