Una década más tarde, el Papa Francisco no ha cambiado demasiado. Sigue siendo muy parecido a aquel Jorge Bergoglio que despegó desde Buenos Aires en dirección a Roma sin saber que ya no regresaría a su ciudad natal por, al menos, los siguientes diez años.
Los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti conocieron a Bergoglio y conocen a Francisco casi como nadie porque han dialogado cientos de veces con él y han publicado dos libros a partir de esas conversaciones: El Jesuita, publicado en 2010, cuando parecía cercano el retiro del arzobispo de Buenos Aires; y El Pastor, de 2023, una suerte de secuela en la que se analiza la última década. Ahora, y de la mano del periodista Nelson Castro, presentan este último material en una Feria del Libro repleta de visitantes.
“Cuando asumió hubo un encuentro con algunos periodistas”, cuenta Rubin, “ahí me abrazó y me dijo ‘¡hola, Sergio!’. Me encontré con la misma persona de siempre. Lo único que cambió en él es lo que ve todo el mundo: que es más extrovertido, tiene una sonrisa que no tenía en Argentina, una mayor predisposición a los medios. Antes le decían que arruinaba las fotos porque no sonreía. Ese cambio exterior es mucho más que marketing, expresa una alegría evangélica, de una Iglesia que está abierta y acoge a todos. En Argentina, tan envueltos en polémicas, nos estamos perdiendo esta alegría que él muestra”.
Pero lo que sí ha cambiado en estos diez años es la Iglesia Católica que él lidera, un cambio que difícilmente tenga vuelta atrás aun el día en que el papado termine, aun con todas las trabas que han aparecido, las polémicas que ha despertado, los debates.
Porque, como dice Ambrogetti, Francisco se presentó ante el Vaticano como quien conoce esa cultura, como quien sabe de qué está hablando. Por eso fue bien recibido en Roma. Y lo logró gracias a esa combinación tan común de este lado del mundo, pero tan poco frecuente en la cúpula católica: una teoría europea, producto de su ascendencia italiana, y una praxis latinoamericana, heredada de la tierra que lo vio nacer.
“Además”, dice la autora, “es el primer Papa que viene de una megalópolis. Los anteriores venían de aldeas o pequeñas ciudades. Una megalópolis es un universo en escala, con todo lo bueno y lo malo. Por otro lado, viene de un país completamente abierto a otras culturas ¡Qué bien que hicieron los padres en mandarlo a un colegio público, en donde tenía compañeros judíos, musulmanes...! Por eso ahora es un Papa que está enriqueciendo a la Iglesia a partir de su argentinidad”.
Rubin aporta que, al venir del Tercer Mundo, Francisco tiene una visión periférica. Pero no sólo en términos exclusivamente geográficos o económicos, sino en un sentido amplio, porque existen periferias espirituales, periferias afectivas. Y, desde allí, mira hacia el centro. Esa visión nunca antes había tenido mayor peso en el Vaticano.
El Papa es un hombre muy instruido, aunque, según Rubin, existan quienes creen que el no ser europeo le quita cierta distinción intelectual: “No me parece. Él es una persona muy formada, muy preparada, como buen jesuita. Pero nunca hizo gala de sus conocimientos. Lo que destaca en él es la actitud de pastor que debe tener todo sacerdote y todo obispo, alguien que reciba a todos. Al final, lo importante no es sólo su formación intelectual sino que tenga un corazón grande. Y su máxima característica es su humanidad. A veces lamentamos que tanta gente no pueda compartir momentos personales para conocerlo más de cerca”.
El Pastor y El Jesuita intentan reemplazar ese contacto personal que, obviamente, se vuelve casi imposible desde que Bergoglio es Sumo Pontífice. Aunque el Papamóvil ya no tenga vidrios blindados y Francisco se muestre siempre cercano a sus fieles o a los no católicos. No es fácil mantener un diálogo estrecho, no es fácil acceder a charlar durante tanto tiempo, en tantas ocasiones y sobre tantos temas como lo hicieron Rubin y Ambrogetti. En ese sentido, ambos libros representan una oportunidad única, aunque los autores aclaren que “nada reemplaza el conocimiento personal”.
“Él es consciente de cómo impacta su pontificado en el mundo”, dice Ambrogetti y agrega que hay una encuesta reciente muy seria en la que Francisco aparece como la personalidad más respetada en el mundo. “Por eso da pena cuando algunos argentinos no lo valoran o no se enorgullecen. En Europa tienen la conciencia de que él está enriqueciendo a la Iglesia, aunque en algunos ambientes puede no caerles bien, pueden pensar que están perdiendo centralidad. Pero él está universalizando a la Iglesia”.
A modo de ejemplo, explica que cerca de un 50 por ciento de los nuevos cardenales provienen de países que nunca antes habían sido representados en el Vaticano. “Ese su objetivo: que los últimos, los desplazados, los abandonados y los invisibles tengan presencia. Está creando una Iglesia completamente distinta porque parte del principio de que el mensaje evangélico tiene que ser universal en cuanto a lo geográfico, pero también al tiempo”.
