Daniel Balmaceda define a Sarmiento: “Muchos se preguntaban si estaba en condiciones un ‘maestro de escuela’ de ser presidente”

El historiador presenta este sábado en la Feria del Libro la obra que dedicó al “padre del aula”, centrada en los años en los que ocupó el Poder Ejecutivo Nacional. Su mirada sobre la grieta de aquel entonces y sobre el gaucho.

Sarmiento fue Presidente pero no contaba ni con el apoyo de su propio partido político.

A pesar de su mal carácter y poco carisma, las escuelas de Argentina le dedican a Domingo Faustino Sarmiento cada 11 de septiembre y celebran en su honor el Día del Maestro. De origen humilde, nació pocos meses después del histórico 25 de mayo de 1810 en la ciudad de San Juan, donde tuvo un acceso limitado a la educación formal.

Había sido un niño malcriado, hermano mayor de cuatro mujeres y, ante la ausencia del padre, el único hombre de la casa. A partir de 1827 se enfrentó con miembros del Partido Federal de su provincia y decidió unirse a la causa unitaria. En 1831 se vio obligado a emigrar a Chile, donde ejerció como docente y minero, entre otros oficios de subsistencia.

Allí permaneció en una primera etapa hasta 1836, cuando se le permitió retornar por motivos de salud. Hacia fines de 1840, a raíz de nuevos conflictos con la autoridad provincial, volvió al país vecino, donde escribió para diferentes periódicos, fundó otro y, en 1842, llegó a dirigir la primera institución latinoamericana especializada en preparar maestros.

De forma autodidacta, había logrado convertirse en docente, escritor, periodista y militar. Su labor como pedagogo fue reconocida por la Universidad de Chile y en 1845, el presidente le encomendó estudiar los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos. No es casual que, por aquel entonces, sintiera una fuerte pertenencia al país trasandino.

En 1851, sin embargo, regresó a la Argentina, pero volvió a irse por diferencias con Justo José de Urquiza después de la batalla de Caseros. En 1855 volvió a la Argentina, donde inició una carrera política como concejal municipal de la ciudad de Buenos Aires, senador, jefe del Departamento de Escuelas y Gobernador de San Juan, entre otros cargos.

Fue enviado a misiones diplomáticas en Chile, Perú y los Estados Unidos. Justamente mientras se desempeñaba en ese país surgió su candidatura a la Presidencia, que ejerció entre 1868 y 1874. Sarmiento. El presidente que cambió a la Argentina, el nuevo libro biográfico escrito por Daniel Balmaceda, se concentra en esos años, desarrollando los aspectos de su gestión que definieron la identidad de la nación, pero también su cotidianeidad, las calles de Buenos Aires, los viajes, los banquetes y las afecciones de salud que atravesaba tanto el Presidente como su entorno.

Sarmiento llevó adelante ambiciosos proyectos modernizadores y educativos, con logros tales como la inauguración de la red de telégrafos, el ferrocarril, el tranvía y el Parque Tres de Febrero, entre muchos más. Logró también la finalización de la Guerra de la Triple Alianza, pero a la vez enfrentó la más grave epidemia de fiebre amarilla, un levantamiento en la provincia de Entre Ríos, un naufragio escandaloso, un atentado contra su persona y el asesinato de Justo José de Urquiza luego de un histórico reencuentro en el Palacio San José.

En aquella ocasión, el entrerriano se había comprometido a volver a Buenos Aires para asistir al desfile del 25 de mayo. No olvidemos además que el Presidente vivía “de prestado” en casa de parientes, no contaba con el apoyo de su propio partido político y que tampoco lo defendía ninguno de los periódicos locales. Además, si bien había sido distinguido como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Michigan, no tenía estudios universitarios ni contaba con un alto rango militar.

Daniel Balmaceda, autor exitoso de libros que recorren la historia argentina.

