Operación Masacre (1957), obra cumbre del periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh, es un clásico del periodismo de investigación en castellano y un libro revolucionario en más de un sentido, sobre todo porque puede ser considerado el hito fundacional en la historia de la no ficción como género literario: la pieza maestra del argentino se anticipó nueve años a A sangre fría (1966), de Truman Capote, señalada como primer antecedente histórico.
Juan Carlos Livraga es, nada menos, que el propulsor involuntario de la investigación que dio origen a Operación Masacre, “el fusilado que vive”, y que fue recibido esta semana por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien celebró la existencia del libro, mientras que a él le dijo: “Gracias por estar vivo, Juan Carlos”.
En el prólogo del libro, Walsh recapitula el momento en que siente que debe sumergirse en la historia de los fusilamientos de José León Suárez, cometidos el 9 de julio de 1956, durante la dictadura cívico-militar autodenominada Revolución Libertadora —que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955—, contra un grupo de prisioneros peronistas que habían protagonizado un levantamiento liderado por el general Juan José Valle.
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Walsh escribe en el prólogo:
“Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:
–Hay un fusilado que vive.
No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.
Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto.
Así nace aquella investigación, este libro.”
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Walsh encara, entonces, las entrevistas con los sobrevivientes, sus familias y autoridades del gobierno, para terminar revelando la trama secreta de los crímenes, que la dictadura negaba.
“El fusilado que vive”
Juan Carlos Livraga es ese “fusilado” que, tras recibir dos tiros, había sobrevivido a la masacre. Y quien, además, asienta la denuncia policial, aunque el juez interviniente -cuyo nombre hoy nadie recuerda-, consideró que ningún funcionario policial había cometido delito alguno.
Livraga -quien se radicó hace décadas en Estados Unidos- y Cristina Fernández de Kirchner se reunieron en el Senado de la Nación: posaron en el despacho en la Cámara Alta junto a un retrato de Néstor Kirchner abrazado a su esposa. Fernández de Kirchner también publicó una imagen de 2007, de cuando el entonces presidente recibió a Livraga en la Casa Rosada.
La vicepresidenta recordó que “la vida de Juan Carlos le permitió a Rodolfo Walsh contar la historia de la barbarie fusiladora del golpe que derrocó a Perón en 1955, en esa verdadera obra de arte del periodismo de investigación titulada Operación Masacre”.
Mientras que en su cuenta de Twitter posteó: “Hoy conocí personalmente un pedazo de historia viva del peronismo: Juan Carlos Livraga, el ‘fusilado que vive’. Sobreviviente de los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, San Martín, Provincia de Buenos Aires, en junio de 1956″.
“Gracias por estar vivo, Juan Carlos”, le dijo ella cuando se despidieron.
El hombre, que hoy tiene 91 años, tenía 24 cuando los militares de Pedro Eugenio Aramburu lo secuestraron para trasladarlo hasta los basurales de José León Suárez, en San Martín, donde cinco civiles fueron fusilados de manera clandestina. Él recibió dos disparos y sobrevivió.
Hubo otros seis sobrevivientes de la masacre -siete en total, de los 12 “fusilados”-. Walsh encaró esos testimonios para reconstruir los hechos y esa termina siendo la investigación de base a partir de la que escribe su primer libro de no ficción.
Es que hasta entonces, el escritor -nacido en Choele Choele, Río Negro en 1927- había escrito relatos policiales al estilo de los autores ingleses cuando, a los 29 años, se lanzó al proyecto que daría un vuelco a su vida y su carrera.
En el oficio periodístico, había aprendido que cuando los hechos son narrados sin ornamentos, revelan su máxima crudeza. Y le había aportado a la fórmula dos cualidades que creía esenciales del oficio, exactitud y rapidez.
“Operación Masacre”, entre la denuncia y la literatura
Podría pensarse que la historia de la relación entre periodismo y literatura cobró fuerza en el preciso momento en que Walsh escuchó aquella la frase, “Hay un fusilado que vive”, seis meses después de los disparos: el impacto de esa frase, la aparente contradicción entre sus términos, desafió su inteligencia.
En el libro, el autor reconstruye los hechos que se suceden desde que los doce secuestrados -quienes finalmente son conducidos al basural- se reúnen a jugar a las cartas y a ver una pelea de boxeo aquella noche de 1956, al ser considerados culpables del levantamiento que había tenido lugar un año antes y pese a que el general Tanco, a quien de verdad buscaban los militares, no había sido encontrado allí.
Walsh se implica en el caso, recoge y reproduce a partir de los elementos de la mejor literatura, los testimonios de las víctimas, así como de sus familiares y amigos, y denuncia las atrocidades y las mentiras de los victimarios que, por ejemplo, intentan ampararse en una Ley Marcial que les permitía capturar insurrectos y el escritor demuestra no estaba vigente al momento de las detenciones.
En la primera parte, Walsh presenta a los personajes -el retrato humanizado de las víctimas, la descripción magistral de las que habían sido sus vidas hasta la violenta irrupción policial- y da inicio a la investigación.
En la segunda, se enfoca en el traslado hasta la unidad regional de San Martín, el sitio de los fusilamientos, y detalla también cómo fue el operativo que terminó con la muerte de cinco de los detenidos, el diálogo entre ellos, y la forma en la que algunos consiguen escapar con vida, así como refiere a los alzamientos de Tanco y Valle, finalmente reprimidos.
Mientras que en la última, despliega su evidencia, las fallas del expediente surgido a partir de la denuncia de Livraga, reconstruye las declaraciones de los implicados -víctimas y victimarios- que dan pie al fallo final.
Pero son sobre todo los climas de suspense que alcanza el relato, el crescendo del drama, los que consagran a Walsh como narrador y convierten a Operación Masacre, finalmente y con justicia, en una obra cumbre de la narrativa en castellano.
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