Tuve suerte. A veces las crónicas periodísticas están construidas sobre un instante de absoluta fortuna, sobre una combinación de hechitos que, encadenados entre sí, ponen al periodista en el lugar y en el instante exacto en el que las cosas suceden. El subte que llegó en determinado instante y no en otro. La fila para entrar que demoró una cantidad exacta de minutos. El zig zag entre la gente que delinea un recorrido y no otro que podría haber pasado a tres o veinte metros de este, y entonces la postal le quedará a otro o a nadie. Pero tuve suerte.
“Papi, ¿qué es la democracia?”, la escuché preguntar. No averigüé la edad de ella, mejor no interrumpir. Supongo que siete u ocho. Caminaba al lado de su papá y del cochecito en el que ese papá llevaba a, estimo, un hermanito o hermanita. Estaban empezando a meterse en el túnel de la Feria del Libro, que sirve para unir el pabellón ocre, que es al que se entra por Plaza Italia, con todos los demás pabellones, a los que se llega por Sarmiento o por Cerviño. Un pasadizo que podría no existir y que durante muchos años se usó para colgar ahí los carteles de los sponsors principales de esta Feria del Libro, pero que este año se usa para exponer una muestra de fotos que revisan y celebran los cuarenta jóvenes años de democracia ininterrumpida que cumple la Argentina en diciembre.
Entonces, como tuve suerte, escuché la pregunta hecha justo después de que nena, papá y cochecito pasaran por delante del cartel que anuncia la muestra y que dice, obvio, “Cuarenta años de Democracia”. Como me los crucé de frente, y como a la suerte hay que ayudarla, giré y empecé a caminarles lo suficientemente cerca como para escucharlos y lo suficientemente lejos como para no inhibirles la escena.
Vi a un padre tomar aire y tiempo para decidir por dónde empezar. Usó el túnel para hablarle a su nenita de que existe el voto popular y, enseguida, para responder la pregunta que siguió a la primera: “¿Qué es el voto popular?”.
“Cuando mamá y papá y los abuelos y los tíos van a votar también va mucha otra gente a votar, gente de todo el país. Cada uno elige quién le parece mejor para Presidente y después se cuentan los votos de todos y el que tiene más, gana, y entonces es el Presidente hasta que volvemos a votar”, le respondió, mientras empujaba el cochecito y miraba a su hija con cara de “qué maravilla que estemos hablando de esto” y también con cara de “por favor, que la próxima pregunta no sea demasiado complicada”.
Tuvo suerte o explicó bien o las dos cosas, porque la tercera pregunta fue más fácil: rodeada de las fotos hechas por reporteros gráficos que componen, su hijita le pidió que le dijera los nombres de los que habían sido Presidentes. “Ese no porque es Messi”, se anticipó cuando vio la imagen que resume nuestro 2022 y que tiene a nuestro gran capitán levantando la Copa en Qatar.
De a uno, le fue contando: “Este es Alfonsín, este es Menem, este es De la Rúa, este es Néstor Kirchner, esta es Cristina Fernández, este es Mauricio Macri, este es Alberto Fernández”. En la foto de la asunción de Alberto están también Macri, su antecesor, y Cristina, que había ocupado ese cargo y que se convertía ese día en vicepresidenta. “Acá hay tres Presidentes, no uno”, desafió ella. “Es que fueron en distintos momentos porque los fuimos votando en distintos momentos. Cada cuatro años vamos a votar entre todos para elegir”, le respondió con el cochecito estacionado delante de la imagen.
En la inauguración de esta Feria del Libro, el escritor Martín Kohan enfatizó la importancia que tienen los lectores en esta maratón que dura días y kilómetros de caminata. No los autores ni las editoriales ni la industria ni los periodistas que cubren la Feria. Los lectores. Habló de cómo transforman en otra cosa eso que el autor dejó escrito, de la pelea que hay que dar para lograr uno, diez o cien minutos de silencio para poder meterse el libro deseado, y de cómo la presunta conexión con absolutamente todo lo que nos rodea impide el verdadero vínculo con casi todo lo que nos rodea. También con las historias que vienen envasadas en los libros.
La ceremonia inaugural de la Feria del Libro está, cada año, llena de adultos y vacía de niños. Es una convocatoria institucional en la que cualquier criatura se aburriría y entonces se correría el riesgo de que un chico grite, llore, diga “me quiero ir” y se escuche y se rían todos los adultos que se quieren ir en ese instante. La Feria, aunque exista otro evento pensado especialmente para niños y adolescentes, tiene de todo para chicos: literatura, actividades, un lugar al que ir a buscarlos si se pierden.
Los lectores que protagonizan esta Feria y a los que hay que reivindicar pueden ser los adultos, que necesitan desconectarse de todos los trabajos que hacen para llegar a fin de mes, y de todos los chats que sostienen para, algún día, tener tiempo a la misma hora que tiene tiempo un amigo o una amiga y tomarse un café o una cerveza juntos, y de todos los estímulos fugaces de los que nos recomiendan alejarnos dos horas antes de dormir para descansar más o menos bien.
Y los lectores que protagonizan esta Feria también son como esta nenita. Que levanta la vista y en la lectura de un cartel descubre una palabra y, todavía no lo sabe, pero apenas empiece a escuchar la respuesta a la pregunta enorme y hermosa con la que acaba de sorprender a su papá, descubre también el mundo y confirma que con la memoria no sé si se cura y se come, pero seguro se educa.
Tuve suerte. Vi todo eso pasar delante mío.
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