En ese sentido, resulta pertinente la pregunta de Nelson Castro: ¿cómo hacer para que esos cambios, esa apertura eclesiástica tan acorde a los tiempos actuales, no sucumban cuando el papado termine? ¿Cómo lograr que la universalización fomentada por Bergoglio no desaparezca en manos de quienes no quieren perder su, hasta ahora, sitio de privilegio?
Rubin cita a Francisco para decir que el Vaticano es la última corte de monarquía absoluta que queda en Europa. “Él quiere colocar a la Curia vaticana al servicio del mundo, que no sea un mero órgano controlador que goza de beneficios y privilegios”.
Los tan famosos “gestos del Papa” son un símbolo, pero también un mensaje. Por eso elige usar un auto muy sencillo, tiene actitudes que demuestran austeridad y pide a los cardenales y obispos que lo acompañen. Porque no sólo hay que ser distinto, también es necesario demostrar esa diferencia.
“Alguna vez Francisco dijo que los cardenales quizás se arrepintieron de elegirlo en el cónclave. Evidentemente estos cambios generan tensiones. Pero él quiere una iglesia más despojada ¿Cuánto puede quedar de esto?”, se pregunta el periodista y se responde que “no se puede ir muy para atrás. Hay cosas que la sensibilidad moderna ya no tolera, aunque haya gente muy enamorada de la pompa. Él intenta llevar adelante una revolución cultural, cambios de hábitos, que nadie se quede con que el obispo es un gordinflón al que hay que besarle el anillo y que la Iglesia es tan sólo un catálogo de prohibiciones, de pecados que nos encaminan al infierno. El cambio cultural no es fácil. Pero que el Papa lo intente, con su actitud, con los cambios en la Curia, habla de las enfermedades en las que pueden caer los clérigos. Él ha sido muy fuerte y es necesaria esa transformación. Ojalá esos cambios perduren”.
La coautora de ambos libros suma entre esos cambios al papel que ocupa la mujer en el Vaticano: “es el Papa que más lugar le ha dado en la historia. Es el Papa que más democratizó a la Iglesia, la hizo más horizontal y menos vertical. Es el Papa que mejor escuchó lo que la sociedad le pide hoy. Esto le ha generado críticas. Pero la Iglesia no va a ser la misma después de Francisco, el Papa argentino va a dejar una nueva iglesia. Está haciendo historia”.
Esta apertura también se refleja en los mismos libros porque Francisco nunca esquivó ningún tema, ni siquiera los más polémicos, los más dolorosos, los más espinosos. Habla de su rol en la dictadura, de los abusos a menores por parte de clérigos, de las finanzas vaticanas, del peronismo.
“Nunca se molestó con ninguna pregunta, nunca pidió sacar nada”, dice Rubin. “Quiero destacar la libertad que nos otorgó, no rehuyó a nada. Es que él llama a que los laicos tengan protagonismo y para eso hay que hablar con periodistas en un lenguaje maduro. Hay que dialogar, abrir el juego. Por ejemplo, el Papa permitió el acceso a los archivos del Vaticano durante la dictadura aunque no se hubiera cumplido el plazo. La verdad los hará libre, como dice el evangelio”.
Finalmente, aparece la pregunta inevitable, esa que muchos (¿todos?) los argentinos se hacen desde aquel 12 de marzo de 2013 en el que el cardenal Jean-Louis Tauran anunció desde el balcón sobre la Plaza San Pedro el tan famoso “habemus papam”: ¿cuándo volverá Francisco a su país?
Los coautores son optimistas y aspiran a una visita en 2024, quizás en marzo, en abril o mayo, si es que él se encuentra bien de salud. Puede ser un buen momento una vez que pasen las elecciones presidenciales y la tensión política disminuya. Para Ambrogetti, Francisco tiende a postergar aquello que más le interesa y privilegia estar en donde cree que más se lo necesita: “cuando era sacerdote, nunca pasaba las fiestas con su familia porque sabía que lo necesitaban en otro lado. Hoy lo necesitan en Roma y por eso posterga lo que más quiere hacer. Pero lo que más quiere es volver, por eso lo deja para el final”.
Rubin va un paso más allá y cree que el Papa siempre llamó a buscar acuerdos, siempre fomentó el diálogo. Por eso el punto no es sólo cuándo volverá al país o por qué no lo ha hecho a lo largo de la última década, sino cómo recibirlo cuando al fin decida hacerlo. “Mi opinión personal es que él quiere coronar algún tipo de acuerdo básico en la sociedad argentina. Creo que sería muy bueno en este tiempo que nuestra dirigencia pensara en cómo tender puentes. Y que la Iglesia argentina preparara a sus fieles para recibir al vicario de Cristo en la Tierra. El Papa está ayudando desde allá, hablando con todos, pero nosotros también tenemos que prepararnos. Ojalá se concrete su visita, sea fructífera y tengamos el corazón preparado para que así sea”.
Con esa frase final, como quien dice “amén”, más a modo de plegaria que de alabanza, el aplauso termina por apagar la emoción de los tres expositores. Y las palabras se suspenden en el aire, quizás, hasta 2024: que así sea.
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