Balmaceda subraya que la actualidad coincide con un tiempo electoral e institucional que tiene que haber influido en su deseo de trabajar específicamente sobre esta presidencia “porque hay un montón de paralelismos no solo con esta época, estas semanas, sino con los últimos tiempos de la Argentina”. Y agrega que “a veces los candidatos hoy no miran suficientemente a las figuras de nuestro pasado, de donde se pueden rescatar virtudes y evitar defectos, como enseñanzas. Porque eso es lo que podemos hacer, ya que ahora no estamos en disposición de juzgar a alguien que fue Presidente hace 150 años”.

-Y sin embargo tu acercamiento es muy vívido, de reconstruir momentos y espacios. Para mí es como recorrer las calles, cuando leo, por ejemplo, “Sarmiento bajaba por Defensa hasta la Casa de Gobierno”…

-Mis libros van siempre en ese sentido: tratar de compartir el privilegio de viajar al pasado con los lectores a través de los documentos, las cartas, pero también de los periódicos. Además cuando ya tenés hecho el ejercicio y no te preocupa saber que justamente los valores y miradas de la época eran muy distintas, podés construir una perspectiva más humana. Esa mirada te permite formarte el escenario con más claridad y vivirlo un poco más en aquel tiempo. Sarmiento, como tantos otros, caminó nuestra Plaza de Mayo, la calle Defensa, paseó por el Parque Tres de Febrero, una idea importada por él. Parte de lo que tenemos en Buenos Aires se le debe a este sanjuanino.

-¿El escenario también se transformaba por las innovaciones técnicas?

-La inauguración de un telégrafo Buenos Aires-Rosario, que no era instantáneo, pero en diez minutos llegaba un mensaje, para nuestros abuelos de aquella época era algo difícil de entender. A Sarmiento le tocó esa época de grandes cambios tecnológicos. Tan fanático del progreso y de la tecnología, todo eso lo vivía como una lucha propia.

-¿Y la misma lógica aplica para su forma de encarar la educación?

-Era todo parte del mismo proyecto. Es decir, cuando llegó a la Argentina, el primer discurso que dio fue para hablar de educación. En aquel entonces llamaba la atención y hasta fue objeto de burla. Muchos se preguntaban si estaba en condiciones un “maestro de escuela” –así le decían– de ser presidente. Y te diría que, en muchos sentidos, le faltaba ese manejo político –hoy muy vilipendiado–, aunque sí hay que reconocerle ciertas estrategias, como acercarse a su antítesis política que era Urquiza. En términos actuales, sería como que los dos principales referentes de la grieta se reunieran y trataran de buscar puntos en común que también en aquel entonces se vivió con mucha sorpresa y expectativa.

-¿Cómo se dio ese encuentro?

-Sarmiento fue a visitar a Urquiza a Entre Ríos al Palacio San José con una comitiva. Ni siquiera le dijo “Usted venga, que yo lo recibo como Presidente”, sino que fue a visitarlo, un gesto de dos grupos antagónicos. Quienes estaban por debajo de cada uno de ellos no estaban tan de acuerdo con que ambos líderes se reunieran. Por eso, en muchos sentidos, sus actos y sus decisiones eran tan cuestionados. Y por eso también ese tipo de acciones terminaron teniendo consecuencias muy graves, como el asesinato de Urquiza, cometido dos meses después por Ricardo López Jordán, uno de los integrantes del “riñón” de Urquiza.

-¿El poder de Urquiza llegaba más allá de Entre Ríos?

-Si vos repasás quiénes eran los hombres fuertes de la Argentina de 1867 –un poquito antes de la asunción de Sarmiento– eran Urquiza, [Bartolomé] Mitre y [Adolfo] Alsina. Sarmiento solo alcanzó un espacio por ser nada menos que el Presidente. Pero, al igual que [Nicolás] Avellaneda, no eran líderes partidarios con masas que los acompañaban y protegían.

-¿Sarmiento llegó a la Presidencia entonces a través de un grupo que lo apoyaba, principalmente Dalmacio Vélez Sarsfield?

-Un grupo muy reducido de personas que creían en él como un posible candidato, gente de peso político, periodístico, inclusive. En ese grupo, obviamente estaba Aurelia Vélez [hija de Dalmacio], cuyo papel como operadora política Sarmiento se encargó de destacar. Con ese pequeño grupo logró la presidencia viviendo en Estados Unidos, siendo aún diplomático. Por eso no hizo campaña. Y tampoco era una persona carismática. Además, cuando efectivamente el Congreso aprobó la elección y lo nombró presidente, él estaba viajando por el Norte de Brasil sin saber el resultado.

-En el libro explicás que, si bien había elecciones, eran muy pocas las personas que tenían derecho a votar. ¿Cómo era el mundo electoral?

-Había grupos cercanos a la religión; otros, a los militares o programas que involucraban conflictos bélicos; otros, más vinculados con la economía. Era acotado, pero muy diverso y muy atomizado.

Domingo F. Sarmiento también hizo una carrera militar.

-¿Su gran enfrentamiento fue con Mitre?

-Sí, y eso también es muy llamativo porque, de las tres corrientes políticas –el autonomismo, el mitrismo y el federalismo de Urquiza–, Sarmiento pertenecía al Partido Nacionalista de Mitre y tenía una excelente relación con él. Sin embargo, antes de concluir Mitre su mandato, cuando se planteó el tema de su sucesión, decidió no apoyar a nadie. ¿Viste que ahora, en estas épocas, tenemos dos líderes fuertes que habrá que ver si terminan ungiendo a alguien?

-¿Y después de la elección?

-Sarmiento tuvo más problemas con Mitre que con Urquiza y con Alsina. Entonces entraba en conflicto con su propio partido y con sus propios canales de difusión porque, en aquellos tiempos, cada partido tenía su periódico. Previo a elecciones, en primera o segunda página, aparecían carteles que anunciaban “el diario tal apoya a tal candidato”. Gobernar sin el apoyo de tu partido debe ser realmente complicado. Así tuvo que avanzar por su presidencia durante seis años con esa oposición principal.

-Sarmiento y sus contemporáneos son los hijos de la Guerra de la Independencia, siguieron otras guerras con Brasil, guerras internas, de la Triple Alianza. ¿Hasta qué punto eran todos los hombres militares?

-Esa tendencia era muy fuerte. Nosotros comenzamos en 1806-1807 [Invasiones Inglesas] con una impronta militar, después vino toda la Guerra de la Independencia. No terminaron de pasar dos años y estábamos embarcados en la Guerra del Brasil. Cuando terminó, se inició una guerra civil despiadada, de lo peor que vivimos, y después vino algo que superó todo lo visto hasta ese momento, que fue la Guerra del Paraguay. Por lo tanto, nos pasamos desde 1806 hasta 1869 con enfrentamientos. Entonces el militarismo era una idea muy presente y una posición política muy clara. De hecho, el propio Sarmiento le pidió a Avellaneda –por no hacerlo él mismo– que lo ascendiera a General [hasta entonces tenía grado de coronel].

-¿Y esto fue muy importante para él?

-Las últimas dos décadas de su vida, ya fuera de su presidencia, pero manteniéndose siempre en la superficie del debate político y de ideas, prefería que lo llamaran “General Sarmiento”, a pesar de haber sido una persona sin formación militar. Entre tantos veteranos, héroes, guerreros de la independencia, por supuesto, también eso provocó motivos de burla.

-¿Cómo era su día de trabajo durante la presidencia?

-Solía leer y responder muchas cartas a la mañana muy temprano y a la noche. Eran sus momentos. Después iba a media mañana a la Casa Rosada y, en general, trabajaba hasta las 6 de la tarde. Cuando ocurrían casos en que se acumulaba mucha tarea por viajes, ausencias o situaciones de enfermedad, llegaba a ir a las 7 de la mañana a firmar, leer documentos, etc. Y también era muy lector: leía todos los diarios de Buenos Aires y recibía por sus embajadores, a veces, periódicos de Europa o de los Estados Unidos, así que siempre estaba tratando de impregnarse de toda la información y tenía muchas reuniones con sus ministros, en quienes se apoyaba mucho.

-¿Entre ellos, Vélez Sársfield era el más importante?

-Sí. Era Ministro de Interior, que curiosamente en aquella época se llamaba “Primer Ministro”. Constituía la voz más importante, con un rol que también involucraba las tareas de lo que hoy sería la jefatura de gabinete. Claramente, Sarmiento depositaba en él y en su capacidad una enorme confianza. Y también era él quien se animaba a ponerle un poco de freno a su carácter, sus reacciones y sus decisiones, que podía tomar demasiado apresuradamente. En ese sentido, Vélez fue un buen balance.

-Se me ocurre que era el interior lo que había que organizar en ese momento y Vélez debe haber sido un gran estratega.

-Sí, le decían “Mandinga”, parecía el diablo por lo bien que se manejaba y cómo rápidamente resolvía todos los temas. Tenía mucha capacidad para lo que hoy se denomina “rosca política”. Además de tener otras cualidades, como el buen trato social, un apellido con peso en Córdoba, una provincia que históricamente se plantó frente a Buenos Aires y a lo que le quisieran imponer, así que también era importante en ese sentido. El territorio vivió acostumbrado al caudillismo, al manejo muy local de la política, y lo que buscaba Sarmiento era seguir adelante con lo que pretendía Mitre, buscar que todo sea más armonioso. Ninguno de los dos lo logró, pero ambos dieron grandes pasos en ese sentido. En el caso de Sarmiento, se encontró con una guerra civil posterior al asesinato de Urquiza, que generó grandes dificultades tales como movimientos de tropa y empleo de recursos económicos. En esos seis años no tuvo períodos de calma. Cuando terminaban de apagar un incendio, rápidamente aparecían focos en otra parte. Uno imagina que se debe haber pasado rápido.

-Hablabas del caudillismo y me parece que también con el gaucho no sabían qué hacer.

-Eso es genial. Sarmiento está muy relacionado con el tema del enfrentamiento con el gaucho, inclusive con alguna frase muy desafortunada. Sin embargo, un análisis, una lectura de los libros, diarios y correspondencia de esa época te hace comprender que la forma de expresarse de Sarmiento respecto del gaucho estaba generalizada.

-¿Se trataba de una figura híbrida, que no formaba parte de ninguna sociedad o tal vez un militar de bajo rango, era así?

-El gaucho era la mano de obra desocupada de los grupos militares de los caudillos. Lo que más sabía hacer era pelear, y pelear con sus propios hermanos, como ocurrió desde 1828 hasta 1868. Entonces esas generaciones fueron muy pendencieras y muy poco atadas a las normas y a las instituciones. Aun así, que Sarmiento diga que “no hay que ahorrar sangre de gauchos” es una frase que pinta la época, que uno no espera de una persona bien formada de aquel tiempo, de alguien que pretende justamente avanzar por el lado de la educación.

-¿En aquel momento nadie se escandalizó?

Nadie cuestionó ni debatió esa frase hasta casi cien años después. Esto obviamente dice que fue un exabrupto que podría haberse evitado y ya, nada más. Hay que tener en cuenta también que Sarmiento era un entusiasta del trabajo del campo. Justamente reflejo en el libro algunos momentos en los que él tiene encuentros con paisanos en el campo y les cuenta su historia tan sencilla, tan simple, tan lejos de una formación buena, diciéndoles “ustedes, trabajando de esta manera, están logrando una Argentina distinta”.

-¿Y cómo se veía al gaucho?

En aquel entonces la figura del gaucho no era entendida como el paisano y trabajador, sino como alguien que no tenía el gen de la cultura del trabajo y que veía al inmigrante en el campo –muchos vascos, irlandeses e italianos– como un enemigo, con cierta xenofobia, que le quitaba terreno de acción. Y los grandes crímenes, hechos atroces, se adjudicaban, según el lenguaje que se usaba en aquella época, a “gauchos”. Entonces se hablaba de “gaucho asesino” permanentemente. Por el contrario, el gaucho que hoy asociamos a la “gauchada” y al hombre franco y trabajador voluntarioso, en esa época no existía.

Daniel Balmaceda presenta su libro “Sarmiento” este sábado 13/5 a las 19 en la sala Carlos Gorostiza del pabellón amarillo de la Feria del Libro.

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